Título Original: Ran / Año: 1985 / País: Japón - Francia / Productora: Greenwich Film Productions - Herald Ace - Nippon Herald Films / Duración: 160 min. / Formato: Color - 1.85:1
Guión: Akira Kurosawa, Hideo Oguni, Masato Ide (Obra: William Shakespeare) / Fotografía: Takao Saito & Masaharu Ueda / Música: Toru Takemitsu
Reparto: Tatsuya Nakadai, Akira Terau, Jinpachi Nezu, Pîtâ, Mieko Harada, Masayuki Yui, Daisuke Ryû, Yoshiko Miyazaki, Hisashi Igawa, Kazuo Katô, Norio Matsui
Fecha de estreno: 25/05/1985 (Tokyo)
La adaptación de dos de las grandes obras de William Shakespeare por parte de Akira Kurosawa (Macbeth en Trono de sangre, y El rey Lear en Ran) es uno de las mejores muestras de la universalidad de los clásicos en el más amplio sentido del término: no sólo en el aspecto temporal (la obra de Shakespeare sigue siendo hoy en día un punto de partida fundamental para acercarse a las grandes cuestiones que rigen el comportamiento humano), sino aquí también desde el punto de vista formal (por la traslación del texto teatral al lenguaje cinematográfico) y, por supuesto, geográfico y cultural. Y es que uno de los aspectos que hacen de Ran una obra excepcional es sin lugar a dudas la extraordinaria habilidad de Kurosawa para llevar a su terreno personal el universo del clásico literario, hasta el punto de hacernos llegar a creer que la historia original se hubiera escrito pensando en el escenario del Japón de los samuráis y los grandes señores feudales en el que se sitúa la película.
El arranque del film es sencillamente magistral, y un claro indicio de que nos enfrentamos a una obra mayúscula: los planos de los jinetes de una partida de caza observando el horizonte en posición hierática (acompañados por la excelente banda sonora de Tôru Takemitsu – fotograma 1) y la posterior imagen de Hidetora Ichimonji (Tatsuya Nakadai), tensando su arco para disparar a su presa, son la magnífica presentación de los cuatro principales integrantes del clan Ichimonji: el viejo señor Hidetora y sus tres descendientes, Taro (Akira Terao), Jiro (Jinpachi Nezu) y Saburo (Daisuke Ryû), versión masculina de las tres hijas de la obra de Shakespeare, Gonerin, Regan y Cordelia (la primera de las muchas variaciones que Kurosawa realiza sobre el texto original).
Inmediatamente después, la larga secuencia en la que Hidetora proclama su sucesión dejando la dirección del clan a su primogénito, Taro, y sendos castillos a sus otros dos hijos, Jiro y Saburo, el segundo de los cuales renunciará a su legado tras acusar a su padre por toda la sangre derramada durante su mandato y denunciar la hipocresía de sus hermanos (Kurosawa nos ha mostrado, sin embargo, la sincera y secreta lealtad de Saburo hacia su padre en un magnífico momento previo en el que vemos al hijo cortando unos arbustos para procurar un poco de sombra al anciano, después de que éste se haya quedado dormitando al sol).
Si el trabajo de composición e iluminación, ya desde el inicio de la película, es soberbio (desde la reunión inicial de Hidetora con sus hijos y los dos invitados, Fujimaki - Hitoshi Ueki - y Ayabe - Jun Tazaki -, hasta la secuencia en la que Saburo, desterrado, se une a Fujimaki, Kurosawa consigue el milagro de mostrar en perfecto rácord temporal todos los matices lumínicos que van del sol fulgurante del mediodía hasta la luz pausada del atardecer), no lo es menos el del sonido: el viento, como una fuerza telúrica presente en los momentos de caos y desesperación de Hidetora (Ran en japonés significa precisamente ‘caos’ o ‘miseria’); el canto de las cigarras, acompañando el peregrinaje del anciano protagonista tras ser expulsado del castillo de Taro (un canto que se acentúa hasta el paroxismo cuando el leal Tango - Masayuki Yui – informa a Hidetora que ha sido desterrado por su propio hijo, como si las propias cigarras celebraran con cruel alborozo el trágico destino del protagonista); o el levísimo sonido del roce de la seda de Kaede (Mieko Harada), la esposa de Taro (aquí una suerte de Lady Macbeth), como anuncio sonoro de la determinación que va a regir sus actos para saciar sus ansias de venganza hacia Hidetora (responsable de la masacre de toda su familia); son algunos ejemplos del excepcional uso de la banda sonora para construir atmósferas y definir a los personajes.
En cuanto a la composición, baste una única secuencia como muestra para intentar definir la magnitud de la obra a la que nos enfrentamos: hospedado en el castillo de su primogénito, Hidetora es instado a presentarse ante Taro y Kaede con el fin de hacerle firmar su acatamiento ante su hijo como nuevo señor del clan (Kurosawa nos muestra en un mismo plano a Hidetora, de espaldas, sentado en un nivel inferior al matrimonio, al que vemos de frente, en una imagen de clara sumisión del protagonista); cuando Hidetora, ofuscado, abandona la estancia, Kaede recuerda a su marido los terribles actos de que fue víctima su familia a manos de su padre, en el mismo plano de la pareja en el que destaca ahora la almohada vacía sobre la que estaba sentado Hidetora, cuya ausencia parece pesar todavía más si cabe sobre el destino del matrimonio (fotograma 2).
Humillado por la actitud de su primogénito, Hidetora acude al castillo de Jiro, su segundo hijo, en donde el protagonista encontrará el mismo recibimiento hostil, no sin antes enfrentarse a la indiferencia de Sue (Yoshiko Miyazaki), la esposa de Jiro, víctima igualmente en el pasado de la barbarie de Hidetora, y a quien el anciano implora una reacción condenatoria como única y desesperada posibilidad de mínima expiación ante la barbarie de sus actos pasados (sobrecogedor, el plano de Hidetora corroído por la culpa ante Sue, con el crepúsculo de fondo como elocuente imagen del ocaso de su existencia – fotograma 3). Es significativo, en este sentido, como Kurosawa refuerza (más si cabe que en el texto original) la idea del peso de la culpa que recae sobre el protagonista, atribuyéndole algunos de los actos más terribles que en la obra literaria son cometidos por otros personajes, como es el caso del joven hermano de Sue, Tsusumaru (Takeshi Nomura), ciego por culpa de Hidetora (después de que éste mandara sacarle los ojos tras aniquilar a toda su familia) y con quien el anciano se reencuentra al buscar cobijo en una vieja cabaña después de abandonar el castillo de su segundo hijo (Tsusumaru es aquí el particular trasunto del Conde de Gloster, a quien en la obra original no es Lear quien arranca los ojos, sino el duque de Cornwall, esposo de su hija Regan). La escena de Hidetora, atormentado por el angustioso lamento de la melodía de la flauta de Tsusumaru, es sin lugar a dudas uno de los momentos más estremecedores de la película (fotograma 4 - junto al último plano del film, protagonizado también por el joven Tsusumaru, probablemente uno de los finales más desoladores de la filmografía de Kurosawa).
Sinfonía del caos, la barbarie y la locura (como queda bien patente en la extraordinaria secuencia del ataque de los ejércitos de Taro y Jiro al castillo de Saburo en el que se encuentra Hidetora – fotograma 5), Ran es sin lugar a dudas la última gran obra maestra de Kurosawa y probablemente uno de los últimos vestigios de un forma de entender el arte del cinematógrafo ya prácticamente desaparecida.
David Vericat
© cinema esencial (marzo 2015)
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Comentarios
Excelente comentario. Hace
Muchas gracias, Francisco! Un