Título Original: Bande à part / Año: 1964 / País: Francia / Productora: Columbia Films / Duración: 95 min. / Formato: B/N - 1.37:1
Guión: Jean-Luc Godard / Fotografía: Raoul Coutard / Música: Michel Legrand
Reparto: Anna Karina, Claude Brasseur, Sami Frey, Louisa Colpeyn, Chantal Darget, Ernest Menzer
Fecha estreno: 29/07/1964 (Locarno Film Festival)
“Siempre dejo espacio al azar. Me gusta mucho rodar escenas que cinco minutos más tarde podrían ser distintas, en las que los personajes no dirían lo mismo que cinco minutos antes, como sucede en la vida misma”
Jean-Luc Godard
Concebida como una personalísima revisión del cine negro americano, Bande à part (1964) es seguramente la película más libre y la que contiene más momentos de auténtica “felicidad cinematográfica” de toda la filmografía de Godard. De hecho, pareciera que el director hubiera tenido la necesidad de cambiar radicalmente de registro después de la magistral Le Mépris (1963) al abordar esta historia de policías y ladrones (el guion parte de la novela pulp "Fools' Gold", de Dolores Hitchens) como un juego cinematográfico repleto de escenas, diálogos e imágenes que discurren en forma de digresiones a la trama policiaca para centrarse en el triángulo de relaciones que forman sus tres protagonistas: la cándida Odile (Anna Karina), el oportunista Arthur (Claude Brasseur) y el introvertido Franz (Sami Frey). Unas relaciones cuya evolución Godard se permite adelantar en el vertiginoso montaje en paralelo de miradas en los títulos de crédito iniciales (algo prácticamente imposible de percibir en un primer visionado), en el primero de los muchos juegos que plantea la película (fotograma 1)
Ya en la primera escena, en la que Franz conduce a Arthur frente la casa en la que se hospeda Odile y que ambos planean robar, vemos claramente las distintas motivaciones de los dos personajes: Franz está secretamente enamorado de Odile (su exclamación al mostrársela a su cómplice desde el coche le delata desde el primer momento), mientras que Arthur simplemente pretende seducirla para aprovecharse de ella (tanto sexualmente como para el robo que planean). De hecho, por la conversación entre ambos no es difícil adivinar que la idea del robo ha sido de Arthur, mientras que para Franz es simplemente una excusa (un juego) para acercarse a Odile. Así, cuando Arthur ve que su cómplice responde hastiado a todas sus preguntas para trazar su plan, le “provoca” narrando el episodio del mítico enfrentamiento entra Pat Garret y Billy The Kid, a lo que Franz reacciona escenificando la acción, como (de nuevo) si de un juego se tratara.
“Para los espectadores que entran en este momento en el cine, podemos decirles algunas palabras escogidas al azar: Hace 3 semanas. Un montón de dinero. Unas clases de inglés. Una casa junto al río. Una chica romántica”. Mediante la voz en off, Godard sigue jugando, aquí con la idea del azar y de la banalidad de la trama argumental, supeditada como hemos dicho a la historia de la relación entre los tres personajes. Arthur, seguro de sí mismo, inicia su estrategia de seducción hacia la “romántica Odile”, ante la impotente mirada de Franz (que comprueba decepcionado cómo Odile rechaza una y otra vez sus cigarrillos para inmediatamente después aceptar los de Arthur). Como nos dice Godard: “Ahora podríamos hacer una digresión, para hablar de los sentimientos de Odile, Franz y Arthur. Pero todo está ya suficientemente claro. Así que dejemos que las imágenes hablen y cerremos el paréntesis”.
Y las imágenes ciertamente hablan, muestran, sugieren, juegan: Arthur acariciando la mejilla de Odile, Odile poniéndose el sombrero de Franz, Franz y Arthur leyendo noticias de robos y crímenes en la prensa, los tres personajes intercambiando sucesivamente su posición (y la relación entre ellos) alrededor de la mesa del café. Y, por supuesto, la ya mítica secuencia con Arthur, Franz y Odile bailando en sincronizada coreografía (fotograma 2) uno de los maravillosos temas musicales de Michel Legrand (secuencia citada por Tarantino, ferviente admirador de esta película, en Pulp Fiction). Antes, una nueva digresión del director con el minuto de silencio (auto)impuesto por los personajes (“un verdadero minuto de silencio puede durar una eternidad”) y que supone toda una provocación (de nuevo, en forma de juego) al propio espectador.
Tras la secuencia en el café, Franz y Arthur se juegan con una moneda al aire quién va a quedarse con Odile: “Arthur eligió cara. Odile gritó cara al recoger la moneda que había salido cruz. Franz cogió el Simca. Condujo largo tiempo triste y solo, con la mirada febril” mientras Arthur prosigue su interesado juego de seducción. En el metro (“Arthur y Odile descendieron al centro de la tierra”), Odile canta J’entends, j’entends, un tema de Jean Ferrat a partir de un poema de Louis Aragon, en una de las más bellas secuencias de la película: las imágenes del metro y las calles de París, sus viajeros, transeúntes y mendigos, dialogan con el poema de Aragon hasta llevarnos al plano de Franz, durmiendo solo, que Godard contrapone al plano de Arthur y Odile en la cama.
Una vez que Arthur, impelido por su siniestra familia (con la que trama traicionar a Franz), decide poner su plan en marcha, Franz comienza a sincerarse con Odile: le pide que se decida entre él y Franz para huir después del robo (él se iría al norte, a “la tierra de Jack London: nueva digresión, con Franz narrando a cámara el argumento de una de las narraciones del escritor), le regala “la novela que le hace pensar en ella” y le lee un fragmento de la misma. En su trayecto hacia la casa, Odile se fija en el edificio del Louvre. Franz le explica que una vez leyó que un americano había tardado 9 minutos 45 segundos en visitar el museo. Así que, mientras esperan al anochecer para cometer el robo (según Arthur, “de acuerdo con la tradición de las malas películas de serie B”) deciden hacer lo mismo. La breve pero magnífica secuencia de Franz, Arthur y Odile corriendo por las galerías del Louvre es otro de los momentos lúdicamente mágicos del filme (fotograma 3).
Será el último momento de juego entre los tres personajes: el plan debe ejecutarse y, tras un primer intento fallido, en el que Odile empieza a ser consciente de los verdaderos sentimientos de Franz y Arthur respecto a ella, el robo se consuma y Arthur lleva finalmente a cabo su traición, pretendiendo esconder la mayor parte del botín. Cuando Franz y Odile regresan a la casa (“como el héroe de una novela legendaria, Franz tuvo un oscuro presentimiento”), son testigos del tiroteo entre Arthur y su tío, en el que ambos fallecen (“el último pensamiento de Arthur antes de morir, fue la cara de Odile”).
El juego ha terminado. El tímido Franz ha conseguido por fin el amor de la cándida Odile y ambos huyen “a los países cálidos” a bordo de un barco (en un maravilloso plano-homenaje al emigrante de Chaplin - fotograma 4) en busca de nuevas aventuras. Pero éstas, nos promete irónico Godard, las veremos en una próxima película, esta vez en Cinemascope y Tecnicolor.
David Vericat
© cinema esencial (noviembre 2013)
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Comentarios
Siempre a la escapada, el