Título Original: Portrait of Jennie / Año: 1948 / País: Estados Unidos / Productora: Selznick International Pictures / Duración: 86 min. / Formato: BN/Color - 1.37:1
Guión: Paul Osborn, Peter Berneis (Novela: Robert Nathan) / Fotografía: Joseph H. August / Música: Dimitri Tiomkin
Reparto: Jennifer Jones, Joseph Cotten, Ethel Barrymore, Lillian Gish, Cecil Kellaway, David Wayne, Albert Sharpe, Henry Hull, Florence Bates, Felix Bressart, Clem Bevans, Maude Simmons
Fecha estreno: 25/12/1948 (Los Angeles, California - premiere) / 22/04/1949 (USA)
Debo confesar que William Dieterle forma parte de una no precisamente pequeña lista de directores (junto con Dwan, Stahl, De Toth, Daves, King o Milestone, entre otros) de los llamados ‘artesanos’ de la época dorada de Hollywood cuya obra me resulta todavía en buena parte desconocida (algo especialmente embarazoso por tratarse en la mayoría de los casos de autores con una ingente filmografía – en el caso de Dieterle, ¡nada menos que ochenta y ocho títulos!). Una carencia no por compartida (me temo que no pocos cinéfilos me acompañan en este caso) menos sonrojante y que, en el caso de Dieterle, y a tenor de las virtudes de un título como el que nos ocupa, se evidencia como completamente injustificada (y, en definitiva, como una de las principales motivaciones a la hora de crear esta página, que no es otra que la de suscitar la curiosidad por descubrir la obra de cineastas injustamente relegados al olvido en la actualidad).
Si hay algo que sorprende y atrapa desde el primer momento de una película como Jennie es su capacidad para recrear una atmósfera de cuento fantástico en plena ciudad de Nueva York. Desde las imágenes iniciales entre las nubes y, sobre todo, a partir del fantasmagórico plano aéreo de los rascacielos de la ciudad emergiendo entre las brumas (fotograma 1), Dieterle consigue imprimir a la película una sensación onírica que va a ir in crescendo durante todo su metraje. La metrópoli de los carteles luminosos y las grandes y bulliciosas avenidas se convierte aquí en una suerte de ciudad encantada (sustituyendo al sempiterno bosque de tantos y tantos cuentos) de calles neblinosas agitadas por una tenue y misteriosa brisa que impregna el escenario de un fascinante halo de misterio y ensoñación. Dieterle juega además con la temática pictórica de la película para introducir en algunas de sus imágenes un sugerente efecto de lienzo que refuerza el carácter irreal de la historia, a la vez que sirve para presentarnos al personaje de Eben Adams (Joseph Cotten), un pintor sin éxito que deambula por las calles de la ciudad en busca de algún comprador para sus poco inspirados lienzos paisajísticos.
“Aquí no hay ni pizca de amor. ¿Qué le ocurre, Adams? Tendrá que aprender a querer profundamente algo”, le espeta Miss Spinney (Ethel Barrymore), la dueña de la galería a la que va a parar el protagonista, al contemplar algunas de sus pinturas. Y como si de un sortilegio se tratara (Miss Spinney encarnada aquí como la involuntaria hada buena del cuento), y después de deambular como un sonámbulo por la ciudad, Adams se adentra en un parque al atardecer en donde se encontrará con la pequeña Jennie Appleton (Jennifer Jones), una misteriosa niña ataviada con un anticuado uniforme escolar que inmediatamente provoca en el protagonista una extraña fascinación y que, tras entonar la estrofa de una enigmática canción (“De dónde vengo, nadie lo sabe. Y adónde voy acaba yendo todo. El viento sopla, el mar fluye. Y adónde voy, nadie lo sabe”), desaparece entre las brumas tan fugazmente como previamente había hecho acto de presencia, no sin antes proferir un deseo que marcará para siempre el devenir de los personajes: “Ojalá pudieras esperar a que yo creciera para que siempre estuviéramos juntos”.
Embrujado por la aparición de la joven Jennie, Adams encuentra por fin la motivación para crear un primer esbozo de una obra en la que la pasión y el sentimiento sustituyen a la razón y el academicismo. Dieterle juega hábilmente a partir de ese momento para dejar abierta la posibilidad de que la existencia de Jennie no sea otra cosa que producto de la ensoñación de Adams en su desesperada búsqueda de la inspiración, tal como le sugiere la propia Miss Spinney (“Te ha costado mucho dar con algo para sacar tu talento a la luz. No lo encontrabas así que… Puede que la vieras o no. ¿Qué más da? Con los años aprendes a creer en muchas cosas que no ves”), y así, cada encuentro del pintor con la joven Jennie se produce en escenarios en los que los dos personajes parecen hallarse fuera de la realidad: primero en una pista de patinaje bañada entre las brumas (magnifico el plano con la silueta de Jennie apareciendo entra la fantasmagórica imagen de dos rascacielos a modo de árboles encantados - fotograma 2), y posteriormente en el solitario banco de un parque en plena noche (después de que las investigaciones de Adams le hayan hecho descubrir con asombro que la identidad de la joven se corresponde con la de una niña que nació a principios de siglo), momento en el que Jennie expresa a Adams su temor por la soledad y su deseo de crecer lo más rápidamente posible para poder estar junto al protagonista (“Me estoy dando mucha prisa. ¿Me esperarás, verdad? ¿Me darás un poco más de tiempo?”). Una secuencia que Dieterle cierra con un sugerente plano de las estrellas en el firmamento (cuya luz nos llega cuando muchas de ellas ya no existen), establecido un bello paralelismo con la aparición de Jennie en la vida de Adams.
Tras un periodo de ausencia que sume al protagonista en la más absoluta desesperación (“el mundo parecía curiosamente vacío y silencioso”), Jennie reaparece finalmente en el propio estudio del protagonista, en la que es una de las mejores secuencias de la película: después de vagar por la ciudad, Adams regresa a su estudio y, al ver la puerta del entrada entornada, se precipita hacia el interior para descubrir (y el espectador a través de su mirada) una silueta en sombras que, tras una rápida panorámica ascendente, culmina en el rostro iluminado de una Jennie ya adolescente que servirá de modelo para el ansiado cuadro que el pintor ya está finalmente preparado para emprender (hay otra imagen extraordinaria, durante una de las sesiones de trabajo del cuadro, en la que Dieterle nos muestra a Jennie posando como si de una aparición – o realmente un producto de la ensoñación de Adams – se tratara - fotograma 3).
“Volveremos a vernos cuando acabe el verano”. Una nueva desaparición de Jennie llevará al protagonista a indagar de nuevo sobre el destino de la joven adolescente de principios de siglo, llegando a contactar con la hermana Maria (Lillian Gish) en el convento en el que fue internada tras la muerte accidental de sus padres, en donde Adams conocerá el trágico destino de la joven, fallecida dos años atrás durante una violenta tormenta marítima en la costa de Nueva Inglaterra. Aprovechando la efeméride del desgraciado accidente, Adams viaja hasta el faro de Land’s End para, salvando la distancia temporal que les separa, poder reunirse una última vez con su amada. La imagen del protagonista ascendiendo la infinita escalera de caracol del interior del faro (extraordinaria plasmación del viaje en el tiempo de Adams para reencontrarse con la joven Jennie - fotograma 4) será el magnífico colofón de este bello y romántico cuento sobre el poder del amor:
“No hay vida hasta que amas y eres amado. Y tampoco hay muerte entonces”.
David Vericat
© cinema esencial (agosto 2016)
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Comentarios
Repasando este filme, te
La respuesta es obvia, me
Un clásico poco conocido y es
Magistral reseña , de una