Título Original: Our Man in Havana / Año: 1959 / País: Reino Unido / Productora: Columbia Pictures / Duración: 111 min. / Formato: BN - 2.35:1
Guión: Graham Greene (Novela: Graham Greene) / Fotografía: Oswald Morris / Música: Frank Deniz, Laurence Deniz
Reparto: Alec Guinness, Burl Ives, Maureen O’Hara, Ernie Kovacs, Noël Coward, Ralph Richardson, Jo Morrow, Grégoire Aslan, Paul Rogers, Raymond Huntley, Ferdy Mayne, Maurice Denham
Fecha estreno: 30/12/1959 (Londres)
Tercera y última colaboración de Carol Reed con Graham Greene (tras El ídolo caído y El tercer hombre), autor también del guion de la película a partir de la novela homónima del escritor, Nuestro hombre en la Habana es un irónico retrato del mundo del espionaje (a partir de la experiencia del propio Green en el servicio de inteligencia británico durante la Segunda Guerra Mundial) que pone al descubierto el entramado de intereses y falsas apariencias que rige en muchos casos la actuación de sus dirigentes, auténticos burócratas interesados únicamente en preservar su privilegiada posición, representados aquí por el agente Hawthorne (Noël Coward), encargado del espionaje en la jugosa zona del Caribe, y su superior, al que únicamente conocemos como ‘C’ (Ralph Richardson), un alto cargo del departamento que no siente ningún rubor en confesarse incapaz de distinguir entre “las Indias orientales y las occidentales” en una de las reuniones con su subordinado (fotograma 1).
La necesidad de cubrir la nómina de agentes en su zona de influencia llevará a Hawthorne a reclutar a Jim Wormold (Alec Guinness), un vendedor de aspiradoras afincado en La Habana previa a la revolución castrista, como improvisado espía al servicio del gobierno británico, cargo que el incauto comerciante acabará aceptando para poder sufragar los dispendios de su caprichosa hija Milly (Jo Morrow), una adolescente amante de la buena vida a la que vemos dejándose cortejar sin ningún reparo (“Lo sé, tortura a los presos. Pero a mí ni me toca”) por uno de los gerifaltes del ejército de Batista, el Capitán Segura (Ernie Kovacs).
Ya en el inicio, la actitud solemne del agente Hawthorne caminando por las calles de La Habana hasta su encuentro con Wormold contrasta con la alarmante frivolidad con la que parece haber elegido al protagonista como candidato a formar parte de su equipo de espionaje: (“Inglés, patriota. Se reclutó en el 39”), le espeta el agente a Wormold como único argumento para fundamentar su decisión. Y ante la evidente ligereza de su reclutamiento, el bueno de Wormold hará caso muy pronto del consejo de su compañero de fatigas, el doctor Hasselbacher (Burl Ives) y empezará a inventar su equipo de colaboradores (primera de las misiones encomendadas por Hawthorne) para, seguidamente, y urgido por la demanda de resultados desde Londres, fabular la construcción “en las cumbres nevadas de Cuba” (!) de una potente arma de destrucción masiva a cargo del gobierno cubano que el comerciante ilustrará como prueba para sus superiores inspirándose en uno de los modelos de aspiradora de última generación que lucen en el escaparate de su tienda (fotograma 2 - una situación que, llevada al extremo de la parodia, nos suena sin embargo desgraciadamente familiar y que sirvió no hace tanto para justificar una guerra quien sabe si basándose en los falsos informes de un Wormold de nuestros días).
“Ese dinero se lo damos personas como usted y yo. Si se lo inventa, no hará daño a nadie. Y ellos no merecen la verdad”, argumenta Hasselbacher para tranquilizar la conciencia del protagonista (fotograma 3). Una sutil manera de justificar la corrupción de los aparatos del poder, extendida desde sus máximos responsables hasta el más insignificante de sus peones, de manera que el agente Wormold empieza a enviar los falsos informes sobre sus nuevos reclutamientos (para los que solicita en cada caso sus respectivos emolumentos que ingresará en su propia cuenta) así como detallada información acerca de la evolución de la diabólica instalación militar, momento a partir del cual Reed recurre a sus ya características tomas anguladas (reforzadas aquí por el formato panorámico de la película) para ilustrar el movedizo e inseguro terreno en el que se adentra el protagonista (fotograma 4).
La expectativa de los responsables del servicio de inteligencia de Londres de tener entre manos “algo grande” (a pesar de las sospechas de Hawthorne al escuchar alarmado que, según ‘C’, al Primer Ministro “algunos dibujos le recordaban a una aspiradora gigante” – fotograma 5) les llevan a enviar a La Habana a la agente Beatrice Severn (Maureen O'Hara) para ayudar a Wormold haciéndose cargo de sus agentes, una nueva situación que alterará definitivamente el rocambolesco plan del comerciante, obligado a elevar el tono de sus fabulaciones hasta episodios cada vez más inverosímiles, y que se verá definitivamente agravada cuando Hasselbacher sea secretamente reclutado como contra-agente por parte “del otro bando”.
Reed (y el guion de Green) plasman con maestría el juego de absurdos sobre los que la trama de espionaje se va enmarañando a partir de las invenciones del protagonista, que se convierten de repente en altos secretos de estado codiciados por ambos bandos y que acabaran provocando el asesinato de Hasselbacher por parte de uno de los agentes y la consiguiente redención de Wormold, abandonando la farsa de su actuación para llevar a cabo la única acción honesta en su trayectoria como espía (motivada no por ninguna voluntad de servicio a la patria sino desde el más profundo sentimiento personal) vengando la muerte de su amigo (tras una memorable y etílica partida a las damas para liberarse de la vigilancia del Capitán Segura – fotograma 6) antes de ser finalmente deportado a su Londres natal.
“Hemos recibido su informe en el que dice que las obras, fuesen lo que fuesen, se han desmantelado, en vista de lo cual hemos decidido anular su puesto. Y creemos que lo mejor para usted es quedarse como formador para enseñar a organizar una red extranjera. Como solemos hacer al retirarse alguien del extranjero, recomendaremos la Orden del Imperio Británico”. Las palabras del alto cargo del servicio de inteligencia ante un estupefacto Wormold, ofreciéndole un dorado retiro y una condecoración para ocultar ante la opinión pública la incompetencia de todo el departamento, es el hilarante episodio con el que se cierra esta no tan descabellada crónica sobre los vicios y las miserias de los que operan a la sombra de las más altas instancias del poder que nos gobierna.
David Vericat
© cinema esencial (Marzo 2017)
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Una Gran Critica esta Reseña