¿Dónde está la casa de mi amigo?

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Director:
Abbas Kiarostami

Título Original: Khane-ye Doust Kodjast / Año: 1987 / País: Irán / Productora: Kanoon - The Institute for the Intellectual Development of Children & Young Adults / Duración: 80 min. / Formato: Color - 1.66:1
Guión: Abbas Kiarostami / Fotografía: Farhad Saba / Música: Amine Allah Hessine
Reparto: Babek Ahmad Poor, Ahmed Ahmed Poor, Kheda Barech Defai, Iran Outari, Aît Ansari
Fecha estreno:  02/1987 (Fajr Film Festival)

Después de una decena de cortometrajes y mediometrajes sobre la infancia (la mayor parte de ellos producidos por el Instituto para el Desarrollo Intelectual de Niños y Jóvenes Adultos), ¿Dónde está la casa de mi amigo? se establece como un punto de inflexión en la filmografía de Abbas Kiarostami, tanto por erigirse en la culminación temática de su obra anterior, como por impulsar el reconocimiento internacional del director, ineludible presencia a partir de entonces en los más prestigiosos festivales cinematográficos del mundo.
 
El planteamiento de la película, de una sencillez aplastante, se puede resumir en unas pocas líneas: Ahmad, un escolar del pequeño pueblo de Koker, debe encontrar la casa de su compañero Mohamed para devolverle el cuaderno que se ha llevado por error y evitar que sea expulsado del colegio por no hacer los deberes en el mismo. A partir de esta mínima excusa argumental, Kiarostami relata la odisea del pequeño Ahmad como si de un cuento de aventuras se tratara, siguiendo la estructura de las narraciones clásicas y contando con la presencia de los elementos característicos del género: tenemos una amenaza previa, en la advertencia del profesor a Mohamed por no haber hecho sus deberes en el cuaderno (“Que sea la última vez, la próxima te expulsaremos del colegio”); una misión que debe realizarse en un corto lapso de tiempo (la del protagonista, Ahmad, de encontrar la casa de Mohamed para devolverle el cuaderno antes de la siguiente jornada escolar); un recorrido a través de extraños parajes (el trayecto que separa el pueblo de Ahmad, Koker, del de su compañero Mohamed, Poshteh); una búsqueda con indicaciones parecidas a las del plano de un tesoro (“En una calle empinada. Hay una escalera delante que acaba en una puerta azul. Y hay un puente que está cerca de la casa”); un tenaz oponente (el abuelo de Ahmad, que le encarga ir a por cigarrillos para imponer su autoridad sobre el pequeño distrayéndole de su misión: “Quiero que el chico se eduque bien. Una buena paliza le enseñaría disciplina”); y hasta un genio bonachón (el anciano parlanchín que guiará al protagonista, ya en plena noche, hasta la que parece ser la casa de Mohamed). Todo ello, descrito a partir de la mirada del protagonista, tanto en el aspecto formal (abundan las imágenes a la altura de los ojos de Ahmad, con las cabezas de los adultos fuera de plano – fotograma 1) como en el narrativo (las acciones de los adultos, ya sean las tareas domésticas de la madre o las interminables negociaciones de un comerciante de puertas, son vistas por Ahmad como actos incomprensibles o de nula importancia frente a la que para él es su misión principal).
 
Kiarostami plantea, de manera diáfana y directa, la gran distancia que separa al mundo de la infancia del de los adultos; su diferente escala de valores y la enorme dificultad de establecer puentes de comunicación entre ambos. La primera y única preocupación de Ahmad (devolver el cuaderno a su compañero para evitar que sea expulsado de la escuela) es vista por los adultos como una tarea aplazable (“Ya se lo darás mañana”, responde con escaso interés la madre a la angustia de Ahmad), cuando no simplemente intrascendente o directamente imaginaria. Es sintomático, en este sentido, que en todos los encuentros que el protagonista tiene durante su búsqueda, serán únicamente los niños los que intentarán ayudarle en su cometido: primero un compañero de clase, que le indica la dirección del primo de Mohamed; seguidamente éste último, que le da la noticia de que su compañero acaba de regresar a Koker acompañando a su padre; y, por último, el hijo del comerciante de puertas (al que Ahmad creyó el padre de Mohamed por tener el mismo apellido), que después de hacerle ver su confusión (“Aquí hay montones de Nematzadeh”) le da nuevas indicaciones para intentar encontrar la casa de Mohamed. Por el contrario, todos los adultos a los que el protagonista pide ayuda responderán con el silencio (el hombre que transporta un enorme fardo), la negativa (“Estoy enferma, márchate”, le ordena una anciana como única respuesta a la pregunta de Ahmad) o directamente la indiferencia (el comerciante de puertas al que Ahmad preguntará infructuosamente si se trata del padre de Mohamed).
 
Dentro de esta estructura enormemente sencilla, Kiarostami nos ofrece momentos de ingenuo humor (Ahmad confundiendo por dos veces el cuaderno de Mohamed: al partir en búsqueda de la casa de su amigo para devolvérselo y en el desenlace de la película, al entregar el cuaderno equivocado al profesor) e incluso situaciones de auténtico suspense (Ahmad observando expectante al que piensa que puede ser su amigo, con el rostro oculto tras la puerta que está cargando – fotograma 2). Pero destacan sobre todo algunas imágenes de inusual y serena belleza, características del personalísimo estilo del director: el plano general del patio de la vivienda de Ahmed; el hermoso y sugerente plano del protagonista ascendiendo por el sendero en zigzag hacia el pueblo de Mohamed (fotograma 3); las imágenes del pequeño entre las callejuelas de Poshteh; o el delicioso plano que cierra la película, con la flor que el anciano había entregado a Ahmad y que éste había guardado entre las páginas del cuaderno de su amigo Mohamed (fotograma 4).
 
David Vericat
© cinema esencial (Marzo 2017)

VÍDEOS: 
Fragmento (1)
Fragmento (2)

Comentarios

La silenciosa conciencia heroica del niño alejada de recompensa social lo convierte en un personaje subversivo no por constituir su acto de devolución del cuaderno en un ataque a los comportamientos adultos y su confrontación con ellos, en el sentido de que ningún adulto hubiera hecho lo mismo, sino más bien por una ética que es la energía que lo impulsa por las calles, a perderse, a disolverse en la oscuridad. Maravillosa y estimulante reseña de David Vericat.

Muchas gracias por tu comentario, Jordi!

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