Título Original: Casablanca / Año: 1942 / País: Estados Unidos / Productora: Warner Bros. Pictures / Duración: 102 min. / Formato: BN - 1.37:1
Guión: Julius J. Epstein, Philip G. Epstein, Howard Koch (N.A: Cassey Robinson / Fotografía: Arthur Edeson / Música: Max Steiner
Reparto: Humphrey Bogart, Ingrid Bergman, Paul Henreid, Claude Rains, Conrad Veidt, Sydney Greenstreet, Peter Lorre, S.Z. Sakall, Madeleine LeBeau, Dooley Wilson, Joy Page, John Qualen, Leonid Kinskey, Curt Bois, Ed Agresti, Marcel Dalio, Enrique Acosta, Louis V. Arco, Frank Arnold, Leon Belasco, Oliver Blake
Fecha estreno: 26/11/1942 (NY)
“Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial la Europa prisionera volvió los ojos con esperanza o desesperación hacia la libertad de los Estados Unidos. Lisboa se convirtió en el punto de partida, pero no todos podían llegar directamente a Lisboa. Así nació una tortuosa ruta de refugiados. De París a Marsella. A través del Mediterráneo hasta Orán. Y desde allí en tren, coche o a pie bordeando África hasta Casablanca en el Marruecos francés. Aquí, los afortunados con dinero, influencia o suerte pueden obtener visados y salir hacia Lisboa y salir hacia el nuevo mundo. Pero los otros esperan en Casablanca. Y esperan… esperan…”
Que el clásico por antonomasia de la época dorada de Hollywood lleve la firma de un director de los llamados de oficio (habrá quien le considere autor, y pueden no faltarle razones, aunque no es mi caso) como Michael Curtiz podría ser claramente la perfecta demostración del impecable funcionamiento de la mayor y más perfecta fábrica de sueños jamás creada. La enorme paradoja, en este caso, es que nos encontramos ante una producción con, a priori, no pocos ingredientes para convertirse en poco más que un simpático producto de serie B: un guion basado en una obra de teatro nunca estrenada, escrito a cuatro manos mientras la producción ya había arrancado (los hermanos Julius y Phillips Epstein, que iniciaron el trabajo, fueron sustituidos por Howard Koch y el no acreditado Casey Robinson, para reincorporarse finalmente, y en pleno rodaje, al proyecto con la misión de encontrar el final de la historia), lo que provocó que el ambiente de trabajo no fuera ni mucho menos idílico (las crónicas describen a “un Curtiz desesperado por no tener el guion definitivo, riñendo a todo el equipo en su pésimo inglés agravado por su tartamudeo crónico” *). En palabras de Ingrid Bergman: “El guion se modificaba sin descanso y rodábamos a diario a partir de cero: nos entregaban el diálogo y procurábamos encontrarle su sentido. Nadie sabía en qué lugar ocurría la trama ni cómo finalizaría ésta, lo que, desde luego, no contribuía a que diéramos verosimilitud a los personajes. Yo le preguntaba a Michael Curtiz aspirando a precisar de quien estaba enamorada, y él me respondía: Aún no lo sé, mientras tanto… actúe” **.
En tales circunstancias es justo atribuir el mérito por los logros de la película, además de al azar y a una más que probable confabulación astral, a la inspiración de un Curtiz en especial estado de gracia en la puesta en escena (hipótesis: gracias justamente a un caos de producción que habría forzado al director a desprenderse del encorsetamiento académico mostrado en el grueso de su filmografía), apoyado en unos diálogos memorables que ya forman parte de la imaginería de todo cinéfilo de pro (“¿Te veré esta noche?”, “No hago planes con tanta antelación”; “Qué le trajo a Casablanca?”, “Mi salud, vine por las aguas”, “¿Qué aguas? Estamos en el desierto”, “Me informaron mal”; “¿Cuál es su nacionalidad?”, “Soy un borracho”…) además de, cómo no, en la portentosa actuación de su pareja protagonista, aquí rodeada de un fabuloso elenco de secundarios. Todos ellos, ingredientes fundamentales para convertir una trama de pasmosa sencillez en una obra que permanece hoy en día como uno de los principales (sino el principal) referente de una manera de hacer cine ya extinta.
Y es que, pudiendo encontrar en un sinfín de títulos de la época todas y cada una de las soluciones visuales que Curtiz muestra en la película, probablemente ninguna como ésta condensa de manera más perfecta el catálogo de recursos del cine clásico de las grandes productoras de Hollywood: la presentación del protagonista, Rick (Humphrey Bogart), con una panorámica que nos lleva del plano detalle de sus manos, pasando por su copa de champán vacía y aprovechando el movimiento de llevarse el cigarrillo a los labios, para llegar a un primer plano de su rostro (fotograma 1); el primer cruce de miradas entre Rick e Ilsa (Ingrid Bergman), cuando el protagonista interrumpe airado el tema musical que Sam (Dooley Wilson) rememora a petición de la joven (por supuesto, el mítico a time goes by); la introducción del flashback parisino, aprovechando el humo del cigarrillo de un atormentado Rick para fundir la imagen con el pasado; la despedida de la pareja en París (Ilsa sabiendo ya que no va a poder viajar con Rick), con el gesto de la mano de Ilsa tumbando una copa de champán que Curtiz encadena con la imagen de Rick bajo la lluvia, esperando en vano a su amada en la estación (un gesto, el de tumbar la copa, que el protagonista repetirá al finalizar el flsahback); las gotas de lluvia borrando la tinta de la carta de despedida que Rick lee justo antes de partir finalmente (fotograma 2); la imagen de Ilsa, irrumpiendo como una aparición luminosa en la oscuridad del despacho de Rick (fotograma 3);… son sólo algunas de las secuencias que hacen de Casablanca un auténtico festín para los buscadores de momentos míticos, logrando que pasemos por alto alguna que otra pequeña concesión como son, desde mi punto de vista, la celebrada secuencia de la Marsellesa, o la un tanto tramposa escena en la que Rick vende su local a Ferrari (Sydney Greenstreet) dando a entender que su decisión de partir con Ilsa es real (si ya tenía decidido lo contrario, ¿por qué vender su local sino para engañar al espectador y asegurar el efecto de la secuencia final?).
Concesiones que no empañan los muchos méritos de un film que incluso se permite el lujo de regalarnos un doble final (cada uno de los dos igualmente memorable): 1) el de la despedida entre Rick e Ilsa, del que es obligado destacar, más allá de la brillantez de los diálogos (“Si el avión despega y no estás con él te arrepentirás. Quizá no hoy ni mañana pero pronto. El resto de tu vida”, “¿Y nosotros?”, “Siempre nos quedará París”), la brillantísima puesta en escena de Curtiz (para mi gusto, los catorce planos que van desde la imagen de la hélice del avión arrancando, con una portentosa concatenación de miradas entre los tres personajes, Rick, Ilsa y Victor Laszlo - Paul Henreid –, hasta el plano de Rick, de espaldas, observando a Ilsa y Victor Laszlo perdiéndose entre la bruma, componen la mejor secuencia de la película - fotograma 4); y 2) la secuencia epílogo (atribuida al productor, Hal B. Wallis) con Rick y el cínico capitán Renault (Claude Rains) alejándose hombro con hombro y en la que el protagonista nos dejará una última y definitiva frase para la posteridad: “Louie, presiento que esto será el inicio de una bonita amistad” (fotograma 5).
* Diego Galán (El País)
** Ingrid Bergman (Memorias)
David Vericat
© cinema esencial (enero 2016)