Título Original: Bad Lieutenant / Año: 1992 / País: Estados Unidos / Productora: Edward R. Pressman Production / Duración: 96 min. / Formato: Color- 1.85:1
Guión: Zoe Lund, Abel Ferrara / Fotografía: Ken Kelsch / Música: Joe Delia
Reparto: Harvey Keitel, Victor Argo, Frankie Thorn, Paul Hipp, Anthony Ruggiero, Robin Burrows, Victoria Bastel, Zoe Lund, Leonard Thomas, Frank Acciarito, Bo Dietl, Brian McElroy
Fecha estreno: 14/05/1992 (Cannes Film Festival) / 20/11/1992 (USA)
Teniente corrupto se inicia con el audio de un periodista deportivo comentando la evolución de la final de la liga de béisbol norteamericana. El dato no es baladí, puesto que las series finales van a marcar el tiempo de vida que le queda al protagonista de la película (inmenso, Harvey Keitel), un oficial de policía del que nunca sabremos su nombre y que en los créditos aparece mencionado como LT (abreviación de lieutenant).
Estamos ante la narración cruda y desnuda de la caída a tumba abierta de uno de los personajes más ruines y abominables de la historia del cinematógrafo, Un mal policía, como reza el título original (con connotaciones más amplias que el término “corrupto” de la traducción española), que pasea su alma en pena consumiendo todo tipo de drogas y apostando su último aliento de vida a una victoria tan probable como esquiva con la que los Dodgers están a punto de cerrar las series finales que van liderando por tres partidos a cero sobre los Mets. La situación tiene un cariz grotescamente cómico, puesto que mientras el protagonista convence a sus colegas policías para que apuesten por la improbable victoria de los Mets (que van perdiendo tres a cero) con el perspicaz argumento de que “las series tienen que durar más de tres partidos; hay demasiados intereses publicitarios en ello”, él se empeña en hacer lo contrario, apostando su dinero (y el de sus colegas, a sus espaldas) por el equipo que está a un solo partido de ganar la final. Algo que finalmente no va a suceder, y a cada nueva (y sorprendente) victoria de los Mets, el policía se va hundiendo más y más en la mierda más absoluta.
Pero no hay nada de comedia en el desarrollo de la película, a excepción, quizá, del gesto desesperado del protagonista disparando contra la radio de su coche tras consumarse una nueva derrota de los Dodgers (y a pesar de las poco fiables palabras de Ferrara, quien asegura que su pretensión inicial era que la película fuera divertida; algo que, siempre según el director, Keitel se encargó de evitar con su actuación). Todo lo contrario: ya en el primer tercio del filme, el protagonista se expone dramáticamente como un juguete roto, sollozando mientras balancea torpemente su cuerpo desnudo ante un par de prostitutas (fotograma 1); y poco después, en una de las secuencias más celebradas de la película, le veremos coaccionar a un par de adolescentes a las que sorprende conduciendo sin papeles, obligándoles a realizar gestos obscenos mientras se masturba como condición para no denunciarlas (fotograma 2 - una extraordinaria escena de siete minutos en la que se evidencia el patetismo y la miseria moral del personaje).
Escrita a dos manos con la malograda Zoe Lund (la actriz que interpreta el papel de la yonqui, en la vida real una activista en favor de la legalización de la heroína que acabaría falleciendo en 1999 por una sobredosis), la película nos ofrece una descarnada descripción del poder devastador de las drogas: continuamente vemos al protagonista esnifando coca, fumando crack, inyectándose heroína, en secuencias que son un auténtico puñetazo al estómago por la crudeza con la que se nos exponen (fotograma 3 - ciertamente, resulta muy difícil no pensar que Keitel no estuviera realmente colocado en algunas de las secuencias, aunque Ferrara parece ser que lo negó, admitiendo, eso sí, que él mismo y su coguionista sí consumieron drogas durante todo el rodaje).
Pero si hay un tema que sobrevuela toda la película, éste es sin duda el de la culpa y el perdón, planteados desde una concepción eminentemente religiosa; algo que viene sustanciado por la subtrama de la violación de la monja, y la determinación de ésta por perdonar a sus agresores: “Ya los he perdonado”, sentencia como respuesta a la propuesta del protagonista de tomar la justicia por su mano para evitar que tengan una condena leve (fotograma 4). Torturado él mismo por la culpa, el policía no alcanza a entender el acto de generosidad y sacrificio de la monja. Y el rechazo de la joven a su torpe intento de expiación le lleva a enfrentarse literalmente a la imagen del Hijo de Dios en una memorable secuencia que a buen seguro dejarà descolocado a más de un espectador: abandonado por la monja, el policía se queda postrado en el suelo, aullando de impotencia, hasta que alza la vista y observa la imagen de Cristo (fotograma 5), a quien reclama desesperadamente una respuesta para, finalmente, acabar pidiendo clemencia (“¿Te vas a quedar ahí quieto y dejar que yo haga todo el trabajo? ¿Dónde estabas, cabrón? Te pido perdón. ¡He hecho tantas cosas terribles! Intenté hacer el bien, ¡pero soy muy débil! ¡Soy tan débil!”). Postrado ante la visión, el policía se arrastra por el suelo hasta besarle los pies, y en el momento de alzar de nuevo la mirada descubre que la figura que tiene enfrente es en realidad la de una anciana que ha acudido a retornar el cáliz que los violadores habían robado, y que posteriormente va a conducir al protagonista hasta el escondrijo en el que éstos se ocultan.
La audacia de Ferrara posibilita una doble explicación de esta extraordinaria secuencia: para los más prosaicos, la visión será fruto de la mente alucinada del policía; mientras que para los místicos (una minoría, en los tiempos que corren), la aparición de Cristo (y su transformación en la anciana que conduce al policía ante los violadores) será el milagro que permitirá al protagonista un último acto de redención (dejando escapar a los delincuentes para cumplir la voluntad de la monja) antes de morir tiroteado en plena calle a manos del corredor de apuestas. Una opción, la segunda, que sitúa a la película muy cerca de algunas de las obras maestras que alcanzaron a plasmar en la pantalla cinematográfica la idea de la trascendencia.
David Vericat
© cinema esencial (septiembre 2018)