Título Original: Partie de campagne / Año: 1936 / País: Francia / Productora: Panthéon Productions / Duración: 40 min. / Formato: B/N- 1.37:1
Guión: Jean Renoir (Relato: Guy de Maupassant) / Fotografía: Claude Renoir / Música: Joseph Kosma
Reparto: Sylvia Bataille, Georges Darnoux, Jane Marken, André Gabriello, Jacques Brunius, Paul Temps, Gabrielle Fontan, Jean Renoir, Marguerite Renoir
Fecha estreno: 08/05/1946 (París)
"Un domingo de verano de 1860, el Sr. Dufour, un ferretero parisino, pidió prestado un carromato de leche y decidió acercarse a la naturaleza acompañado por su mujer, su suegra, su hija y su futuro yerno."
Adaptación del relato homónimo publicado en 1881 por Guy de Maupassant, rodada en 1936, entre Los bajos fondos y La gran Ilusión, pero no estrenada hasta diez años después, en plena etapa norteamericana de Renoir, Una partida de campo es, todavía hoy, una obra que sorprende por su frescura y modernidad, tanto en su tratamiento formal, como por el retrato de sus personajes y su propuesta temática.
Formalmente, por el bellísimo y sincero homenaje de Renoir a la obra pictórica de su padre, Pierre Auguste Renoir, de quien el director logra trasladar al celuloide algunas de sus más famosas escenas campestres, sin limitarse a la mera reproducción, sino captando la atmósfera y esencia de las mismas. Una visión, la del Renoir pintor, que partiendo de la interpretación espontánea y directa del impresionismo fue en busca de una expresión más sensual en la que los personajes expresan su joie de vivre en sus (fugaces) momentos de conexión con la naturaleza. Y lo más sorprendente es que Renoir consigue recrear esa atmósfera sin contar con la suntuosa paleta cromática del pintor, substituida aquí por una fotografía que juega con la frondosidad de la vegetación (y los infinitos y cambiantes matices generados por los contrastes de luces y sombras) para conseguir una gama de tonalidades grises tan o más ostentosa que la de su referente pictórico (fotograma 1). El plano de Henri y Rodolphe (Georges D'Arnoux y Jacques B. Brunius), los dos jóvenes hedonistas a los que encontramos al principio del filme en la taberna del señor Poulain (Jean Renoir), observando embelesados a través de la ventana (como si de un cuadro se tratara) a la joven Henriette (Sylvia Bataille) columpiándose entre la vegetación junto a su madre, la señora Dufour (Jane Marken), es la bellísima y elocuente imagen que dará inicio al tributo del director hacia su padre (fotograma 2).
“¿Podemos comer fuera?”, pregunta excitada la joven Henriette, a lo que el señor Dufour (André Gabriello) responde con ridícula convicción: “Por supuesto, ¡estamos en el campo!”. El retrato de todos los personajes es rabiosamente contemporáneo y, por tanto, sorprendentemente reconocible: desde la esperpéntica familia urbana dispuesta a rendirse extasiada ante todo lo que reconocen como propio del ambiente campestre (genuinos especímenes de lo que por nuestros lares conocemos como domingueros, en definitiva); pasando por el hospedero Poulain, que, siguiendo el consejo de Rodolphe (“¡Déselo a los parisinos!”), no duda en servir a sus clientes el pescado con sabor a petróleo que estaba a punto de echar a los gatos (y que, por supuesto, será degustado con fruición por los incautos urbanitas); hasta los jóvenes Henri y Rodolphe, que observan con desdén la llegada de los visitantes de la ciudad (“Los parisinos son como microbios: llega uno y en menos de una semana tienes una colonia”) al tiempo que traman su estrategia para seducir a las incautas damiselas a modo de pasatiempo de fin de semana (“Tomare a la chica y los riesgos que implica. Tú puedes acercarte a la madre. Pasaremos una buena tarde”, le propone el pícaro Rodolphe al enamoradizo Henri).
Pero es a través de su propuesta temática donde esta pequeña gran obra alcanza cotas maestras: con tono sólo aparentemente ligero, Renoir consigue el milagro de plasmar en imágenes el carácter evanescente y fugaz de la felicidad; ese estado de plenitud que se desvanece muchas veces apenas vislumbrado, cuando todavía no hemos sido capaces de expresarlo en palabras (“Siento una enorme ternura por todo. Por la hierba, el agua, los árboles… Una especie de deseo vago. Nace aquí y sube. Casi me dan ganas de llorar”, confiesa aturdida la joven Henriette a su madre en un momento de reposo a la sombra de un cerezo). Una fugacidad que se anuncia ya en bellísima imagen que sirve de fondo a los títulos de crédito iniciales, con las sombras de unos árboles que entrevemos reflejados en el agua de un río en continuo movimiento (la idea de una belleza casi intangible, apenas revelada en el transcurrir imparable de la vida – fotograma 3) y que se consumará tras el breve escarceo amoroso entre Henri y Henriette (fotograma 4), con los planos de una naturaleza, hasta ese momento luminosa y exuberante, agitada repentinamente por la irrupción de una tormenta en la que se ahogaran para siempre los anhelos de la joven pareja de amantes.
David Vericat
© cinema esencial (mayo 2016)
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Magnífica reseña