Las zapatillas rojas

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Las zapatillas rojas
Director:
Michael Powell

Título Original: The Red Shoes / Año: 1948 / País: Reino Unido / Productora: Independent Producers / Duración: 133 min. / Formato: Color - 1.37:1
Codirector: Emeric Pressburger / Guión: Michael Powell, Emeric Pressburger / Fotografía: Jack Cardiff / Música: Brian Easdale
Reparto: Anton Walbrook, Moira Shearer, Marius Goring, Leonid Massine, Albert Basserman, Robert Helpmann, Esmond Knight, Frederick Ashton, Ludmilla Tcherina
Fecha de estreno: 20/07/1948 (Londres)

“Nos habían dicho durante diez años que debíamos ir a morir por la libertad y la democracia; ahora que la guerra había terminado, Las Zapatillas Rojas nos decía que debíamos salir a morir por el arte”
Michael Powell
 
Si hay una característica que define claramente la obra cinematográfica de la pareja Powell-Pressburger, esa es sin duda alguna la sublimación de su puesta en escena a través de la composición, la iluminación y el tratamiento del color. En este sentido, no es arriesgado afirmar que Las zapatillas rojas supone la culminación formal de una colaboración que se inicia en 1943 con la extraordinaria Vida y muerte del coronel Blimp y que, tras otros títulos memorables como A vida o muerte (1946) o Narciso Negro (1947), encuentra en la adaptación del cuento de Hans Christian Andersen el terreno idóneo para desarrollar al máximo las propuestas formales apuntadas en las obras precedentes. La cita de Powell que encabeza este texto es elocuente en este sentido: tras abordar diversos géneros desde una misma y muy reconocible propuesta formal (muchas veces bastante alejada de las convenciones narrativas atribuidas a cada género en cuestión, lo que justamente confiere a los films de la pareja su sello absolutamente único), en Las zapatillas rojas fondo y forma convergen de forma absolutamente magistral para ofrecernos una apasionada fábula sobre la búsqueda de la belleza y de las devastadores consecuencias que puede acarrear la obsesión por alcanzar la perfección a través de la creación artística.
 
“¿Por qué baila?”, le pregunta Boris Lermontov (Anton Walbrook) a Victoria Page (Moira Shearer) en su primer encuentro; “¿Por qué vive?”, le responde la joven mostrando una determinación que el obsesivo director tomará como la voluntad de sometimiento de la aspirante a su tiránico poder. Un planteamiento que entronca de manera evidente con el mito de Fausto, aquí encarnado en la joven bailarina que venderá su alma al diablo para conseguir su sueño.
 
A partir de esta idea, el film narra la ascensión artística de la protagonista junto al joven compositor Julian Craster (Marius Goring), ambos bajo la autoridad del déspota Lermontov, el cual no dudará ni un segundo en prescindir de su primera bailarina, Irina Boronskaja (Ludmilla Tchérina), en el momento en que ésta interrumpe un ensayo para anunciar su compromiso matrimonial (“Está acabada. No se puede tener todo. La bailarina que confía en el dudoso recurso del amor humano jamás será una gran bailarina”). Será justamente este hecho el que provocará que Lermontov decida finalmente ofrecer el papel protagonista de su nueva obra (la adaptación del cuento de Andersen) a la joven Vicky, en una secuencia que se inicia con el plano de la protagonista ascendiendo una interminable escalinata para reunirse con Lermontov y el resto de su equipo artístico (elocuente y bellísima imagen del largo y duro camino que deberá recorrer la protagonista en su lucha por el éxito – fotograma 1).
 
Las secuencias de los ensayos de la obra destacan por el enorme realismo con el que se refleja la atmósfera de trabajo en el escenario: los interminables travellings entre maquinistas, carpinteros, costureras y bailarines; Julian ensayando con la orquesta mientras una mujer de la limpieza pasa el aspirador en el patio de butacas (fotograma 2); las discusiones entre Vicky y el coreógrafo Ljubov (Léonide Massine) durante los ensayos; los frenéticos momentos de caos entre bambalinas justo antes de levantar el telón para el estreno del espectáculo. Un tono realista (en el que destaca también un inteligentísimo y muy sugerente uso de las elipsis: piénsese por ejemplo en el mencionado primer encuentro entre Lermontov y la protagonista, resuelto con un ‘paseo’ entre los dos personajes del que no seremos testigos) que contrasta con el que los dos directores utilizarán para poner en imágenes la obra que finalmente se representa sobre el escenario: a partir de un plano inicial frontal (desde el punto de vista del patio de butacas), la cámara se introduce en la escena (rompiendo cualquier lógica espacio temporal) para sumergirnos literalmente en el fantástico universo del cuento de Andersen (fotograma 3). Es en este momento cuando el romanticismo formal que había caracterizado la puesta en escena de Powell y Pressburger alcanza su máxima expresión para dar lugar a una de las más memorables secuencias musicales de la historia del cine.
 
 “Bailarás. Y el mundo seguirá tus pasos”, le promete Lermontov a la protagonista tras el clamoroso éxito de su debut en el escenario; una promesa que se advierte más como una maldición que como un regalo, a tenor de los planteamientos sobre los que se rigen los métodos del director para alcanzar la perfección artística (“No olvide que una impresión de sencillez exige la agonía del cuerpo y el espíritu”), y que, tras los vanos intentos de la bailarina por escapar del hechizo, acabará materializándose en la condena final que dará lugar al fatal desenlace: “Ponte las zapatillas rojas Vicky, y baila para nosotros de nuevo”.
 
David Vericat
© cinema esencial (diciembre 2014)
 
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VÍDEOS: 
Trailer (V.O.I.)