Ser o no ser

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Ser o no ser
Director:
Ernst Lubitsch

Título Original: To Be or Not to Be / Año: 1942 / País: Estados Unidos / Productora: Romaine Film Corporation / Duración: 99 min. / Formato: BN - 1.37:1
Guión: Edwin Justus Mayer (Historia: Melchior Lengyel) / Fotografía: Rudolph Maté / Música: Werner R. Heymann
Reparto: Carole Lombard, Jack Benny, Robert Stack, Stanley Ridges, Felix Bressart, Lionel Atwill, Sig Ruman, Tom Dugan, Charles Halton, George Lynn
Fecha estreno:  19/02/1942 (Los Angeles, California - premiere) / 06/03/1942 (USA)

En el cine de comedia están las grandes obras maestras y está To be or not to be, para quien esto escribe una de las más sublimes muestras que ha dado el género en los más de cien años de historia del séptimo arte: screwball, crítica política, comedia de enredo, guerra de sexos, representación, intriga bélica, cambios de identidad… todo ello aderezado con el inconfundible toque Lubitsch para ofrecernos una tan demoledora como oportuna sátira contra el nazismo (rodada tan solo dos años después de la irrupcion del ejército alemán en Polonia y estrenada apenas tres meses después de la entrada en guerra de los Estados Unidos) bajo el manto de una inteligentísima y desternillante comedia en la que resulta imposible decir si la brillantez de los diálogos supera la perfección de un guion que se presenta como un magistral mecanismo de relojería en el que las situaciones hilarantes (aderezadas con un excitante contrapunto de suspense) se suceden sin tregua y a un ritmo vertiginoso.
 
El arranque del filme no puede ser más estimulante por lo insólito del planteamiento: en la Varsovia todavía libre, la multitud contempla asombrada la figura del Führer paseando tranquilamente por las calles de la ciudad (fotograma 1). Inmediatamente, un breve flashback va a servir para aclarar la sorprendente imagen, al tiempo que para presentarnos a los protagonistas de la historia, una compañía teatral que está ensayando una obra sobre los nazis, al frente de la cual se encuentran dos grandes estrellas de la escena polaca, el matrimonio formado por Joseph y Maria Tura (Jack Benny y Carole Lombard), que muestran tanta complicidad entre bambalinas como rivalidad en el escenario. El falso Hitler, descubriremos, no es más que uno de los actores de la compañía, Bronski (Tom Dugan), empeñado en demostrar al director del espectáculo la verosimilitud de su caracterización, lo que da pie a una de las muchas y brillantes andanadas contra el dictador contenidas en los diálogos de la película (“No me convence. Para mí es solo un hombre con  bigote”, se queja el director; a lo que uno de los miembros de la compañía responde: “Sí, es lo que es Hitler”).
 
Ésta de Bronski interpretando a Hitler, va a ser sólo la primera de una seria de representaciones (a cual más hilarante) que los miembros de la compañía van verse obligados a realizar fuera del escenario, una vez planteada la situación argumental (que Lubitsch resuelve en el primer tercio del filme en una secuencia muy hichcockniana por cuanto se erigirá en una especie de MacGuffin para dar rienda suelta a la rocambolesca trama de espionaje) en la que se nos da cuenta de los planes del traidor profesor Siletsky (Stanley Ridges) para identificar a los miembros de la resistencia polaca ante los mandos de la Gestapo. Una trama principal que se verá punteada por el conflicto sentimental surgido en el matrimonio Tura a raíz de la aparición en escena del joven teniente Sobinsky (Robert Stack), cuya elocuente carta de presentación en su primera cita con su admirada estrella (“Puedo soltar 3 toneladas de dinamita en 2 minutos” – fotograma 2) despertará las pulsiones más inconfesables de la actriz (y que dará lugar a una seria de gags, no por repetidos menos ocurrentes, a partir del célebre monólogo que da título a la película y que servirá de secreto mensaje amoroso entre el teniente y la actriz).
 
A partir de este momento, la sátira política y la comedia de guerra de sexos van a ir de la mano, no solo de manera alternada sino incluso superponiéndose a causa de los incontrolados celos del vilipendiado marido que estarán a punto de provocar el desastre en más de una ocasión, lo que dará lugar a varios momentos antológicos: véase el episodio en el que el actor, alterado por las noticias del posible romance de Maria con el joven teniente, se confunde de puerta en plena representación ante el profesor Siletsky provocando que éste descubra su falsa identidad (memorable y elocuente paradoja, la de hacer que el protagonista se delate por su descuido justamente con una puerta como tantas otras tan características del cine de Lubitsch – fotograma 3); o las constantes réplicas en las que el protagonista no duda en reprender a su esposa su comportamiento, aun en los momentos más dramáticos o peligrosos  (“Si no volviera, te perdono lo sucedido entre tú y Sobinsky; pero si vuelvo… será otra cuestión”).
 
Todo ello, como ya se ha dicho, a lo largo de sucesivas representaciones fuera del escenario (que, en otra magnífica paradoja, tiene lugar justamente después de que la compañía reciba la noticia de que su obra sobre los nazis ha sido prohibida; es decir: lo que no van a poder representar sobre el escenario van a acabar representándolo en la vida real) que van a configurar algunos de los grandes momentos de la película. La primera de estas representaciones es la ya aludida del protagonista haciéndose pasar por el coronel Ehrhardt ante Siletsky, que culminará con la muerte (¡en el escenario del teatro!) del traidor a manos de Sobinsky (fotograma 4). En la siguiente representación, Joseph Tura se caracteriza como el difunto Siletsky ante el verdadero coronel Ehrhardt (Sig Ruman): aquí son constantes las réplicas que dejan en evidencia la estulticia del dirigente de la Gestapo, incluyendo la que cierra la secuencia, ya memorable, en la que, ante la mención por parte del protagonista al “famoso actor Joseph Tura”, el coronel responde que sólo lo vio actuar una vez y que le pareció que “hizo con Shakespeare lo que nosotros estamos haciendo con Polonia” (!).
 
La tercera mascarada es todavía más desternillante por lo que supone de vuelta de tuerca de la situación de equívocos planteada: confrontado el falso Siletsky ante el cadáver del verdadero profesor, el protagonista logrará resolver la comprometida situación convenciendo al confundido coronel Ernhardt de que él es el verdadero Siletsky (el ingenioso juego con las barbas postizas es tan emocionante como divertido), pero cuando la situación ya parece felizmente resuelta, hacen aparición los miembros de la compañía teatral (alertados previamente por Maria del peligro que corre su marido) para rescatar a su compañero haciéndose pasar por miembros del alto mando nazi que acuden a arrestar al falso Siletsky… al que desenmascaran como impostor ante las narices del atónito Ernhardt (!!).
 
Para la cuarta y última representación, Lubitsch (responsable no acreditado del guion junto a Edwin Justus Mayer) se reserva el momento cumbre de la película, con la compañía teatral en pleno interpretando su función más compleja y arriesgada en presencia del mismísimo Führer. Las palabras del modesto actor Greenberg (Felix Bressart) recitando a Shakespeare en el momento de ser apresado por los falsos nazis (“¿Acaso no tenemos ojos? ¿No tenemos manos, órganos, sentidos, afectos, pasiones?” – fotograma 5) nos recuerdan el implacable alegato de una obra que, bajo la inofensiva apariencia de la comedia, advertía al público sobre el enorme peligro que se cernía sobre la humanidad.
 
David Vericat
© cinema esencial (enero 2018)
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