Título Original: Pickup on South Street / Año: 1953 / País: Estados Unidos / Productora: 20th Century Fox / Duración: 80 min. / Formato: BN - 1.37:1
Guión: Samuel Fuller (Historia: Dwight Taylor) / Fotografía: Joe MacDonald / Música: Leigh Harline
Reparto: Richard Widmark, Jean Peters, Thelma Ritter, Richard Kiley, Murvyn Vye, Milburn Stone, Willis Bouchey, Harry Tenbrook, Parley Baer, Virginia Carroll, Wilson Wood
Fecha estreno: 27/05/1953 (Boston, Massachusetts)
Hay películas que atrapan desde la primera secuencia y Manos peligrosas, sexto largometraje de Samuel Fuller, es sin lugar a dudas una de ellas. No únicamente por la brillantez de su punto de partida argumental (un carterista que tiene la mala fortuna de robar los microfilms secretos que transporta la emisaria de una organización secreta, justo en el momento en que está siendo vigilada por los agentes del contraespionaje) sino, sobre todo, por la magistral puesta en escena de la que hace gala Fuller en este fantástico arranque, prescindiendo de cualquier diálogo y apoyándose en un eficaz montaje de primeros planos y planos detalle y en el juego de miradas entre el carterista, Skip McCoy (Richard Widmark), la joven que lleva los microfilms, Candy (Jean Peters), y los agentes federales que la están siguiendo (fotograma 1 - una secuencia que inspiraría a buen seguro algunos pasajes de la celebrada Pickpocket, de Robert Bresson).
Película englobada (normalmente con intenciones claramente peyorativas) dentro de las típicas producciones anticomunistas de la década de los cincuenta, el film de Fuller destaca no obstante tanto por sus valores esencialmente cinematográficos (la habitual contundencia de la puesta en escena del director al servicio de una historia de puro género negro) como por un planteamiento ideológico (o moral, más precisamente) que la sitúa a años luz de buena parte de los films propagandísticos de la época. Entendámonos: no se trata de negar el posicionamiento claramente anticomunista del film, pero sí parece evidente que la comprometida posición del protagonista, acosado por los espías comunistas por un lado y por los agentes norteamericanos por el otro, no deja de reflejar la compleja situación de muchos ciudadanos en una época en la que no colaborar directamente con el gobierno significaba ser tratado automáticamente como sospechoso de espionaje. Si a ello le añadimos el sintomático detalle de que la pareja protagonista de la película está formada por un carterista y una joven “de vida alegre” (“¿Te gusta echármelo en cara?“, le reprocha Candy al espía Joey - Richard Kiley - cuando éste le recuerda que es “una chica de mundo”), el posicionamiento ideológico del film adquiere matices todavía mucho más ambiguos que los que habitualmente encontramos en títulos contemporáneos con, a priori, similares intenciones.
De hecho, la trama de los microfilms no deja de ser un mero pretexto (un McGuffin casi idéntico al de la hitchcockniana Con la muerte en los talones, por cierto) que sirve a Fuller para poner en escena una de sus características historias protagonizadas por algunos de los personajes más desfavorecidos o marginales de la sociedad norteamericana. Y si hay uno de esos personajes que sobresale de entre todos ellos éste es sin duda alguna el de la entrañable Moe Williams (una extraordinaria Thelma Ritter), esa auténtica buscavidas de la calle cuya máxima ambición es la de conseguir el dinero necesario para procurarse “un entierro digno” vendiendo corbatas e información a la policía sin perder por ello ni un ápice de dignidad ni la estima (!) de los delatados (“Algunos venden manzanas, carne, leña, yo vendo información. Skip no se enfada, él lo entiende. Bueno, si lo vendo barato sí se enfada”). Hay una escena, magnífica, en la que Fuller logra plasmar en un único detalle esta paradójica relación de aprecio entre los dos personajes: después de sorprender a Candy en su guarida, Skip revisa su bolso y, al encontrar una de las corbatas de Moe (evidencia de que la joven ha llegado hasta allí por una información de la anciana), no puede evitar una sonrisa de reconocimiento ante quien le ha delatado una vez más (fotograma 2).
Consecuentemente con la relevancia del personaje, el asesinato de Moe a manos de Joey es uno de los grandes momentos de la película y por extensión de toda la filmografía del director; una secuencia con la que Fuller consigue transmitir toda la emoción contenida en el drama del personaje con los mínimos elementos y sin recurrir en ningún momento a falsos subrayados: Moe llega a su pequeño apartamento, pone un viejo disco y se derrumba en la cama antes de descubrir los pies de Joey sobre el colchón (que ha llegado hasta ella para averiguar el paradero de Skip); “¿Qué quiere comprar, señor?”, le espeta la anciana desafiante al intruso; y, ante el silencio de Joey, concluye, “Yo me siento como un reloj que se va quedando sin cuerda. Estoy cansada… Tan cansada que me haría usted un favor matándome ahora mismo” (fotograma 3); la cámara hace una lenta panorámica hasta el tocadiscos y sobre la imagen del vinilo girando escuchamos el fatal sonido de un disparo.
“Nadie la reclamará. La enterrarán en una fosa común”, le informa con frialdad uno de los agentes a Skip cuando le interrogan como sospechoso del asesinato de Moe. Y el protagonista, antes de convertirse en un héroe prácticamente en contra de su voluntad y gracias a la intervención de la joven Candy, la cual echa por tierra su plan para conseguir 25.000$ de los espías a cambio del microfilm (“Siento haber arruinado tu plan. Prefiero un carterista vivo que un traidor muerto”), se redimirá personalmente encargándose de proporcionarle a su amiga Moe el digno entierro por el que tanto había luchado la entrañable vendedora de corbatas.
David Vericat
© cinema esencial (mayo 2015)
Comentarios
Una gran pelìcula con muchas
Muchas gracias por tu