Master and Commander: Al otro lado del mundo

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Master and Commander: Al otro lado del mundo
Director:
Peter Weir

Título Original: Master and Commander: The Far Side of the World / Año: 2003 / País: Estados Unidos / Productora: 20th Century Fox / Miramax / Universal Pictures / Duración: 137 min. / Formato: Color - 2.35:1
Guión: Peter Weir, John Collee (Novelas: Patrick O'Brian) / Fotografía: Russell Boyd / Música: Christopher Gordon, Iva Davies, Richard Tognetti
Reparto: Russell Crowe, Paul Bettany, James D'Arcy, Max Pirkis, Lee Ingleby, Robert Pugh, David Threlfall, Edward Woodall, Ian Mercer, Billy Boyd, Joseph Morgan, Richard McCabe, Chris Larkin, George Innes, Mark Lewis Jones, Bryan Dick, Alex Palmer, John DeSantis, Patrick Gallagher
Fecha de estreno: 14/11/2003 (USA - Canadá)

“Abril de 1805. Napoleón es amo y señor de Europa. Sólo la flota británica le hace frente. Los océanos son campos de batalla”
 
Enfrentarse en pleno siglo veintiuno a un título como Master and Commander supone un acontecimiento tan reconfortante como, por desgracia, excepcional en el lamentable panorama de las grandes superproducciones cinematográficas contemporáneas. Ya desde las primeras imágenes a bordo del Surprise (en un breve prólogo nocturno en el que Weir nos introduce de manera magistral en el buque de la armada inglesa, escenario prácticamente único de esta excelente película de aventuras – fotograma 1), el espectador advierte que se encuentra ante una propuesta atípica, en la que la atmósfera y el (buen) gusto por los detalles serán elementos determinantes a la hora de poner en imágenes esta soberbia adaptación que, tomando como punto de partida la décima entrega de la saga literaria de Patrick O'Brian, ‘La costa más lejana del mundo’ (1984), recrea algunos de los pasajes (pero sobre todo la esencia allí contenida) de la serie de veintiuna novelas que el escritor forjó entre 1970 y 1999.
 
Tras el mencionado prólogo, la película arranca con la fantasmal aparición entre la niebla del temible Acheron, el buque de la armada francesa que el capitán del Surprise, Jack Aubrey (Russell Crowe), tiene órdenes de hundir (una escena que contiene la primera de las muchas imágenes memorables del film cuando, advertido por uno de sus oficiales, Aubrey inspecciona el horizonte con su catalejo hasta que el destello de un cañonazo delata la presencia e inminente ataque del barco enemigo – fotograma 2). A partir de este primer enfrentamiento, del que el Surprise logra escapar justamente ocultándose en la espesa niebla que había propiciado la aparición por sorpresa del buque francés, el Acheron se convertirá en una auténtica obsesión del capitán Aubrey, quien, desoyendo las recomendaciones del resto de sus oficiales y de su gran amigo, el doctor Stephen Maturin (Paul Bettany), no dudará un segundo en ordenar la reparación del buque para partir a la caza de su Moby Dick particular (el paralelismo con el personaje de Melville es evidente, aun cuando el comportamiento del protagonista distará enormemente de la locura que acabará dominando al mítico capitán Ahab).
 
Con este argumento central (la caza y captura del Acheron), y gracias a un magnífico guion que logra hilvanar diversas historias y personajes que, lejos de detener la trama principal, la hacen avanzar confiriéndole una enorme riqueza de matices y perspectivas, Weir nos ofrece una de las más emocionantes historias sobre la amistad, el valor y el sacrificio que nos ha dado el cine en mucho tiempo. Un film que entronca con clásicos del género como El mundo en sus manos, El hidalgo de los mares (Raoul Walsh, 1951 y 1952) o Los contrabandistas de Moonfleet (Fritz Lang, 1955; en este último caso especialmente por las similitudes entre la historia de iniciación del joven protagonista langniano y la del joven Lord Blakeney - Max Pirkis – en el film de Weir).
 
La sucesión de imágenes a partir de las relaciones entre los diversos miembros de la tripulación que forman el microcosmos de la película es formidable: la amputación del brazo del joven Blakeney o la trepanación de cráneo del viejo Joe Plaice (George Innes) – seguida con reverencial expectación por el resto de la tripulación – a cargo del doctor Maturin; el capitán Aubrey entregando un libro del almirante Nelson al convaleciente Blakeney, sorprendido por uno de sus oficiales mientras escribe a su “querida Sophie”, o contemplando fugazmente el joven rostro de una indígena durante una parada para el aprovisionamiento del Surprise; y, por supuesto, las veladas musicales entre Aubrey y Maturin en el camarote del capitán (fotograma 3), son sólo algunos de los muchos momentos que enriquecen la trama principal de la película a partir de las diferentes historias y situaciones que se suceden a bordo del navío.
 
Mención aparte merece la terrible historia de la maldición del oficial Hollom (Lee Ingleby), a quien el resto de la tripulación hace responsable de todas sus calamidades y que, tras el  dramático episodio en el que el capitán Aubrey se ve obligado a sacrificar a uno de sus hombres para salvar al Surprise (uno de los momentos más intensos y emotivos del film, con el protagonista cortando la soga de la que cuelga el mástil al que se agarra el marinero caído al agua para evitar el hundimiento del navío en plena tempestad – fotograma 4), e incapaz de soportar la conspiración de sus subordinados, acabará lanzándose por la borda para desaparecer en las profundidades del océano (una subtrama que entronca con uno de los temas omnipresentes en la filmografía de Weir: el de la imposibilidad de adhesión o reconocimiento por parte de una comunidad hacia un individuo no perteneciente a la misma).
 
Pero, como ya se ha apuntado, y además de un formidable film de aventuras, Master and Commander es ante todo la hermosa historia de la relación de dos hombres que deberán sacrificar sus concepciones personales (y profesionales) más íntimas en favor del profundo sentimiento de amistad que les une, tal como veremos en el episodio en el que, tras un incidente a raíz del cual el doctor Maturin resulta gravemente herido, el capitán Aubrey decide renunciar a la persecución del Acheron para desembarcar en las islas Galápagos como la única opción de salvación de su amigo (o, cuando menos, para concederle la posibilidad de morir en el entorno que tanto ansiaba explorar: espléndido el plano cenital de Maturin transportado en camilla – se diría que levitando - sobre el suelo de las Encantadas al son de la suite para cello BWV1007 de Bach – fotograma 5), lo que dará lugar a la magistral secuencia en la que Maturin decide autooperarse consiguiendo extraer la bala de su abdomen, ante el asombro de sus improvisados ayudantes.
 
Un primer sacrificio que Maturin devolverá a su amigo cuando, en plena expedición naturalista sobre las Galápagos, el científico avistará al otro lado de la isla la esbelta silueta del Acheron y, con el fin de avisar cuanto antes a Aubrey, se verá obligado a soltar sus capturas para poder regresar cuanto antes al campamento (una secuencia, la del avistamiento del buque francés, que Weir concluye con otro plano memorable: Maturin recoge un pequeño escarabajo y, cuando lo levanta sobre la palma de su mano para inspeccionarlo, descubre el velamen del buque francés en el horizonte, momento que Weir resuelve con un transfoque – un recurso que casi siempre me resulta molesto y gratuito y aquí se me antoja como perfecto -  que nos lleva de la diminuta imagen en primer plano del escarabajo a la amenazante presencia del Acheron en la lejanía).
 
“¿No dices que ese pájaro no puede volar? Entonces no se irá a ninguna parte”, observa irónico el capitán Aubrey a su amigo Maturin justo antes de reiniciar la persecución de su ansiada presa al son de la Música nocturna de las calles de Madrid de Bocherini mientras, a lo lejos, se divisa el majestuoso velamen del Acheron recortándose en el horizonte (fotograma 6).
 
David Vericat
© cinema esencial (noviembre 2014)

VÍDEOS: 
Trailer (V.O.I.)

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