Título Original: L'enfant Sauvage / Año: 1970 / País: Francia/ Productora: Les Films du Carrosse / Duración: 85 min. / Formato: B/N- 1.66:1
Guión: François Truffaut, Jean Gruault (Obra: Jean Itard) / Fotografía: Néstor Almendros / Música: Antonio Vivaldi
Reparto: Jean-Pierre Cargol, François Truffaut, Françoise Seigner, Jean Dasté, Paul Villé, Claude Miller
Fecha de estreno: 26/02/1970 (Francia)
“Esta es una historia real. Comienza en un bosque francés en verano de 1798”
En la primera secuencia de El pequeño salvaje, después de que una aldeana que está recogiendo setas huya asustada al percibir la presencia del protagonista entre la maleza del bosque, Truffaut nos muestra al joven salvaje (Jean-Pierre Cargol) encaramado a un altísimo árbol para, seguidamente, abrir el plano con un larguísimo zoom hasta dejar que la figura del personaje prácticamente se funda con el paisaje (fotograma 1). A partir de esta espléndida imagen inicial, y apoyada en la soberbia fotografía de Néstor Almendros, la relación del joven protagonista con el entorno espacial será una de las claves sobre las que se elabora el discurso fílmico de esta historia sobre la educación (en su doble y contradictoria significación liberadora y represiva) como forma de construcción de la consciencia individual y colectiva del ser humano en tanto que integrante de la sociedad civilizada.
Así, poco después de ser descubierto, el joven salvaje es capturado y confinado en un viejo establo: un espacio cerrado y oscuro que contrasta con el de la escena anteriormente referida y que será el primer escenario (en este caso, y de manera elocuente, en clave represiva) del proceso de humanización del protagonista. A partir de este momento, y una vez que el joven es puesto bajo la custodia del Doctor Itard (François Truffaut), la contraposición entre el exterior, como espacio de lo salvaje, y el interior, como lugar de la civilización, va a ser una constante a lo largo de toda la película. Una contraposición que adquiere su máxima y más bella expresión en las sucesivas imágenes del joven Víctor frente a la ventana, el lugar en el que se materializa de manera más evidente la frontera entre los dos espacios mencionados (o, previamente, en el plano del Doctor Itard junto a su colega, el profesor Philippe Pinel - Jean Dasté – contemplando a través de la ventana – fotograma 2, desde el espacio interior de la civilización - al joven salvaje extasiado bajo la lluvia en el jardín de la vivienda del Doctor Itard).
“Siempre ha mostrado su predilección por el agua, y su forma de beber demuestra que siente un inmenso placer. Se coloca junto a la ventana, con la mirada posada en el campo como si este hijo de la naturaleza pretendiese reunir en tal momento de deleite los dos únicos bienes que han sobrevivido a la pérdida de su libertad: beber un agua pura y contemplar el sol sobre los campos”. Los apuntes del Doctor Itard, describen a la perfección el mencionado e inevitable sentimiento de pérdida de libertad que advierte en su pupilo como consecuencia de su proceso de aprendizaje, así como la identificación del espacio exterior como el escenario del paraíso perdido. Inquebrantablemente comprometido con el movimiento ilustrado y, por tanto, defensor de la educación como mecanismo de construcción del hombre libre y autoconsciente de su esencial moral, Truffaut no evita sin embargo mostrar el carácter coercitivo de este proceso, manifestado en su expresión más contundente a través del cuarto oscuro en el que el Doctor Itard encierra a su alumno cada vez que éste reacciona negativamente a los estímulos a los que es sometido.
Tomando como eje narrativo el diario real del Doctor Itard (De l'education d'un homme sauvage ou des premiers developpemens physiques et moraux du jeune sauvage de l'Aveyron, 1801), Truffaut describe con precisión casi documental el proceso de aprendizaje del joven Víctor a manos de su infatigable mentor, ofreciéndonos secuencias de serena belleza, como la del Doctor Itard mostrando a su alumno la posición que debe adoptar para caminar erguido (el paso previo e indispensable para el inicio de la humanización del joven salvaje), la de los dos personajes (una vez más, ubicados frente a una ventana que separa el espacio interior de la civilización del espacio exterior de lo salvaje – fotograma 3) practicando la pronunciación de los primeros fonemas por parte de Víctor, o la divertida escena de los ejercicios de percusión que tiene lugar en el jardín de la vivienda (único momento en que el aprendizaje se realiza en el espacio exterior y que, significativamente, supondrá uno de los escasos episodios en los que el juego acabará por anteponerse al estudio).
Frente a la actitud academicista del Doctor Itard, la figura de la asistenta Madame Guerin (Françoise Seigner) se erigirá como contrapunto emocional en el proceso educativo del joven Víctor: ella es la que conecta al protagonista con su nuevo entorno a nivel afectivo (le toca, le abraza, le besa), justamente el terreno en el que el Doctor Itard manifiesta sus más evidentes carencias, como vemos en la bellísima secuencia en la que el propio Víctor prácticamente obliga a su mentor a tocarle el rostro (fotograma 4), reclamando una relación física que el Doctor ni siquiera parece haber tenido en cuenta hasta el momento. Una imagen que parece poner en evidencia no tanto la lejanía del joven salvaje con el mundo civilizado como la del estricto académico con respecto a la pureza de las emociones del paraíso perdido.
David Vericat
© cinema esencial (noviembre 2014)
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a ver si alguien puede