Título Original: The Killers / Año: 1946 / País: Estados Unidos / Productora: Universal Pictures / Duración: 103 min. / Formato: BN - 1.37:1
Guión: Anthony Veiller (Cuento: Ernest Hemingway) / Fotografía: Elwood Bredell / Música: Miklós Rozsa
Reparto: Burt Lancaster, Ava Gardner, Edmond O'Brien, Albert Dekker, Sam Levene, Vince Barnett, Virginia Christine, Charles D. Brown, Jack Lambert, Donald MacBride, Charles McGraw, William Conrad, Phil Brown, Queenie Smith, Jeff Corey, Harry Hayden, Bill Walker
Fecha estreno: 28/08/1946 (N.Y.)
Cuenta la leyenda que el productor de Forajidos, Mark Hellinger, organizó un pase privado para que Hemingway pudiera ver la película basada en su relato antes del estreno. El escritor, que acudió a la sala de proyección con una botella de ginebra en un bolsillo y una de agua en el otro para utilizarlas en caso de que no le gustara lo que viera, mostró sonriendo ambas botellas llenas al finalizar la película y sentenció: “No las he necesitado”.
Sea o no cierta la anécdota, no cabe duda que Forajidos es una extraordinaria muestra de adaptación de un texto literario a la pantalla, no solo por la fidelidad de la traslación del relato de Hemingway (a lo que sin duda ayudó el estilo conciso y directo del escritor), sino por el posterior desarrollo de la historia para dar cuenta de las vicisitudes que llevaron a su protagonista, El Sueco Ole Anderson (magistral Burt Lancaster en su sorprendente debut cinematográfico), a esperar impasible la llegada de los dos pistoleros encargados de acabar con su vida.
En efecto, sólo por los doce primeros minutos que abordan de manera fidelísima el relato homónimo (del título original, The Killers) de Hemingway, Forajidos podría ser ya considerada un auténtica obra maestra del cine negro. Desde la imagen inicial en la que vemos las siluetas de los dos asesinos a sueldo (Charles McGraw y William Conrad) acercarse en plena noche a la gasolinera en la que trabaja el Sueco (“con sus sobretodos ajustados y esos sombreros hongos parecían dos artistas de variedades”, como los describe el novelista – fotograma 1) hasta el plano del rostro del protagonista, apostado en la cama de su habitación, esperando la llegada de sus ejecutores (fotograma 2), Siodmak consigue plasmar en imágenes (y utilizando casi de manera literal los diálogos escritos por Hemingway) el tono de fatalidad del texto original que no deja ninguna duda sobre el aciago destino de su ausente protagonista.
La decisión de mostrar en el arranque de la película el relato original de manera íntegra hasta su trágico desenlace, condiciona la estructura posterior a través de una serie de flashbacks narrados por los personajes que formaban el entorno de El Sueco. “Hice algo malo… una vez”, son las últimas palabras de Anderson antes de caer abatido por los dos matones que irrumpen en la penumbra de su habitación; un misterioso epitafio que provoca la curiosidad del agente de seguros Jim Reardon (Edmond O'Brien), el cual, convertido en una suerte de detective privado (desde mi punto de vista uno de los pocos puntos débiles del magnífico guión de Anthony Veiller: ¿por qué no darle al detective Lubinsky - Sam Levene - la batuta de la investigación en lugar de crear ese agente de seguros con inverosímiles dotes policíacas?) acabará desenmarañando la compleja trama que provoca al asesinato de Ole Anderson.
Evidentemente, y como en toda obra del género que se precie (aunque el propio Siodmak nos ofrecería una interesante variante en la posterior y magnífica El abrazo de la muerte), la perdición de su protagonista vendrá provocada por la fatal presencia de la sempiterna vamp, que aquí toma cuerpo en la fascinante Kitty Collins (Ava Gardner), por quien El Sueco quedará completamente hechizado desde su primer encuentro en una fiesta organizada por el mafioso Jim Colfax (Albert Dekker) a la que el protagonista acude poco después de verse obligado a dar por finalizada su carrera como boxeador. Por Kitty, El Sueco abandonará a su prometida, Lilly Harmon (Virginia Christine), cumplirá una pena de tres años en prisión (al auto-inculparse del robo de unas joyas por el que el detective Lubinsky pretendía detener a Kitty) y, al salir de la cárcel, decidirá unirse a la banda de Jim Colfax para perpetrar el robo a una fábrica, después de descubrir que su amada es ahora la novia de Colfax (y para poder estar así cerca de ella).
“Deja de escuchar esa arpa dorada. Te creará muchos problemas”, le advierte su excompañero de celda, Charleston (Vince Barnett), refiriéndose al pañuelo de Kitty que El Sueco conserva como el más preciado de sus bienes; pero el protagonista hace caso omiso de la advertencia y cae de lleno en las redes de la pérfida vampiresa que, confabulada con Colfax, planea utilizarle para quedarse con todo el botín del atraco a expensas del resto de los integrantes de la banda. Significativamente, en sus escasas apariciones a lo largo de toda la película, Kitty nos es mostrada como una mujer de una belleza absolutamente idealizada, prácticamente marmórea, que nos hace deducir en seguida que provocará la ruina de todo aquél que ose poseerla. Esto es evidente en la primera aparición del personaje (pasados más de treinta minutos del inicio de la película), durante la fiesta en casa de Colfax en la que El Sueco la descubre sentada al piano (su rostro precisamente iluminado destacándola del resto de personajes – fotograma 3), y en el posterior reencuentro de la pareja, en la reunión para planear el atraco a la fábrica de sombreros, cuando vemos el efecto hipnótico que la presencia de Kitty provoca en el rostro de El Sueco (fotograma 4).
La secuencia del atraco a la fábrica (del que tenemos constancia a través de una crónica periodística) es absolutamente magistral en cuanto a puesta en escena: para plasmar la rapidez con que se produce el golpe, Siodmak rueda la escena en un único plano secuencia con grúa que parte de la imagen de los atracadores entrando en la fábrica confundidos entre el resto de trabajadores para ascender hasta la oficina de la fábrica en la que somos testigos del golpe y descender de nuevo hasta la entrada desde la que vemos el tiroteo con los guardias de seguridad y la posterior huida de la banda (fotograma 5). A partir de este momento El Sueco se convierte en una marioneta que, creyendo tener el control de la situación, no hace más que obedecer los oscuros designios de su amada. Una auténtica mantis religiosa que acabará provocando la destrucción de todo su entorno, no sólo la del protagonista sino la de su cómplice Colfax y, finalmente, la suya propia.
David Vericat
© cinema esencial (julio 2018)
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