He nacido, pero…

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He nacido pero…
Director:
Yasujiro Ozu

Título Original: Umarete wa Mita Keredo / Año: 1932 / País: Japón / Productora: Shochiku / Duración: 91 min. / Formato: B/N - 1.37:1
Guión: Akira Fushimi, Geibei Ibushiya. / Fotografía: Hideo Shigehara
Reparto: Tatsuo Saito, Tomio Aoki, Mitsuko Yoshikawa, Hideo Sugawara, Takeshi Sakamoto, Teruyo Hayami, Seiichi Kato
Fecha de estreno: 03/06/1932 (Japón)

La historia del cine nos ha ofrecido muchas maneras de acercarse al mundo de la infancia, ya sea desde un prisma autobiográfico-social, como en Los 400 golpes, de François Truffaut; incidiendo en su comportamiento más cruel, como en Viento en las velas, de Alexander Mackendrick; o desde una mirada relacionada con lo fantástico, como en La noche del cazador, de Charles Laughton, por citar sólo tres obras maestras que construyen su relato a través de la mirada de sus protagonistas infantiles. En la filmografía de Yasujiro Ozu, probablemente el director que más y mejor ha reflexionado sobre la familia en la historia del cine, los niños son una pieza fundamental como reflejo de los anhelos y las frustraciones de los adultos, hasta el punto de poder ser considerados como uno de los elementos característicos del cine del director japonés.
 
Los niños de Ozu son divertidos, tozudos, dulces, orgullos, temerarios, solidarios, respondones, curiosos, egoístas. Son, en definitiva, niños. Y lo absolutamente maravilloso es la capacidad de Ozu para hacerlos aparecer en la pantalla con una espontaneidad y frescura pasmosas. Cualidades que hacen de He nacido, pero un film excepcional y, todavía hoy, una de las grandes películas sobre niños de la historia del cinematógrafo. Una obra agridulce, por lo que supone la combinación del tono de comedia con ese proceso de aprendizaje de los dos hermanos protagonistas, a través de cual asumirán la existencia de ciertas normas sociales a las que acabarán doblegándose indefectiblemente, en ese fenómeno que comunmente llamamos el fin de la inocencia.
 
La trama argumental del film es tremendamente sencilla: recién trasladados a un suburbio de Tokio, los dos pequeños protagonistas deberán adaptarse a su nueva escuela y a sus nuevos compañeros de colegio (fotograma 1), entre los que se encuentra el hijo del jefe de su padre, con quien establecerán una dura disputa sobre cuál de los respectivos padres “es más importante”. Con esta mínima anécdota argumental, Ozu nos ofrece un compendio de brillantes momentos en los que el humor de las escenas infantiles se alterna con una amarga visión de la estricta jerarquización social del mundo de los adultos.
 
Yoshii (Hideo Sugawara), el padre de los dos hermanos protagonistas, Chichi (Tatsuo Saitô) y Keiji (Tomio Aoki), mantiene una actitud de sumisión hacia el jefe de su oficina, el señor Iwasaki (Takeshi Sakamoto), un comportamiento que sus dos hijos contemplan decepcionados y que no dudan en reprochar abiertamente a su padre. En este sentido, la mirada de los dos pequeños sirve para poner en evidencia la gris existencia de Yoshii, un empleado resignado a pasar el resto de su vida laboral en el puesto de oficinista que habría conseguido gracias a sus constantes atenciones con el jefe Isawaki. Una mirada que pasa de la decepción a la humillación cuando los dos hijos se ven obligados a contemplar a su padre haciendo payasadas en las películas familiares del señor Iwasaki, durante una proyección a la que son invitados por el hijo de éste, Taro (Seiichi Kato).
 
De regreso a casa, y después de comentar con su hermano menor su decepción por el comportamiento de Yoshii (“¿Crees que papá es importante?”; “Supongo que sí”; “¡Estúpido, no lo es!”), Chichi se encara con crueldad con el padre de familia (“¡Tú no eres importante! ¡No eres nadie! ¡No eres nada!”), poniéndole en evidencia ante la madre Haha (Mitsuko Yoshikawa), en una durísima secuencia que dará paso a otra dramática escena en la que, mientras Yoshii se lamenta resignado por su suerte y el porvenir de sus hijos (“Sé cómo se sienten. Es un problema con el que tendrán que vivir siempre”), Haha se muestra incapaz de encontrar palabras de consuelo para su marido; un doloroso silencio que parece corroborar las hirientes palabras de Chichi (fotograma 2).
 
Pero, al mismo tiempo que ponen en evidencia la actitud de su padre, Chichi y Keiji reproducen en muchos momentos en su relación con Taro las mismas pautas de comportamiento que reprochan a Yoshii. Así, cuando Taro les ofrece ir a ver las películas de su padre a su casa a cambio de unos huevos de codorniz, los dos hermanos no dudan en pagar su tributo para poder asistir a la velada en la que contemplarán humillados a Yoshii haciendo el payaso ante la cámara del jefe Iwasaki. No en vano, Ozu nos ha sugerido ya anteriormente el paralelismo entre el mundo adulto y el infantil mediante un travelling a lo largo de la clase escolar que se encadena por corte con el mismo movimiento de cámara en la oficina de Yoshi.
 
Esta reproducción del comportamiento de los adultos por parte de los menores se ve también en el resto de personajes que forman el universo infantil de la película, como en el caso del joven vendedor ambulante de cerveza, que defiende a los dos hermanos frente al grandullón de la pandilla (como agradecimiento por haber hecho que la madre comprara su cerveza) pero, cuando los hermanos le piden que se ensañe con Taro, se niega a hacerlo con el argumento de que “es un buen cliente. Su familia compra mucho más cerveza que la vuestra”.
 
Hay también en He nacido, pero momentos de humor hilarante: Taro limpiando el suelo antes de hacerse el muerto para no ensuciar su ropa nueva, el pequeño de la pandilla obligado a llevar un cartel colgado del cuello advirtiendo que no se le debe dar nada de comer por estar enfermo de la barriga, el niño que alardea de que su padre es “el más importante” por ser capaz de quitarse los dientes, o las divertidísimas muecas del pequeño Keiji burlándose de sus rivales (siempre que se sepa a salvo de ellos – fotograma 3). Secuencias en las que Ozu obra el milagro de mostrar el lado más espontáneo y natural de sus pequeños protagonistas con una puesta en escena que, si bien no había alcanzado todavía su estilo más depurado (como evidencian los numerosos travellings a los que el director renunciará más adelante en favor de sus célebres planos fijos siempre a ras de suelo que caracterizarán sus posteriores películas de la etapa sonora), muestra ya algunos de los elementos que se convertirán en auténticos leitmotiv de su cine: el constante paso de trenes y los planos de ropa tendida al sol, como vemos en el plano de Yoshii realizando sus ejercicios matutinos antes de afrontar una nueva jornada de trabajo (fotograma 4).
 
David Vericat
© cinema esencial (abril 2014)
 
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