Título Original: L'Atalante / Año: 1934 / País: Francia / Productora: Gaumont / Duración: 82 min. / Formato: B/N - 1.37:1
Guión: Jean Vigo, Albert Riera (Argumento: Jean Guinèe) / Fotografía: Boris Kaufman, Louis Berger / Música: Maurice Jaubert
Reparto: Jean Dasté, Dita Parlo, Michel Simon, Gilles Margaritis, Louis Lefebvre, Maurice Gilles, Raphaël Diligent
Fecha estreno: 24/04/1934 (primera versión) - 14/09/1934 (versión adulterada) - 30/10/1940 (versión original restaurada)
“No estamos en los barcos para gandulear.
No navegamos para descansar.
Pegados al timón hacemos malabares
por la sonrisa de una joven, que nos retiene y nos llama.
Y si el tiempo es duro, debemos resistir,
pues tenemos el corazón alegre por ser marineros.
Los jóvenes embarcados durante largo tiempo
tienen el cuello bronceado.
Y los ojos del color del viento,
los marineros se los robaron”
En diciembre de 1933, Jean Vigo inicia el rodaje de L’Atalante, obra póstuma de una corta filmografía (ésta, más dos cortometrajes y su anterior obra maestra, Cero en conducta) que el director no llegará a ver nunca estrenada a causa una tuberculosis crónica de la que fallecerá en octubre de 1934, a la edad de 29 años. Apenas seis meses antes, el primer montaje de la película había sido menospreciado por los distribuidores que calificaron la obra como “confusa, incoherente, estrafalaria, aburrida, inverosímil e inútil” al tiempo que la acusaban de regodearse “en la fealdad y en la vulgaridad”, entre otras lindezas. En septiembre del mismo año, con Vigo ya postrado definitivamente en la cama en la que fallecería poco después, la productora Gaumont estrena una versión adulterada del original que, además de reducir su metraje y alterar el montaje de algunas secuencias, substituye la melodía original de Maurice Jaubert (incluida la Canción de los marineros, cuyo fragmento encabeza esta reseña) por una canción de moda de la época, Le Chaland qui passe, que servirá como nuevo título de la película. No será hasta 1940, con el reestreno de la película con el título original y, sobretodo, hasta la aparición de una copia finalmente restaurada en 1990, que la obra original de Jean Vigo (o su versión más fiel, cuando menos) llegará a las pantallas como la obra maestra que hoy en día conocemos, sin lugar a dudas, una de las películas más bellas y personales de la historia del cinematógrafo.
Creador avanzado a su época y artista a contracorriente, tal como ya había demostrado en la iconoclasta e irreverente Cero en conducta (prohibida en Francia hasta 1945 por “antipatriótica”), Vigo nos ofrece con su prematuro testamento cinematográfico una obra repleta de imágenes de extraordinaria potencia poética para narrar la historia de amor entre el capitán Jean (Jean Dasté) y la joven Juliette (Dita Parlo) a bordo de l’Atalante en su recorrido por el rio Sena. Una poesía que no es nunca gratuita ni meramente esteticista, sino que sirve para expresar con imágenes (acción lastimosamente olvidada en buena parte del cine contemporáneo) los diferentes (y a menudo contradictorios) estados de ánimo de los dos amantes: su deseo y su pasión, pero también sus temores, sus dudas y sus desencuentros.
El largo y sinuoso trayecto de los recién casados desde la iglesia a la barcaza (la duda), seguidos por los asistentes a la ceremonia, que más parecen formar parte de una comitiva fúnebre que nupcial (“Ella siempre ha sido diferente”, comenta con pesar una de las asistentes); la imagen de Jean abrazado a Juliette en la proa de la barcaza (fotograma 1 - la esperanza), y la de la silueta de la novia (tras desvanecerse en brazos del marinero) recorriendo la cubierta en sentido contrario al avance de la embarcación (fotograma 2 - el arrepentimiento y el temor); la pareja susurrándose palabras inaudibles al oído y besándose el rostro (la complicidad), mientras escuchamos las notas de la Canción de los marineros a cargo de papá Jules (Michel Simon) y el joven grumete (Louis Lefebvre); o, cómo no, dos de las más celebradas y audaces secuencias de la película: la inmersión de Jean en las aguas del Sena para buscar la imagen de la amada desaparecida (fotograma 3 - la ausencia), recordando la confesión que le hiciera Juliette (“En el agua se ve al amado. El año pasado te vi a ti. Por eso te reconocí cuando llegaste por primera vez”); y el momento en el que los enamorados, enfermos de deseo, se entregan a una danza de amor en la distancia (ella desde la cama de un viejo hotel, él desde el camastro de su camarote) en la que, mediante un montaje en paralelo con raccord de iluminación y movimientos, Vigo logra el milagro de fusionar los cuerpos de los dos amantes (fotogramas 4 y 5).
Hay otros episodios inolvidables: la secuencia en la que Juliette descubre fascinada los extraordinarios objetos que Jules guarda en su camarote, fruto de sus numerosas travesías transoceánicas (una secuencia que Vigo resuelve con un espléndido plano secuencia de seguimiento de los dos personajes desplazándose por el angosto camarote); el momento mágico en el que Jules (y el espectador con él) cree hacer sonar un viejo disco con la yema de su dedo (fotograma 6); o la seductora actuación del charlatán (Gilles Margaritis) ante una aturdida Juliette, durante la salida nocturna de la pareja antes de la ruptura. Son sólo algunos de los muchos momentos de inusitada y luminosa felicidad que conforman esta inolvidable y mágica sinfonía del amor.
David Vericat
© cinema esencial (julio 2016)
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