La mirada de Ulises

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La mirada de Ulises
Director:
Theo Angelopoulos

Título Original: To Vlemma tou Odyssea (Ulysses' Gaze) / Año: 1995 / País: Grecia-Francia-Italia / Productora: Paradis Films / Duración: 176 min. / Formato: BN - 1.66:1
Guión: Tonino Guerra, Theodoros Angelopoulos, Petros Markaris / Fotografía: Yorgos Arvanitis / Música: Eleni Karaindrou
Reparto: Harvey Keitel, Maïa Morgenstern, Erland Josephson, Thanassis Vengos, Yorgos Michalakopoulos, Dora Volanki
Fecha de estreno: 04/05/1995 (Cannes Film Festival)

“Y el alma, si debe conocerse a sí misma, tiene que observar el alma”
Platón, Alcíbiades
 
La mirada de Ulises arranca con las imágenes documentales de unas hilanderas rodadas en 1905 por los hermanos Manakis (fotograma 1), pioneros del cinematógrafo que se dedicaron a filmar episodios de la vida cotidiana de los habitantes de los Balcanes. Unas imágenes que se erigirán como leitmotiv del viaje de A (Harvey Keitel, un más que probable alter ego de Angelopoulos) a través del corazón de la Europa asolada por la guerra de los Balcanes con el propósito de hallar tres bobinas jamás reveladas de los primitivos realizadores (“Tal vez la primera película. La primera mirada. Una mirada perdida. Una inocencia perdida. Me obsesionó como si fuera mi propia obra. Mi primera mirada perdida hace tiempo”). Esta búsqueda del protagonista no será en realidad más que una excusa para emprender un recorrido de regreso a sus orígenes (A es un director residente en los Estados Unidos que no había vuelto a su tierra natal desde hacía treinta y cinco años) que se verá dramáticamente condicionado por el terrible conflicto bélico que desmembró el corazón del viejo continente a finales del siglo XX.
 
La mirada a la que hace referencia el título de la película se articula por tanto a través de diversos estadios espacio-temporales: desde la mirada primitiva de las imágenes de los hermanos Manakis (una mirada de la inocencia perdida) hasta la mirada contemporánea del protagonista hacia un territorio agonizante (“Grecia se muere. Como pueblo, nos morimos. Se acabó el ciclo. Miles de años entre ruinas y estatuas y ahora nos morimos”, se lamenta el taxista que conduce a A través de la frontera de Albania hasta la ciudad macedónica de Bitola, primera parada de su periplo), pasando por la mirada introspectiva del mismo personaje a la búsqueda de sus orígenes. Y Angelopoulos consigue el milagro de enlazar los distintos niveles espacio-temporales mediante sus ya característicos y magistrales planos secuencia, a través de los cuales seguimos el recorrido de A en su particular descenso a los infiernos. Tres momentos especialmente memorables en este sentido: 1) el plano de apertura del film, en el que asistimos a la muerte de unos de los hermanos Manakis en plena filmación de un velero en el horizonte marítimo (fotograma 2 - tiempo pasado), tras lo cual la cámara abandona la escena en travelling lateral hasta encuadrar a A (tiempo presente), que avanza en dirección contraria (ahora la cámara le sigue de regreso al punto de partida de la secuencia) hasta llegar al lugar en donde se encontraba el viejo realizador, ahora completamente vacío; 2) la secuencia en la frontera búlgara, con A transfigurado en uno de los hermanos Manakis a punto de ser fusilado: la cámara sigue al protagonista desde el puesto fronterizo (tiempo presente) hasta la celda desde la que será conducido, ya como Manakis, ante el pelotón de fusilamiento (tiempo pasado) y de nuevo hasta el puesto fronterizo (de regreso al tiempo presente); y 3) el larguísimo plano secuencia en el vestíbulo de la residencia familiar del protagonista en la ciudad rumana de Constanza, un espacio de la memoria al que A accede siguiendo la imagen de su difunta madre y en el que Angelopoulos nos muestra las distintas celebraciones de año nuevo (desde 1945 hasta 1950) bajo el acoso de los sucesivos regímenes autoritarios (la ausencia del padre, preso en Mauthausen, su regreso al hogar, su arresto por parte de las autoridades comunistas, la confiscación de los muebles y bienes de valor), hasta provocar el definitivo exilio que culminará con la imagen de la familia posando para una última fotografía, con un joven A en el centro del grupo (fotograma 3).
 
“Nos dormimos dulcemente en un mundo y nos hemos despertado brutalmente en otro”, sentencia el amigo periodista de A (Giorgos Mihalakopoulos) durante el paseo nocturno por las calles de Belgrado (una ciudad en la que “la guerra está tan cerca que parece estar lejos”), adonde el protagonista llega a bordo de un carguero que transporta un enorme busto de Lenin hasta Alemania (“para coleccionistas”, explica el propietario del navío), circunstancia que Angelopoulos aprovecha para introducir las fascinantes imágenes del coloso petrificado surcando el paisaje ante la admiración de un pueblo agonizante que se arrodilla a su paso (fotograma 4).
 
Antes, un nuevo episodio en el que A se transfigura una vez más en un personaje del pasado, aquí en el trasunto de un soldado caído en el frente durante la segunda Guerra Mundial al que espera una eterna e incansable Penélope (Maia Morgenstern, la actriz que da vida a todos los personajes femeninos de la película) en medio de un paisaje en ruinas a consecuencia de la contienda bélica (pasada y presente).
 
Prosiguiendo su viaje, A llegará a una Sarajevo devastada por la guerra en donde finalmente encuentra las ansiadas bobinas en manos del responsable del archivo cinematográfico, Ivo Levy (Erland Josephson), a quien el protagonista insta a hacer un último intento para hallar la fórmula para revelar la película (“No tiene derecho a tener encerrada esa mirada. Es la guerra, la locura, la muerte…”). Pero la ansiada búsqueda de la mirada perdida se verá truncada por la barbarie en un episodio que la cámara de Angelopoulos será incapaz de registrar (un terrorífico plano secuencia de casi tres minutos que culmina con la escalofriante imagen de A aullando de desesperación en medio de la niebla) y que dejará al protagonista sumido en el más absoluto desamparo, mientras observa finalmente las imágenes de una inocencia perdida muchos años atrás y ya para la eternidad, al tiempo que pronuncia las bellas palabras que cierran la película (fotograma 5):
 
“Cuando regrese, lo haré con las ropas de otro, con el nombre de otro. Nadie me esperará.
Si me dijeras que no soy yo, te daría pruebas y me creerías. Te hablaría del limonero de tu jardín, de la ventana por donde entra la luz de la luna, y de las señales del cuerpo. Señales de amor. Y cuando subamos temblorosos a la habitación, entre abrazos, entre susurros de amor, te contaré mi viaje, toda la noche, y las noches venideras…
Entre abrazos; entre susurros de amor. Toda la aventura humana. La historia sin fin.”
 
David Vericat
© cinema esencial (febrero 2015)

VÍDEOS: 
Fragmento: secuencia inicial (V.O.I.)

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