Un ladrón en la alcoba

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Un ladrón en la alcoba
Director:
Ernst Lubitsch

Título Original: Trouble in Paradise / Año: 1932 /  País: Estados Unidos/ Productora: Paramount Pictures, Ernst Lubitsch Production / Duración: 83 min. / Formato: B/N - 1.37:1
Guión: Samson Raphaelson, Grover Jones / Fotografía: Victor Milner / Música: W. Franke Harling
Reparto:  Herbert Marshall, Miriam Hopkins, Kay Francis, Edward Everett Horton, Charles Ruggles, C. Aubrey Smith, Robert Greig
Fecha estreno: 28/10/1932 (Boston, Massachusetts)

Un ladrón en la alcoba se abre con el plano de un gondolero recogiendo la basura de los canales de Venecia, un arranque que explicita de manera inequívoca el terreno de juego de la película que prácticamente inauguró el fructífero género de la screwball comedy: bajo la apariencia de una comedia romántica, Lubitsch nos va a ofrecer uno de los más despiadados retratos de las clases altas de principios de los 30, justamente los años que siguieron al cataclismo económico acontecido a raíz del crack bursátil del 29.
 
Basada en la pieza teatral “The Honest Finder” del húngaro Aladar Laszlo, la película parte de una premisa tan original como efectiva para elaborar su ácida crítica: invirtiendo el orden ético socialmente establecido, Lubitsch sitúa a la pareja protagonista de ladrones de guante blanco un escalafón moral por encima al de la galería de personajes de las lujosas mansiones y los consejos de administración de grandes empresas por donde transita la historia. En efecto, Gaston Monescu (Herbert Marshall) y  Lily (Miriam Hopkins) muestran una integridad y lealtad mútua bastante superior al del resto de personajes de la película, con una actitud mucho más egoísta y, sobre todo, con una manifiesta incapacidad para cualquier forma de afecto o simple empatía hacia los demás. Tal como le implora Lily a Gaston en un momento de la película: “Eres un bribón, te quiero como un bribón. Roba, estafa, atraca, desbanca. ¡Pero no te conviertas en uno de esos bueno-para-nada gigolos!” (fotograma 1).
 
La secuencia de la primera velada entre Gaston y Lily es modélica en este sentido: tras un primer momento en que ambos personajes aparentan ser miembros de la nobleza (condesa ella, barón él), Lily da por finalizado el juego poniendo de manifiesto su conocimiento de la verdadera situación (“Tengo que confesarle algo: barón, usted es un bribón. ¿Me puede pasar la sal?”) a lo que Gaston responde, también impertérrito: “Condesa, antes de que abandonara la habitación se lo habría contado todo. Y déjeme decirle esto de todo corazón: condesa, usted es una ladrona”. Acto seguido, Gaston se levanta y cierra con llave la puerta de su habitación para, inmediatamente (y después de una antológica escena en la que ambos personajes van sacando a la luz los objetos de valor que se han ido robando mutuamente durante la velada), fundirse en un abrazo con Lily. El gesto de cerrar la puerta es en este caso más que significativo (no hay ninguna puerta accesoria en el cine de Lubitsch, algo que queda magníficamente demostrado en esta película): a partir de este momento, la farsa entre los dos personajes se da por finalizada y queda relegada al mundo exterior.
 
Comedia de ritmo frenético, dominada por un ejemplar uso de la elipsis y el fuera de campo, la película de un salto para  reencontrar un año más tarde a la pareja protagonista en París, en donde planean robar a Mariette Colet (Kay Francis) una rica y caprichosa empresaria del sector de la perfumería. Para ello, Gaston seduce a Mariette (después de devolverle el valioso bolso que él mismo le había robado, en otra de las brillantes secuencias de puertas de Lubitsch) y consigue que ésta le contrate como su “secretario personal”. Pero Gaston parece no haber contado con el poder de atracción de Mariette  y muy pronto el “íntegro ladrón” cae tentado por la belleza de ésta (y las comodidades de la clase a la que pertenece), poniendo en entredicho su relación con Lily.
 
De nuevo aquí, y con más fuerza todavía, Lubitsch carga contra la clase más acomodada contraponiendo la relación de Gaston y Lily con la de éste con  Mariette: si la primera se basa en el afecto (o, por qué no decirlo, el amor) y la lealtad, la segunda se mueve en el terreno mucho más pantanoso de la seducción, el poder y la conveniencia. El retrato que la película hace de Mariette es en este sentido implacable, como el de una dama que ejerce su poder de forma indiscriminada y caprichosa, ya sea ante los representantes del consejo de administración de su empresa (individuos por otro lado que tampoco salen demasiado bien parados en la película), los empleados del servicio, sus dos sempiternos pretendientes (François Filiba - Edward Everett Horton – y el Mayor - Charles Ruggles) o el mismo Gaston (“por cierto, no me gustas. No me gustas en absoluto. Y no vacilaré ni un instante en arruinar tu reputación”; “Así que piensas que puedes conseguirme”; “En el momento que yo quiera” - fotograma 2).
 
Previamente, Lubitsch nos ha regalado un puñado de secuencias memorables en los que los gags se construyen, de nuevo, a partir de un uso inteligentísimo de la elipsis y el fuera de campo. Destaquemos dos entre muchas: 1) el mayordomo Jacques (Robert Greig) llamando cada vez a la puerta equivocada para avisar a Mariette o a Gaston (cuando llama a la puerta de la habitación de Mariette, ésta aparece tras la puerta de la de Gaston, y cuando lo hace a la puerta de la de Gaston… ¡éste abre la de Mariette! - fotograma 3) y su retirada con un murmullo ininteligible a partir del cual sin embargo entendemos plenamente sus pensamientos; 2) la magnífica secuencia encadenando los diferentes planos de un reloj que, al ir cambiando de hora y junto a unas pocas frases en off entre Gaston y Mariette, nos relatan con todo detalle la primera noche de seducción entre los dos personajes.
 
Igualmente magnífica (para mí, una de las mejores de la película) es la secuencia en la que vemos a Lily preparando la maleta para poder huir tras el inminente robo: el canto del personaje (desenfado, dubitativo, pensativo o forzadamente decidido según el momento) nos refleja el proceso de sus pensamientos (alegría, duda, sospecha y auto-convencimiento) mucho más eficazmente que el mejor de los diálogos posibles (fotograma 4). Igual que con el murmullo del mayordomo Jacques, y gracias a su sensacional puesta en escena, Lubitsch mostró ya en los albores del cine sonoro que con el nuevo recurso que el cinematógrafo ofrecía se podía ir mucho más allá de la simple concatenación de diálogos brillantes.
 
David Vericat
© cinema esencial (noviembre 2013)
 
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