Alexander Nevsky

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Alexander Nevsky
Director:
Serguéi M. Eisenstein

Título Original: Alexander Nevsky / Año: 1938 /  País: Unión Soviética / Productora: Artkino / Duración: 112 min. / Formato: B/N - 1.37:1
Guión: Sergei M. Eisenstein, Piotr A. Pavlenko / Fotografía: Eduard Tissé / Música: Sergei Prokofiev
Reparto:  Nikolai Cherkasov, Nikolai Okhlopkov, Alexandr Abrikosov, Dmitri Orlov, Anna Danilova, Vera Ivacheva
Fecha estreno: 25/11/1938 (Moscú)

"Es a partir de elementos estáticos, de datos imaginarios y de su yuxtaposición, como nace una emoción surgida dinámicamente"

Serguei M. Eisenstein

 

Rodada 10 años después de su última gran película muda (Octubre, 1928), Alexander Nevsky es el primer trabajo de Eisenstein en el cine sonoro y supone una "naturalización" del estilo del cineasta sin por ello abandonar una metodología de trabajo a partir de una estudiadísima puesta en escena en la que cada plano opera dinámicamente con el plano anterior, obteniendo a través de su interacción (su "yuxtaposición") una "emoción surgida dinámicamente". Esta técnica, que en sus célebres títulos mudos fue llevada hasta sus últimas consecuencias (llegando para muchos a anteponer los aspectos formales por encima de los temáticos), se ve sensiblemente alterada con la llegada del sonoro, lo que lleva a Eisenstein (minucioso teórico del lenguaje cinematográfico) a una profunda revisión los principales preceptos de sus teorías artísticas a fin de adaptarlas a las nuevas posibilidades del cinematógrafo. Un proceso de revisión metodológica que explica en parte (existen también motivos políticos) el largo período de diez años que transcurrió entre su último trabajo y el estreno de Alexander Nevsky, en 1938.

 

Película "de encargo" (casi toda la obra de Eisenstein lo fue, aunque, como veremos más adelante, ello no implicara necesariamente una actitud dócil del director para con el poder) para ensalzar las virtudes del pueblo ruso frente a las ansias expansionistas de la Alemania nazi, Alexander Nevsky narra la épica batalla del lago de Hudskoye, en 1242, en la que el príncipe Alexander, al mando del ejército de Novgorod (formado básicamente por gente del pueblo) derrotó a las tropas teutónicas que pretendían conquistar la ciudad. A partir de este acontecimiento histórico, la película traza un paralelismo de los hechos narrados con la situación política del momento con una doble finalidad propagandista: por un lado, como advertencia al enemigo exterior; y por otro, para exaltar a la población ante la perspectiva de un conflicto bélico que habría de requerir grandes sacrificios del pueblo soviético. Pero lo que hace de Alexander Nevsky una obra única no es lógicamente su voluntad propagandista, sino la  potencia de sus imágenes y su extraordinaria puesta en escena (fruto de la depuración formal a la que ha sido sometida por Eisenstein) que logra trascender el proyecto de encargo para convertir la película en una de las cimas de la filmografía de su autor.

 

Las primeras imágenes de la película son absolutamente ejemplares en este sentido: tras unos títulos que nos sitúan en el momento histórico concreto, con una Rusia que acaba de librar una batalla contra los mongoles y asediada ahora por las tropas teutónicas, Eisenstein nos muestra en apenas cuarto planos las consecuencias de la guerra recién finalizada (fotograma 1). Son cuatro tomas con imágenes de esqueletos humanos y de animales sobre un campo de batalla, que van del plano general hasta un plano corto con dos calaveras que destacan, blanquísimas, entre la hierba, un casco y una flecha (indemnes estos últimos al paso del tiempo), para finalizar con un quinto y último plano de una extensa pradera: la tierra rusa ansiada por los invasores. Es difícil expresar con palabras la potencia simbólica de estas imágenes. Baste decir que con total economía de recursos y un absoluto dominio de la composición, Eisenstein obra el milagro de hacer 'sentir' al espectador, en solo cinco planos, las consecuencias de la guerra y la incertidumbre ante la posibilidad de una nueva contienda.

 

Tras este excepcional inicio, Eisenstein nos presenta al príncipe Alexander como un sencillo pescador, identificando al héroe como un "hombre del pueblo" (fotograma 2). La llegada de unos tátaros que exigen a los pescadores muestras de su vasallaje, y la orgullosa reacción del príncipe Alexander, obligando a deponer la altiva actitud de los tátaros únicamente con su nombre (y las gestas ligadas a éste: "el que venció a los suecos en el Neva"), nos demuestra que nos encontramos ante la figura de un líder que infunde respeto con su sola presencia.

 

Esta idea de 'líder del pueblo' es importante, por cuanto en la siguiente escena Eisenstein nos muestra la ciudad de Novgorod sometida a los intereses de la élite política rusa, partidaria de pactar con el enemigo mediante concesiones económicas (fotograma 3). Actitud que choca directamente con la voluntad del pueblo, dispuesto a defender la nación ante el invasor y que reclama la necesidad de "grandes hombres" que lideren la resistencia. Vemos aquí, como la obra de exaltación de los valores del pueblo ruso se convierte también en una dura crítica a las élites del poder, más preocupadas en salvaguardar sus intereses que en la defensa de la nación rusa, en lo que no es difícil ver una clara carga de profundidad del director contra el régimen político soviético (no en vano, parece ser que el propio Stalin ordenó suprimir un rollo entero del metraje de la película, descontento con la visión del poder que en él se ofrecía).

 

Una vez al mando de un ejército formado por el pueblo de Novgorod, el príncipe Alexander se dirige al encuentro de las tropas teutónicas para librar la famosa batalla del hielo que ocupa el último tercio de la película (fotograma 4). Apoyado en la espléndida partitura que Prokofiev compuso para la película, el director plantea una puesta en escena que dialoga literalmente con la banda sonora, adecuándose al ritmo de la música unas veces y marcándolo mediante el montaje en otras, tal como explica el mismo Eisenstein: "A Prokofiev y a mí nos gusta entregarnos a interminables regateos para ver 'a quién le toca', si hay que escribir la música a partir de fragmentos de la película que se montarán luego siguiendo la partitura, o bien efectuar primero el montaje de la escena y componerla después. La dificultad recae, en efecto, sobre quien debe abrir el fuego: hallar el ritmo de la escena"(Reflexiones de un cineasta).

 

Sea como sea, la larguísima secuencia de la batalla en el hielo supone la culminación formal de la obra cinematográfica de Eisenstein, gracias a una puesta en escena que sigue al pie de la letra una minuciosa planificación (no existen segundas unidades para tomas 'de relleno' en Eisenstein) en la que cada plano funciona como una unidad mínima de significado que, al interaccionar con los planos anterior y posterior, adquiere un nuevo sentido y genera esa 'emoción dinámica' a la que aludía el realizador. Una emoción que hace de esta secuencia una de las más sublimes escenas bélicas jamás filmadas, cuya influencia se puede percibir en posteriores obras tan dispares como Espartaco (Stanley Kubrick, 1960), El imperio contraataca (Richard Marquand, 1980) o Enrique V (Kenneth Branagh, 1989), aunque ninguna de ellas alcanzara ni mucho menos la excelencia que el maestro Eisenstein imprimió a sus imágenes.

 

David Vericat

© cinema esencial (noviembre 2013)

VÍDEOS: 
Fragmento: primeros 10 minutos (V.O.S.E.)

Comentarios

Nada sobra ni falta en esta maravilla, una economía de medios k consigue una puesta en escena sublime, depurada al máximo. Un maestro indiscutible, la posible propaganda queda olvidada x la belleza formal de planos y personajes, k se mueven en un mundo mágico y onírico

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