Vidas rebeldes

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Vidas rebeldes
Director:
John Huston

Título Original: The misfits / Año: 1961 /  País: Estados Unidos / Productora: Seven Arts Productions Duración: 124 min. / Formato: B/N - 1.66:1
Guión: Arthur Miller / Fotografía: Russell Metty / Música: Alex North
Reparto:  Clark Gable, Marilyn Monroe, Montgomery Clift, Eli Wallach, Thelma Ritter, Estelle Winwood, James Barton, Kevin McCarthy
Fecha de estreno: 31/01/1961 (NY)

Puntualización previa: no me encuentro entre los admiradores acérrimos de la obra de John Huston, un director para mi gusto a la sombra de su propio personaje, con una obra irregular y en bastantes ocasiones carente de un estilo reconocible (significativa en este sentido la cita que encabeza la página del director en esta misma web) y que se encuentra, desde mi punto de vista, un escalón por debajo de los grandes autores que abordaron los dos géneros más presentes en su filmografía, el del cine negro y el de aventuras (pienso principalmente en Lang, Hawks y Walsh). Quizá sea por este motivo que las obras del director que prefiero sean aquéllas que retratan a personajes en decadencia, cuando no directamente a perdedores que luchan desesperadamente por un objetivo (material o ideal) que se nos muestra desde el principio improbable, ya sea profesional (Fat City), en forma de riqueza (El tesoro de Sierra Madre) o emocional, como es el caso de estos inadaptados a los que alude el título original de Vidas Rebeldes.
 
Escrita por el dramaturgo y entonces marido de Marilyn Monroe, Arthur Miller, The Misfits es una durísima película sobre la decadencia de unos personajes que trascienden inevitablemente el espacio de la ficción para convertirse en crueles reflejos de los actores que interpretan esta historia de seres a la deriva: Clark Gable, Montgomery Cliff y la propia Marilyn Monroe (en este último caso, la imagen es especialmente severa, teniendo en cuenta que fue servida por la pareja sentimental de la actriz). Si a esto añadimos el hecho de que el film supuso el último trabajo de sus dos protagonistas (Gable falleció de un ataque al corazón pocos días después de terminar el rodaje, mientras que Marilyn dejaría inacabada su siguiente película), y el mal recibimiento que tuvo la obra por parte de la crítica, la aureola de “film maldito” de esta desgarrada y triste película se presenta como plenamente justificada.
 
Ya desde la primera escena, la presentación de Roslyn Taber (Marilyn Monroe) no puede ser más despiadada. Primero, durante la conversación entre Isabelle (Thelma Ritter) y Guido (Eli Wallach),  en la que, mientras Isabelle menciona la atracción que Roslyn despierta en los hombres como si de una maldición se tratara, intuimos la silueta de la protagonista tras las ventanas (fotograma 1), encerrada en la vivienda como si (extremando la metáfora) nos encontráramos ante un monstruo de feria que hubiera que mantener a salvo de las miradas de los curiosos (significativa en este sentido, la reacción de Guido cuando Roslyn se asoma finalmente por la ventana, cayendo inmediatamente hechizado ante la imagen de la protagonista). Inmediatamente después, cuando Isabelle entra en la vivienda, vemos a Roslyn frente a un espejo (de innegable similitud con el de cualquier camerino) intentando en vano memorizar las frases que debe pronunciar en el juicio de su divorcio (fotograma 2): la escena de Roslyn/Marilyn incapaz de retener las palabras de su texto es sin duda alguna una de los más despiadados retratos de una actriz que tuvo que luchar durante toda su carrera contra la imagen de personaje frívolo y superficial (víctima de un físico que la encumbró como la perfecta representación de los anhelos sexuales del público masculino y que para la actriz acabó representando una auténtica maldición).
 
Si la presentación de Roslyn/Marilyn es lacerante, la de Gay Langland (Clark Gable) no se queda a la zaga: la primera vez que vemos al personaje es en el andén de una estación de tren, despidiéndose de una mujer ya madura que trata en vano de convencerle de que siga a su lado con argumentos más bien poco pasionales (“¿Te lo pensaras? Es la segunda lavandería más importante de St. Louis”), en una escena que nos da cierta idea de los métodos a los que recurre el personaje para conseguir algo de dinero a costa de mujeres solitarias. Si esto no fuera suficiente, la propia imagen del protagonista (ataviado como un cowboy en pleno paisaje urbano) refuerza si cabe la idea de un personaje que parece estar fuera de su lugar y de su tiempo (fotograma 3). ¿Cabe mencionar una vez más la implacable relación que se establece entre ficción y realidad?
 
Presentados ambos personajes, el encuentro de los mismos no puede ser, de nuevo, más elocuente con lo anteriormente expuesto: tras salir de los juzgados, y mientras toman una copa en un bar, Gay conoce a Roslyn a través de Guido y el cowboy queda inmediatamente prendado de las cualidades físicas e "intelectuales" de la protagonista (“No acabé el bachillerato”; “Bueno, eso son buenas noticias”; “¿No le gustan las mujeres cultas?”; “No están mal, pero siempre quieren saber lo que estás pensando”).
 
Tras este encuentro, la historia se desarrollará en buena parte en la casa de campo de Guido, lugar al que se trasladan los cuatro personajes y en el que los dos protagonistas deciden instalarse en busca de una estabilidad física y emocional que se vislumbra a todas luces precaria, tal como sugiere esa vivienda inacabada situada en pleno desierto, en medio de ninguna parte. Especialmente admirable es la elipsis mediante la cual la película nos sitúa a Roslyn y Gay ya instalados en la vivienda de Guido: tras una primera noche de alcohol a la llegada de los personajes a la casa, Gay lleva a Roslyn de regreso y le intenta convencer durante el trayecto para que se trasladen a la casa de campo por un tiempo; Roslyn responde con sinceridad ante los sentimientos de Gay (“Yo no siento lo mismo que tú, Gay”), a lo que el cowboy reacciona con ironía (“Bueno, no te desanimes: podría ocurrirte finalmente”). La imagen funde a negro y en la siguiente escena vemos a Gay, en la habitación de la casa de Guido, despertando con un beso a Roslyn, desnuda bajo las sábanas de la cama (fotograma 4).
 
Pero la precaria estabilidad de la pareja se ve muy pronto quebrantada por el regreso de Guido, que convence a Gay para salir a la captura de una manada de caballos salvajes que ha descubierto en el trayecto. Los tres personajes parten hacia Dayton, en donde se celebra un rodeo, con la idea de conseguir la ayuda de alguno de los jinetes que participan en él, y allí encuentran a Perce Howland (Montgomery Clift), un cowboy alcohólico y medio sonado que no muestra ningún reparo en jugarse el tipo subido a un toro salvaje por unos cuantos dólares (un papel, de nuevo, con crueles coincidencias con la vida real del actor que lo interpreta, sumido en una espiral de alcoholismo y drogadicción tras el trágico accidente de coche que sufriera en 1956 durante el rodaje de El árbol de la vida).
 
Y así, guiado por la implacable mano de su guionista, y apoyado en la magnífica fotografía en blanco y negro de Russell Metty, Huston conduce a sus personajes (seres inadaptados, extraviados y errantes) a la búsqueda de una pequeña manada de caballos salvajes que cabalgan en libertad por la inmensidad del desierto (fotograma 5). A la búsqueda, en definitiva, de su propia identidad y su lugar en el mundo.
 
David Vericat
© cinema esencial (febrero 2014)
 
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VÍDEOS: 
Trailer (V.O.I.)

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