Título Original: Freaks / Año: 1932 / País: USA / Productora: Metro-Goldwyn-Mayer / Duración: 64 min. / Formato: BN - 1.37:1
Guión: Willis Goldbeck, Leon Gordon, Al Boasberg (Relato: Tod Robbins) / Fotografía: Merrit B. Gerstad
Reparto: Wallace Ford, Leila Hyams, Olga Baclanova, Roscoe Ates, Henry Victor, Harry Earles, Daisy Earles, Rose Dione, Daisy Hilton, Violet Hilton, Schlitze, Josephine Joseph, Johnny Eck, Frances O'Connor, Peter Robinson, Olga Roderick, Angelo Rossitto
Fecha estreno: 12/02/1932 (Los Angeles, California)
“No les hemos mentido amigos. Les dijimos que teníamos monstruosidades vivientes. Se rieron de ellos, se estremecieron incluso, y sin embargo por un accidente de nacimiento podrían ser igual que ellos. No pidieron que les trajeran al mundo, pero al mundo vinieron. Tienen su propia ley. Si ofendes a uno, ofendes a todos”
Si hiciéramos una recopilación de las películas que podemos considerar únicas y singulares, La parada de los monstruos ocuparía sin ningún género de dudas uno de los puestos más destacados. Obra aterradora y fascinante a partes iguales, resulta imposible no sentirse subyugado desde el primero hasta el penúltimo minuto (si descontamos un desafortunado e innecesario epílogo que en cualquier caso no resta ningún mérito al conjunto de la obra) por las inquietantes e hipnóticas imágenes de ese circo habitado por un ejército de seres a cual más extraordinario: enanos, tragasables, siamesas, mujeres barbudas, hombres y mujeres sin extremidades, individuos mitad hombre mitad mujer, extraños elfos que parecen surgidos de un cuento gótico… Browning, miembro durante su juventud de una compañía circense en la que actuó como contorsionista, retrata con asombrosa familiaridad y cercanía a los auténticos protagonistas de su película, aproximándose en su primera mitad a un estilo casi documental con el que el director nos va presentando a todos los personajes de la compañía, casi siempre a través de su relación con el payaso Phroso (Wallace Ford) quien, en su empatía con sus compañeros del circo, parece encarnarse como alter ego del propio director (sirva como muestra la secuencia en la que Phroso elogia el nuevo vestido de Schlitze ante las gemelas Elvira y Jennie Lee, uno de los extraordinarios momentos en los que la esencia de los personajes reales se adueña por completo de la pantalla - fotograma 1).
Este estilo cercano al documental no excluye, también desde el principio, imágenes de una extraña e hipnótica belleza, como el bucólico plano en el que descubrimos por primera vez a algunos miembros de la troupe circense jugando alegremente en un claro de un bosque cercano a su campamento de caravanas (fotograma 2); o, más adelante, la imagen del grupo reunido alrededor del lecho en el que la mujer barbuda (Olga Roderick) acaba de dar a luz a su pequeño; ni tampoco momentos de sorprendente humor, como los protagonizados por, Roscoe (Roscoe Ates), el esforzado novio de una de las dos siamesas, Daysi (Daisy Hilton), en su relación con su inseparable cuñada, Violet (Violet Hilton), a la que trata como si pudiera actuar independientemente de su hermana (“¡Daisy se queda aquí!”, protesta impotente cada vez que Violet muestra intención de marcharse) y, más tarde, con el pretendiente de Violet, a quien, después de ser presentados, propone sin inmutarse: “Tienen que venir a visitarnos de cuando en cuando” (!).
Toda esta armonía en la que habitan estos seres extraordinarios (podría hablarse realmente de una especie de paraíso en el que nadie sería despreciado ni infravalorado en función de sus especiales características físicas o psíquicas) se va a ver dramáticamente alterada por dos de los personajes normales del circo (y sobra explicitar las connotaciones negativas que el término “normalidad” adquiere en este caso): la pérfida trapecista, Cleopatra (Olga Baclanova), y el forzudo Hércules (Henry Victor), que urdirán una trama para, aprovechándose de la atracción que siente por la trapecista el enano Hans (Harry Earles), intentar robarle el dinero de la herencia que acaba de recibir. Trama que culminará con la grotesca ceremonia nupcial de Cleopatra con el ingenuo Hans, dando lugar a algunos de los episodios más desasosegantes de la película: el humillante trato que Cleopatra y Hércules dedican a Hans, ridiculizándole sin ningún escrúpulo ante sus compañeros, y, sobre todo, el ritual en el que los invitados pretenden aceptar a Cleopatra como un nuevo miembro del grupo, bebiendo sucesivamente de una enorme copa que finalmente le hacen llegar al grito de “¡Es uno de los nuestros!”, lo que provocará el violento rechazo de la aterrorizada novia (fotograma 3).
Descubierta la siniestra trama de Cleopatra y Hércules (a los que uno de los miembros del grupo sorprende suministrando veneno a Hans), la compañía decide actuar para salvar a su compañero y escarmentar a la despreciable pareja. Los apacibles seres extraordinarios se convierten, ahora sí, en monstruos deformes y abominables que, en una noche de tormenta, se arrastran sobre el fango (fotograma 4) para dar muerte al forzudo y convertir por fin a la bella Cleopatra en uno de los suyos, el más terrorífico de todos los monstruos y espeluznante nueva atracción de feria presentada ante los atónitos ojos de los espectadores por el siniestro maestro de ceremonias:
“Nadie sabe cómo llegó a este estado. Algunos dicen que fue un amante celoso. Otros, la ley de los monstruos. Otros, la tormenta. Lo crean o no, ahí la tienen”.
David Vericat
© cinema esencial (julio 2016)
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