Fuego en la llanura

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Nobi (Fuego en la llanura)
Director:
Kon Ichikawa

Título Original: Nobi / Año: 1959 /  País: Japón / Productora: Daiei Studios / Duración: 108min. / Formato: BN - 2.35:1
Guión: Natto Wada (Novela: Shohei Ooka) / Fotografía: Setsuo Kobayashi, Setsuo Shibata / Música: Yasushi Akutagawa
Reparto: Eiji Funakoshi, Osamu Takizawa, Mickey Curtis, Mantarô Ushio, Kyu Sazanaka, Yoshihiro Hamaguchi
Fecha estreno: 03/11/1959 (Japón)

Frente de Filipinas, en el ocaso de la Segunda Guerra Mundial. El ejército japonés se bate en retirada ante el avance de las tropas norteamericanas. La agónica situación de las fuerzas niponas toma forma en la figura del soldado Tamura (Eiji Funakoshi), un combatiente enfermo de tuberculosis obligado a vagar por un territorio devastado por la violencia al no ser aceptado ni en su propio destacamento ni en el precario hospital militar de la zona. Con apenas un puñado de batatas y una única granada en su macuto (para darse muerte en caso de no ser admitido de nuevo en su regreso al hospital), Tamura inicia un dramático peregrinaje que se convertirá en un auténtico descenso a los infiernos, vagando sin rumbo en un paisaje sembrado de muerte y desolación.
 
“Se dijo que iba a morir, y así pensé que sería. Entonces ¿por qué corro?”, se pregunta el protagonista tras salvarse del bombardeo sobre el hospital al que acaba de regresar, mientras contempla los cadáveres de los enfermos desparramados por el suelo (fotograma 1). Convertido a partir de este momento en un auténtico muerto andante, Tamura será testigo (y protagonista) impasible de una barbarie que irá en crescendo hasta llegar a mostrar la más absoluta bestialización del ser humano.  
 
Hay una secuencia, justo tras la huida del protagonista del hospital, que simboliza de manera elocuente los perversos mecanismos de la violencia en un contexto de miedo, caos e indefensión provocado por cualquier contienda bélica: sentado ante un arroyo para refrescarse los pies, Tamura observa entre curioso y divertido una hormiga que sostiene en la palma de su mano, hasta que la picadura del insecto le hace reaccionar arrojándolo con violencia al agua. Inmediatamente después de este episodio, y tras avistar la cruz de lo que parece el campanario de una iglesia en el horizonte, Tamura llega a un poblado aparentemente deshabitado en el que descubre un montón de cadáveres de soldados japoneses apilados frente a la pequeña iglesia. Tras vagar por las callejuelas del poblado, encuentra a una joven pareja en una de las chozas, a la que se acerca con gesto amigable pero sin dejar de empuñar su fusil (fotograma 2), lo que provoca el grito de terror de la muchacha y la consiguiente reacción visceral de Tamura (no sin contemplar por un instante y con mirada extrañada el arma en su mano), disparando a bocajarro sobre la joven. Del mismo modo que con la picadura de la aterrorizada hormiga, el protagonista responde con brutalidad al ser incapaz de decodificar la reacción de terror que él mismo provoca en la indefensa pareja.  
 
Después de abandonar el poblado, Tamura se encuentra con tres soldados que huyen del frente (“Hemos estado en el infierno y hemos vuelto. Incluso comimos carne humana en Nueva Guinea”) y se une a ellos en su retirada hacia el puerto de Palompon, en donde se repliega el ejército japonés. Las imágenes de barbarie se suceden a partir de este momento ya de forma ineludible, alternado escenas de desesperanzada devastación (el travelling de Tamura avanzando en un paraje sembrado de cadáveres – fotograma 3), con momentos de insólito humor negro (“¿Es así como acabaremos todos?”, se pregunta un soldado ante la visión de un cadáver boca abajo, a lo que el propio cadáver, después de alzar el rostro, responde indolente: “¿has dicho algo?”, para volver a postrar inmediatamente el rostro en el fango) y episodios de insoportable crudeza (Tamura, ante la imagen del moribundo veterano alimentándose de sus propios intestinos – fotograma 4) que llevarán al protagonista hasta la más absoluta deshumanización: después de reunirse con Nagamatsu (Mickey Curtis) y Yasuda (Osamu Takizawa), dos de sus antiguos compañeros de regimiento, y descubrir que lo que le ofrecen como carne de mono es en realidad carne humana de soldados en retirada que ellos mismos abaten, Tamura se planta frente el fusil de su Nagamatsu cuando éste se lamenta por haber dejado escapar una nueva presa (“El mono ha huido. ¿Quién sabe cuándo volveré a encontrar otro?”) para responder, desafiante, “Tienes uno justo delante de ti” (fotograma 5 - en lo que parece ser a la vez una toma de conciencia y resignada aceptación del final de su tránsito hacia la propia animalización).
 
Ichikawa, quizá en un único gesto de piedad hacia su protagonista, modificó el final de la novela (en la que Tamura consigue salvar la vida para acabar recluido el resto de su vida en un manicomio) para proporcionar a su héroe la única salvación posible cuando, después de avistar una columna de humo, avanza hacia ella con esperanza de abandonar el infierno (“Debe haber granjeros alrededor de ese fuego. Sé que es peligroso ir pero sólo deseo ver por una vez gente normal”) para caer inmediatamente abatido en la llanura por una mortífera ráfaga de disparos.
 
David Vericat
© cinema esencial (enero 2016)

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