La balada de Cable Hogue

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La balada de Cable Hogue
Director:
Sam Peckinpah

Título Original: The Ballad of Cable Hogue / Año: 1970 / País: Estados Unidos / Productora: Warner Bros. Pictures / Duración: 120 min. / Formato: Color - 1.85:1
Guión: John Crawford, Edmund Penney / Fotografía: Lucien Ballard / Música: Jerry Goldsmith
Reparto: Jason Robards, Stella Stevens, David Warner, L.Q. Jones, Strother Martin, Slim Pickens
Fecha estreno:  18/03/1970

Resulta sorprendente ver al autor de Grupo Salvaje (elogiado título de la filmografía de Peckinpah que particularmente no considero entre los mejores del director), Perros de paja o Quiero la cabeza de Alfredo García (no tanto al de, esta sí desde mi punto de vista extraordinaria, Duelo en la alta sierra, con la que el título que nos ocupa mantiene no pocos elementos en común, empezando por su adscripción al subgénero del ‘western crepuscular’) enfrascado en una película como La balada de Cable Hogue; tanto es así que uno diría que algunos de sus momentos y recursos más discutibles (la tosca reiteración de la imagen de los pechos de la bella Hildy - Stella Stevens – en su primer encuentro con Cable Hogue – Jason Robards - o el uso de la cámara rápida en algunas secuencias) están ahí para compensar el evidente tono emotivo de buena parte de su metraje, como si el propio Peckinpah sintiera cierto rubor ante la sensibilidad de la que hace gala su protagonista, sin duda alguna uno de los más atípicos personajes de la historia del género (aunque ello no impidiera, en todo caso, que el director considerara ésta película como su favorita entre todas las de su filmografía).
 
El arranque de la película supone ya toda una declaración de principios acerca de la catadura moral del protagonista: si la precedente Grupo salvaje se iniciaba con la imagen de un grupo de niños regocijándose ante la visión de unos escorpiones devorados por un enjambre de hormigas (en una no demasiada sutil metáfora de la crueldad intrínseca en el comportamiento del ser humano), aquí vemos por el contrario a Cable Hogue disculpándose ante un reptil en el momento de intentar darle caza para saciar su hambre (fotograma 1), justo antes de verse sorprendido por dos pistoleros que, tras robarle el poco agua que le queda, le abandonan a su suerte en medio del desierto. El filme se inicia, de hecho, con la historia en pleno desarrollo, y muy pronto comprendemos que la pareja de asaltantes, Taggart y Bowen (L.Q. Jones y Strother Martin), habían sido una suerte de compinches del protagonista (buscadores de oro, cazadores de recompensas o simples maleantes) al que acaban traicionando después de vagar perdidos por el desierto sin que sepamos el motivo de su infortunio.
 
Tras un tortuoso periplo, y justo cuando está a punto de fallecer en medio de una tormenta de arena, Cable Hogue encuentra un pozo de agua ubicado a medio camino entre los poblados de Deaddog y Gila City, y allí decidirá establecerse cuando descubre las huellas de la diligencia que une las dos poblaciones, consciente del enorme valor estratégico de su hallazgo (“Gente. Que va a algún sitio por un camino. Y yo estoy en él. Yo y mi agujero con agua”) y con la esperanza de poder vengarse en el futuro de sus antiguos compinches. A partir de este momento, la historia se va a desarrollar entre el enclave fundado por el protagonista y la población de Deaddog, adonde Hogue acude para registrar su propiedad y en la que el protagonista caerá perdidamente enamorado de la prostituta Hildy, hasta el punto de que será esa, la historia de amor entre ambos, la que dominará buena parte del metraje de la película ofreciéndonos algunos de sus mejores momentos: desde el primer encuentro de la pareja en la habitación en la que Hildy recibe a sus clientes hasta, sobre todo, las secuencias en Cable Springs adonde finalmente se traslada Hildy huyendo de “las buenas gentes de la ciudad” (incluyendo un desacomplejado episodio musical en el que la pareja celebra su amor que a buen seguro provoca no poco desconcierto entre los seguidores de Peckinpah – fotograma 2).
 
“Hildy no es de nadie. No me pertenece. Ella tiene su vida y yo tengo la mía, aquí”, arguye Cable Hogue ante el estrafalario predicador Joshua (David Warner), dejando claro una vez más un código ético que le distancia tanto de los habitantes de Deaddog (“¿No te importa lo que soy?, le pregunta Hildy en un momento de la película, a lo que Hogue responde con naturalidad “Nunca me ha importado. Lo he disfrutado”) como del propio predicador, al que veremos seduciendo lascivamente a una inocente joven aprovechándose de la autoridad que le confieren sus falsos hábitos. Cable Hogue es un hombre atado a un lugar a causa de su determinación por vengarse de los hombres que le traicionaron (“tarde o temprano pasarán por aquí”), lo que provocará la partida de Hildy, en una separación que el protagonista pretende como no definitiva pero que se verá condenada por la fatalidad que tomará la forma de un flamante automóvil que simboliza el fin de una época a la que pertenece el protagonista.
 
Una fatalidad que se anuncia ya en el momento en el que el protagonista está a punto de consumar su venganza sobre Taggart y Bowen (“Eso será un problema algún día”, alcanza a vaticinar ante la imagen del primer automóvil que ve pasar de largo por su puesto de repostaje) y que se consumará con el más anti-heroico de los desenlaces de la filmografía del director (cuando no de la historia del género), con Cable Hogue atropellado mortalmente por el automóvil en el que había regresado Hildy con la intención de reunirse con su amado, deparándonos de paso el que es sin duda el momento cumbre de la película: herido de muerte, ante la mirada de la desconsolada Hildy, Hogue le pide a Joshua que recite su sermón funerario para poder escucharlo todavía en vida (“lo odioso no es la muerte en sí, es el no saber qué dirán de uno, eso es todo” – fotograma 3); con las palaras de Joshua, y mediante una repentina elipsis (como si Peckinpah rehuyera de nuevo cualquier atisbo de emotividad forzada), pasamos ya a las imágenes del funeral de Hogue (fotograma 4), y de ahí a un plano general de Cable Springs desde donde vemos partir la vieja diligencia y el flamante automóvil (cada uno por el lado contrario, marcando el lugar exacto en el que termina una época y empieza otra nueva – fotograma 5) mientras escuchamos las últimas palabras del predicador en honor al protagonista:
 
“Vivió y murió en el desierto. Y estoy seguro de que en el infierno no hace demasiado calor para él. Nunca fue a la iglesia. No le hacía falta. El desierto era su catedral”.
 
David Vericat
© cinema esencial (octubre 2017)

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