Delitos y faltas

Spanish Catalan Chinese (Simplified) English French German Italian Japanese Korean Portuguese
Delitos y faltas
Director:
Woody Allen

Título Original: Crimes and Misdemeanors / Año: 1989 /  País: Estados Unidos / Productora: Orion Pictures / Duración: 104 min. / Formato: Color - 1.85:1
Guión: Woody Allen / Fotografía: Sven Nykvist
Reparto:  Woody Allen, Alan Alda, Claire Bloom, Anjelica Huston, Mia Farrow, Martin Landau, Jerry Orbach, Caroline Aaron, Sam Waterston, Joanna Gleason, Martin Bergmann, Jenny Nichols, Daryl Hannah
Fecha estreno: 03/11/1989 (NY)

Los denominados temas existenciales en mi opinión siguen siendo los únicos temas que vale la pena tratar. Cada vez que se trata de otros temas se están rebajando los objetivos. Uno puede apuntar hacia cosas muy interesantes, pero para mí no es lo más profundo. No creo que se pueda aspirar a mayor profundidad que a los denominados temas existenciales, los temas espirituales
Woody Allen
 
Tras un inicio de carrera con cinco títulos decididamente decantados hacia la comedia (desde Toma el dinero y corre, 1969, hasta La última noche de Boris Grushenko, 1975), y a partir del brillante punto de inflexión que supuso la magistral Annie Hall (1977), Woody Allen ha ido alternando en su filmografía una personal concepción de la comedia con obras pretendidamente más “profundas” (muchas veces tomando como referencia algunos de sus maestros cinematográficos, Bergman principalmente) con resultados ciertamente irregulares en el segundo caso. Títulos como Interiores (1978), Recuerdos (1980), Septiembre (1987) y Otra mujer (1988) mostraban un Allen diluido entre citas temáticas y formales que en ningún caso alcanzaba el nivel  de sus mejores comedias (y en alguno en particular, como en la estrepitosa Recuerdos, ofrecía la peor cara del director neoyorkino). En 1989, sin embargo, Allen consigue por fin con Delitos y faltas abordar los temas existenciales que tanto le obsesionan sin por ello abandonar en ningún momento el personalísimo estilo de sus mejores obras.
 
Judah Rosenthal (Martin Landau) es un reputado oftalmólogo que lo tiene todo poder para considerarse un “hombre realizado” (éxito profesional, estabilidad económica y armonía familiar) y, sin embargo, durante la ceremonia de homenaje al protagonista al inicio el film, Allen nos muestra a un personaje “aprisionado” por la familia (la cámara panoramiza de hijos a esposa encerrando literalmente al protagonista), condicionado por una estricta educación religiosa (“mi padre me decía: ‘Dios tiene los ojos puestos en nosotros’ “) y atormentado por el acoso de una obsesiva amante (en plena ceremonia Rosenthal no puede dejar de pensar en la carta de ésta dirigida a su esposa que pudo interceptar en el último momento). En este magnífico arranque, Allen define el gran tema que va a dominar la película: la moral y la culpa, y en qué medida estos sentimientos son innatos en la consciencia humana o están determinados posteriormente, en este caso por una educación religiosa (temática que va a recuperar posteriormente en títulos como  Match Point o El sueño de Cassandra). Así queda expuesto en las palabras que le dirige Ben (Sam Waterston), el rabino al que Rosenthal trata de una enfermedad ocular, cuando éste le confiesa su relación extramatrimonial (fotograma 1): “Yo no podría seguir viviendo si no creyese de verdad en una estructura moral con un verdadero significado, con capacidad de perdón y una especie de poder superior. Sin eso no hay una base que nos guie en la vida. Y te conozco lo suficiente para saber que en ti hay el germen de esa noción”.
 
Justo después de plantear la trama principal, la película nos presenta a Cliff Stern (Woody Allen), un director de documentales sin demasiado éxito (fotograma 2), al que ni siquiera su propia esposa tiene en demasiada consideración (“recibí una mención especial en aquél festival de Cincinnati”, “¿Te aferras a eso? Todo el mundo recibió una mención especial”), y que acepta rodar un documental sobre su cuñado Lester (Alan Alda), un exitoso realizador de televisión que se encuentra a las antípodas de los preceptos vitales y profesionales de Cliff (que está rodando un interminable documental sobre un desconocido filósofo, el profesor Louis Levy) . Esta subtrama permite a Allen introducir en la película un tono de comedia, operando  como magnífico contrapunto a la línea argumental principal (con la que va a converger finalmente mediante el personaje de Ben, el rabino tratado por Rosenthal, también cuñado de Cliff).
 
Toda la película gira en torno a la idea de la visión, desde su concepción puramente fisiológica (Rosenthal, como oftalmólogo, trata al rabino Ben de una degeneración que le va a conducir irremisiblemente a la ceguera) hasta la noción ético-religiosa del término (“¿Y la ley, Judah? Sin la ley, todo es oscuridad”). Significativamente, la primera reacción de Rosenthal al saber que su encargo de asesinar a Dolores (Anjelica Huston) ha sido realizado es echarse agua a los ojos, presa de un fulminante sentimiento de culpa que le va a perseguir a partir de ese momento. Y cuando el protagonista  acude al apartamento de su amante (para comprobar con sus propios ojos el crimen cometido) Allen realiza una panorámica que parte de la mirada de éste hasta llegar un plano detalle de los ojos sin vida de la amante (la mirada como elemento distintivo entre la vida y la muerte) para volver de nuevo a los ojos de Rosenthal (fotograma 3) mientras recuerda las palabras del rabino durante su infancia: “Los ojos de Dios lo ven todo. No hay absolutamente nada que se le escape. Ve a los justos y a los pecadores” (la mirada como elemento acusador por parte de las fuerzas superiores).
 
A partir de este momento, Allen alterna hilarantes secuencias de comedia (la escena en la que la hermana de Cliff le cuenta su desventura con su última cita a ciegas, o el visionado del montaje del documental que Cliff está rodando sobre Lester, por citar dos ejemplos) con las escenas en las que Rosenthal se debate entre los sentimientos de culpa y liberación, como la magnífica secuencia en la que el protagonista vuelve a la casa en la que vivió de adolescente (claramente inspirada en Fresas Salvajes, de Ingmar Bergman) y escucha a sus antepasados discutir sobre la base moral del ser humano y la inevitabilidad de un castigo (humano o divino) a todo acto en contra de la ley (humana o divina).
 
Película profundamente agnóstica (por no decir nihilista), Delitos y faltas termina con todos los personajes reunidos con motivo de la boda de la hija de Ben, al que su enfermedad le ha llevado ya a una ceguera definitiva. Los ojos de Dios están apagados, y con la ausencia de la moral divina, Rosenthal consigue enterrar su sentimiento de culpa. Tal como le confiesa a Cliff (con la excusa de contarle el argumento de una posible película), el protagonista “descubre que no es castigado. Su vida ha vuelto a la normalidad. Puede que tenga malos momentos de vez en cuando, pero pasan. Y con el tiempo, todo se desvanece”. Y cuando Cliff le responde que él hubiera hecho que el protagonista se entregase “porque así la historia adquiere proporciones trágicas” (al verse obligado a asumir sus responsabilidades ante la ausencia de Dios), Rosenthal sentencia: “pero esto es ficción. Pasa en las películas. Yo estoy hablando de la vida real” (fotograma 4)
 
Tras este negrísimo final, Allen cierra la película con un epílogo en el que escuchamos las palabras del viejo profesor Levi acerca de la capacidad de elección del ser humano y de su búsqueda de la felicidad a través de las cosas aparentemente más sencillas. Es una secuencia que parece contradecir el descorazonador desenlace de la historia aportando una remota posibilidad de esperanza. Lástima que, tal como hemos sabido poco antes (y en un último y sarcástico giro final del director) el autor tan bellas palabras decidió suicidarse y no seguir intentándolo.
 
David Vericat
© cinema esencial (noviembre 2013)

VÍDEOS: 
Trailer (V.O.I.)

Añadir nuevo comentario