Gerry

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Gerry
Director:
Gus Van Sant

Título Original: Gerry / Año: 2002 / País: Estados Unidos / Productora: My cactus / Duración: 103 min. / Formato: Color 2.85:1
Guión: Casey Affleck, Matt Damon / Fotografía: Harris Savides / Música: Arvo Pärt
Reparto: Casey Affleck, Matt Damon
Fecha estreno:  12/02/2002 (Sundance Film Festival)

Si hay una película capaz de radiografiar la que se ha dado en llamar la generación de los millennials esta es sin duda Gerry, el fascinante ejercicio formal que Gus Van Sant filmó de la mano de sus dos únicos intérpretes y coguionistas, Casey Affleck y Matt Damon.
 
La propuesta es tan inusual como arriesgada: tras conducir en silencio por un paisaje desértico (al son del bellísimo Spiegel im Spiegel de Arvo Pärt) dos amigos adolescentes (que se llaman o se hacen llamar Gerry el uno al otro) se adentran caminando en un paraje inhóspito con la intención de llegar a un lugar del cual lo único que sabemos es que “estará lleno de turistas”. Su equipo de viaje es nulo: apenas la ropa que llevan puesta (deportivas, pantalón y camiseta) y ni siquiera una triste botella de agua. Tampoco disponen de ningún mapa, con la inconsciente seguridad de que no habrán de utilizarlo (“Vámonos por aquí, cualquier ruta nos llevará al sitio”, asegura confiado Gerry 1 – Matt Damon - indicando el camino contrario al que toman un grupo de excursionistas). Y Van Sant, amante del cine de Béla Tarr, sigue los pasos de la pareja con interminables travellings laterales a través de un paisaje bañado por la luz del atardecer y en el que el sonido del viento y de invisibles animales se va adueñando del espacio.
 
De pronto, Gerry 1 emprende una carrera seguido por Gerry 2 (Casey Affleck), hasta que ambos caen agotados sobre la arena. “¡Qué coño, a la mierda el sitio! Volvamos”: la resolución original de llegar hasta el lugar es tan fútil como caprichosa, por lo que la pareja inicia el regreso después de resolver sin demasiado criterio las dudas sobre el camino a seguir (previamente, Van Sant ya nos ha sugerido el errático rumbo de los caminantes rompiendo violentamente el eje en un cambio de plano durante su avance). Caminan en silencio, sin nada que decirse, salvo alguna conversación banal sobre la torpeza de una concursante de una entrega televisiva de “La ruleta de la fortuna”, hasta que empiezan a sospechar que se han extraviado, momento en el que Van Sant abre el plano para hacernos dar cuenta de la inmensidad del espacio en el que se hallan (fotograma 1).
 
Hay tres momentos especialmente memorables en la primera mitad de esta absurda epopeya:
 
1) Caída ya la noche, sentados ante una hoguera, Gerry 2 rompe el silencio con una frase de sorprendente carga lírica: “Conquisté la ciudad de Tebas” (fotograma 2). Y la sorpresa inicial de creer que el personaje va a recitar las estrofas de un poema épico se ve rápidamente aplacada cuando éste inicia un soliloquio que, poco después, entendemos que hace referencia a un simple juego de ordenador (“He gobernado estas tierras 97 años. Mandé construir santuarios, uno dedicado a Demetria y luego un volcán empezó a verter una lava ardiente y destruyó dos de ellos, y Demetria se enfadó mucho y trasformó mis campos en infértiles…”).
 
2) A la mañana siguiente, los dos personajes deciden separarse momentáneamente para, desde sendas cimas, abastar visualmente el máximo de territorio a su alrededor en busca de algún rastro de civilización. El plano general de los dos Gerrys  hablando a gritos desde lo alto de sus respectivas colinas nos remite a los Vladimir y Estragón de Esperando a Godott, la célebre tragicomedia escénica de Samuel Beckett (fotograma 3).
 
3) Tras separarse durante un tiempo, Gerry 1 encuentra a Gerry 2 absurdamente prisionero en lo alto de una enorme roca a la que ha ascendido para buscar a su compañero, pero de la que no sabe cómo descender (fotograma 4). La estrategia para resolver el incidente es tan ridícula (Gerry 1 intenta apilar un pequeño montículo de tierra para amortiguar la caída de Gerry 2) como poco heroico su desenlace, tras el desganado salto con el que finalmente Gerry 2 consigue descender a tierra firme.
 
Estos tres momentos, dignos herederos del teatro del absurdo, reflejan admirablemente algunos de los rasgos de la generación de los Gerrys: la autoconfianza, la despreocupación, una escasa formación cultural clásica compensada por un gran conocimiento sobre las nuevas tecnologías y los contenidos de los mass media y, por encima de todo, la ausencia de objetivos vitales sólidos que den sentido a la existencia. Los héroes de esta disparatada aventura no son conscientes del peligro que corren hasta que ya será absolutamente imposible escapar del mismo. Prisioneros de la inmensidad, sus pasos se van haciendo más y más lentos a medida que la angustia y la desesperanza empieza a hacer mella en su ánimo, pero entonces ya es demasiado tarde. Sin dejar en ningún momento de seguirlos con larguísimos travellings (la película dura exactamente 100 minutos y cuenta con exactamente 100 planos, lo que da una media de un minuto por plano, muchas veces superada con diversas tomas de más de cinco minutos), Van Sant va ofreciendo una paulatina abstracción del espacio, hasta mostrar a sus personajes como un par de náufragos en un planeta desconocido (en un momento, mientras los vemos de espaldas avanzando empujados por un vendaval a través de un estrecho sendero entre las rocas, sorteando los matojos que vuelan con la ventisca, parecen directamente los héroes de un videojuego).
 
La autoconsciencia de la situación de pérdida (vital) queda reflejada en el magistral travelling circular de 360 grados alrededor del rostro de Gerry 2, sentado en el paisaje desértico, la mirada perdida en el vasto horizonte (fotograma 5). Y la culminación de este viaje a la nada más absoluta se refleja en otro fascinante travelling, éste de más de seis minutos de duración, que sigue a los dos náufragos avanzando a duras penas en el amanecer de una nueva jornada (Van Sant filma en tiempo real el paso de la noche al día mientras los dos personajes caminan – fotograma 6). Es el momento previo al sorprendente giro final, tan dramático como liberador, en el que la personalidad desdoblada de Gerry va acabar despojándose de su lado más débil para conseguir escapar en el último momento de su extravío.
 
Sentado en el asiento de atrás del coche que le ha rescatado, Gerry contempla en silencio el paisaje desértico en el que yace una parte de sí mismo (fotograma 7).
 
David Vericat
© cinema esencial (abril 2018)

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