Tiburón

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Tiburón
Director:
Steven Spielberg

Título Original: Jaws / Año: 1975 /  País: Estados Unidos / Productora: Universal Pictures presents a Zanuck/Brown Production Duración: 125 min. / Formato: Color - 2.35:1
Guión: Peter Benchley, Carl Gottlieb (Novela: Peter Bentchley) / Fotografía: Bill Butler / Música: John Williams
Reparto:  Roy Scheider, Robert Shaw, Richard Dreyfuss, Lorraine Gary, Murray Hamilton, Carl Gottlieb, Jeffrey C. Kramer
Fecha de estreno: 20/06/1975 (USA)

Confesión previa: no ha sido hasta recientemente, en que he tenido la ocasión de ver una adaptación teatral de Un enemigo del pueblo (Un enemic del poble, en la versión de Juan Mayorga y Miguel del Arco para el Teatre Lliure), que he caído en cuenta de los evidentes paralelismos de la obra de Ibsen con este Tiburón de Steven Spielberg (probablemente se haya escrito sobre ello hasta la saciedad, y, de hecho, es algo que se puede corroborar tras una rápida búsqueda en la red con las palabras del coguionista del film, Carl Gottlieb, el cual al parecer se refería a la película como “Moby Dick sumado a Un enemigo del pueblo”. En todo caso, en mi descargo y como una vez dijo Orson Welles, “las cosas buenas deben ser halladas, halladas en el precioso espíritu de la primera vez. Es cierto que todo se ha hecho ya - o dicho, añado yo -, pero es más saludable no saber que es así. ¡Diantre, también ya estaba todo hecho cuando yo empecé!").
 
Nos encontramos por tanto con un moderno Thomas Stockmann enfrentado aquí a las autoridades de su localidad, no a causa de las putrefactas aguas de un balneario sino por culpa del gigante escualo que amenaza la vida de los bañistas (según el protagonista de la película, Brody - Roy Scheider) y la economía de la zona (desde el punto de vista del alcalde Vaughn - Murray Hamilton - , representante de las fuerzas políticas y económicas de la población).
 
Hay en todo caso otra diferencia entre las dos propuestas mucho más importante que la del desencadenante del conflicto (y que dice mucho de la distinta manera de afrontar los problemas entre la ideología socialdemócrata europea y la liberal norteamericana): mientras que en la obra de Ibsen, Stockmann dedica todos sus esfuerzos a enfrentarse a las autoridades de la localidad, concentrando su energía en la crítica a la corrupción del sistema político y económico dominante (y, por tanto, no tanto en buscar una solución práctica al problema real que pone en peligro el balneario), en la propuesta de Spielberg, Brody optará finalmente por enfrentarse él solo al enorme tiburón, desistiendo de hacer entrar en razón a las autoridades o de denunciar los intereses corruptos que ponen en peligro a los turistas. Toda una declaración de principios a partir de la cual se podría escribir un extenso ensayo sobre los vicios y virtudes los dos sistemas políticos imperantes en el mundo occidental.
 
Pero, más allá de temáticas políticas, Tiburón es una magnífica película que bebe al mismo tiempo de referentes clásicos del género de aventuras (el ya mencionado Moby Dick de Herman Melville, pero también El viejo y el mar de Hemingway, por citar dos claros ejemplos) y del horror-fantástico (del King Kong de C.Cooper y Shoedsack en adelante), a la vez que se erige como punto germinal de un nuevo subgénero que iba a invadir las pantallas de todo el mundo con las más dispares criaturas de la naturaleza aterrorizando a todo campamento de adolescentes que se pusiera a tiro (casi siempre con resultados más bien poco estimulantes, incluyendo hasta tres secuelas del film de Spielberg, a cada cual más penosa).
 
La película se divide claramente en dos partes, siendo, para quien esto escribe las más estimulante la primera de ellas (sobre la que se centrará esta reseña), en la que Spielberg hace gala de una encomiable economía de medios que potencia las posibilidades de la imagen cinematográfica como sugeridora de lo fantástico, sin necesidad de llegar a mostrar en ningún momento al monstruo (algo a lo que la mayor parte de títulos del género parecen haber renunciado desde hace ya mucho tiempo, una vez que el imperio de los efectos especiales se ha hecho definitivamente con el poder). Secuencias como la ya mítica apertura de la película, con el ataque nocturno a la bañista (fotograma 1), o la inmediatamente posterior (para mí, una de las mejores de la película) con Brody vigilando atentamente a los bañistas antes del segundo ataque en la playa, son dos magníficos ejemplos de la maestría de Spielberg para generar tensión cinematográfica a partir únicamente de la puesta en escena y el montaje (fotograma 2).
 
Durante toda esta primera parte, Spielberg va cargando la película de esta tensión utilizando tan solo el poder sugeridor de las imágenes, ya sea en forma de amenazantes travellings subjetivos bajo las aguas, mediante el color rojo de la sangre en la superficie del mar o, como en el caso del tercer ataque de la bestia (otra extraordinaria secuencia de horror), con los restos de un embarcadero enganchado al monstruo que delatan el temible avance del tiburón, invisible bajo las aguas, hacia un pescador que consigue alcanzar la orilla en el último momento.
 
Lo mismo sucede con la secuencia de la autopsia que Matt Hooper (Richard Dreyfuss) realiza a la primera víctima del escualo: la respiración agitada del oceanógrafo durante su exploración es indudablemente mil veces más efectiva que cualquier imagen explícita del cuerpo destrozado de la víctima (fotograma 3 - al tiempo que sugiere una interesante cuestión ética a partir de la reacción del personaje: ¿su agitación es debida al horror que le provoca la visión del cadáver mutilado, o quizás a la expectación del científico al encontrarse ante la obra de una criatura marina de dimensiones nunca imaginadas?).
 
Hay también, en esta primera parte, hermosos momentos íntimos, como la escena en la que Brody, puesto en evidencia ante la comunidad por la madre de una de las víctimas del tiburón (otro momento que empareja claramente al personaje con el protagonista de Ibsen enfrentado al pueblo), encuentra consuelo en el juego de su hijo imitando sus propios gestos (fotograma 4 - una secuencia muy spielbergiana, en su concepción de la familia como refugio del hombre enfrentado a un peligro exterior). Y escenas de brillante ironía, como la del alcalde Vaughn invitando a una atemorizada pareja de ancianos a bañarse para demostrar al resto de veraneantes la ausencia de peligro, o el falso ataque provocado por dos adolescentes que casi son abatidos a tiros por la patrulla de vigilantes (tras unas imágenes iniciales en la playa que remiten inevitablemente a Les vacances de M. Hulot de Jacques Tati).
 
Inmediatamente después se produce el siguiente ataque real del tiburón, esta vez sobre el hijo de Brody, que será el detonante para que el problema social se convierta en una cuestión personal que el protagonista deberá afrontar finalmente con sus propios medios, lo que da lugar a la segunda parte del film, centrada en la caza del monstruo por parte de Brody, Hooper y el viejo lobo de mar Quint (Robert Shaw).
 
Un monstruo al que por fin podremos descubrir en todo su esplendor en la inmensidad del océano. Aunque al verlo, y a pesar de la magnífica tensión narrativa que mantiene la película, probablemente ya no nos aterrorice de la misma manera que cuando únicamente podíamos imaginarlo.
 
David Vericat
© cinema esencial (febrero 2014)

VÍDEOS: 
Trailer (V.O.I.)

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