Título Original: Our Hospitality / Año: 1923 / País: Estados Unidos / Productora: Joseph M. Schenck Productions / Duración: 74 min. / Formato: B/N - 1.33:1
Codirector: John G. Blystone / Guión: Jean C. Havez, Joseph A. Mitchell (Historia: Clyde Bruckman) / Fotografía: Gordon Jennings, Elgin Lessley
Reparto: Buster Keaton, Joe Roberts, Ralph Bushman, Craig Ward, Monte Collins, Joe Keaton, Kitty Bradbury, Natalie Talmadge
Fecha de estreno: 03/11/1923 (Los Angeles, California)
Segundo largometraje (aquí en codirección con John G. Blystone) tras Las tres edades (también de 1923), La ley de la hospitalidad es la primera gran obra de Buster Keaton, un film de ritmo trepidante y repleto de ingeniosos gags que combinan una puesta en escena eficacísima con el habitual despliegue físico de su protagonista en muchas de sus secuencias (especialmente en la parte final de la película).
La trama argumental, como es habitual en estos casos, se puede resumir muy brevemente: durante el viaje en tren para tomar posesión de su propiedad recién heredada, Willie McKay (Buster Keaton) se enamora de su joven compañera de viaje (Natalie Talmadge), sin saber que la misma es hija de Joseph Canfield (Joe Roberts), el patriarca de una familia enfrentada a muerte durante generaciones con la estirpe de los Mckay.
Tras un dramático prólogo en el que se nos muestra el último enfrentamiento a muerte entre las dos familias, la película arranca veinte años después, en el Nueva York de 1830, con una insólita imagen de la calle 42 reproducida, según los intertítulos, a partir de un grabado de la época (fotograma 1). Esta recreación de los paisajes, ambientes, usos y objetos de la Norteamérica del siglo XIX es, por sí misma, una de las grandes virtudes del film: la imagen del joven Willie McKay montado en una preciosa draisiana (vehículo a dos ruedas precursor de la bicicleta a pedales, que no aparecería hasta algunos años después de la época en que se sitúa la historia – fotograma 2); la secuencia del sheriff ejerciendo de autoritario guardia de tráfico en un “peligroso cruce de calles” de la naciente Nueva York; la recreación de la humilde estación de ferrocarril y de uno de los primeros modelos ferroviarios; o la magnífica secuencia en la que los habitantes de la zona acuden al pie de la vía para ver pasar el “monstruo de hierro” (fotograma 3 - un hecho que con toda lógica debía ser todo un acontecimiento en la época), son sólo algunos de los ejemplos de la magistral visión historiográfica de la película.
Una vez a bordo del convoy ferroviario, la película nos depara veinte minutos con uno de los más extraordinarios e hilarantes viajes en tren nunca filmados (a todas luces precursor de la posterior y magistral El maquinista de La General, que Keaton rodaría apenas tres años más tarde): un polizón que, una vez expulsado del vagón, detiene por un instante el avance del pequeño convoy con la única fuerza de su brazo; un viejo campesino apedreando la máquina de tren para recoger los leños con los que el ingenuo maquinista responde el ataque; un asno parado sobre la vía que obliga a modificar a mano el trayecto de los raíles (!); o la escena del convoy ferroviario circulando fuera de la vía de tren (y la posterior imagen de los “diligentes” vigilantes rastreando el suelo con el pie en busca de los raíles). El desfile de gags, a cual más ocurrente, es continuo e inagotable.
A la llegada a Rockville, y tras despedirse de su joven compañera de viaje, el protagonista es identificado por uno de los hermanos Canfield, el cual, tras un primer intento fallido de acabar con su vida, regresa a la mansión familiar para advertir al patriarca de la presencia del heredero de los McKay. Pero (¡ay!), la joven Canfield se ha encaprichado con Willie McKay y le invita a cenar sin conocer la identidad del protagonista, invitación que el patriarca (desconociendo a su vez a que el objeto de los deseos de su hija es el propio McKay) acoge con la promesa de hacer que su invitado nunca olvide “la hospitalidad” de la familia.
Esa hospitalidad a la que alude el título de la película va a dar lugar a nuevos gags memorables, una vez que el protagonista llegue a la mansión de los Canfield y la dramática y peligrosa situación quede al descubierto: sabedor de que la ley de la hospitalidad les impide atacarle mientras se encuentre bajo su techo, Willie McKay hará lo imposible para permanecer en la mansión, dando lugar a momentos hilarantes en los que la vida del protagonista dependerá paradójicamente de si se encuentra apenas un metro dentro o fuera de la vivienda de sus enemigos (una situación absurda que tiene no pocos paralelismos en buena parte de las contiendas bélicas a lo largo de la historia de la humanidad).
Tras las secuencias en la mansión de los Canfield, la parte final del film contiene las escenas de corte más espectacular, con la persecución final que acabará con Willie McKay y la joven Canfield en los rápidos de un peligroso río y el rescate in extremis de la chica a manos del protagonista, justo a tiempo para salvarla de caer al vacío de una espectacular catarata (fotograma 4). Imágenes que son el alucinante testimonio del riesgo y la audacia con los que los pioneros construyeron algunas de las más grandes comedias de la historia del cinematógrafo.
David Vericat
© cinema esencial (marzo 2014)
Comentarios
Muy buena reseña sobre el genial Buster Keaton
Muchas gracias por tu comentario, Dana!
Muy buena reseña. Sólo
Muchas gracias por la