Título Original: Det sjunde inseglet / Año: 1957 / País: Suecia / Productora: Svensk Filmindustri / Duración: 96 min. / Formato: BN - 1.37:1
Guión: Ingmar Bergman / Fotografía: Gunnar Fischer / Música: Erik Nordgren
Reparto: Max von Sydow, Gunnar Björnstrand, Nils Poppe, Bibi Andersson, Bengt Ekerot, Gunnel Lindblom, Maud Hansson, Ake Fridell
Fecha estreno: 16/02/1957 (Suecia) / 15/05/1957 (Cannes Film Festival)
Si hay una imagen en la historia del cinematógrafo que exprese la búsqueda a una respuesta sobre la existencia de Dios, ésta es para mí la del caballero Antonius Block (Max von Sydow) mirando fijamente a los ojos de la condenada por brujería (Maud Hansson), a punto de morir quemada en la hoguera (fotograma 1). Ante la ausencia total de cualquier rastro del Dios por el que ha combatido durante diez años en Tierra Santa, el extenuado combatiente intenta hallar algún indicio del mismo a través de la figura del diablo (“Quiero verle y preguntarle por Dios. Él sabe más que nadie y me revelará”), pero su desesperado gesto es en vano: “Lo único que veo es el horror que paraliza tus pupilas. Nada más”, declara contrariado ante el rostro aterrorizado de la joven.
Y ante la angustiosa duda que atenaza a Block (“¿Por qué la cruel imposibilidad de alcanzar a Dios con los sentidos? ¿Por qué se esconde en una oscura nebulosa de promesas que no hemos oído y milagros que no hemos visto? ¿Qué va a ser de los que queremos creer y no podemos?”), la única certeza es la de la presencia de la Muerte, con quien el caballero entabla una partida de ajedrez para ganar tiempo en su búsqueda de una respuesta (en el magnífico inicio de la película vemos a Block recostado a la orilla del mar al lado de su tablero de ajedrez, esperando la llegada de su contrincante – fotograma 2). “¿Nos rebelarás tu misterio?”, le inquiere finalmente, cuando ésta le anuncia que en su próximo encuentro se lo llevará a él y a todos los que le acompañan, pero la réplica de la negra dama no deja ningún lugar para la esperanza: “Yo no tengo nada que revelar. Yo no soy nada”.
Entre medio de la desasosegante duda de Block, dos concepciones radicalmente opuestas del sentimiento religioso: la del comediante Jof (Nils Poppe), de una espiritualidad luminosa (que se manifiesta en su visión de la Virgen con el niño Jesús en un claro del bosque), y la de la ortodoxia eclesiástica, manifestada en las siniestras procesiones de penitentes que asumen la plaga de la peste negra como un castigo divino ante el que únicamente resta someterse para expiar los pecados de la humanidad (Bergman contrapone estas dos representaciones en la secuencia en la que la función de los comediantes es interrumpida por la procesión que irrumpe en el poblado captando inmediatamente la devota atención del público que estaba presenciando el espectáculo de los juglares).
El racionalismo de Block le impide acceder a la idea de Dios por medio de la fe religiosa (“yo quiero entender, no creer. No debemos afirmar lo que no se logra demostrar”) y, en cambio, le proporcionará un único instante de revelación durante su encuentro con la bella esposa de Jof, Mia (Bibi Andersson) y el pequeño Mikael, con quien el caballero come las fresas y bebe la leche recién ordeñada que ésta le ofrece, junto a su escudero Jöns (Gunnar Björnstrand), la joven acompañante de éste (Gunnel Lindblom) y el propio Jof: “Siempre me acordaré de este día, me acordaré de esta paz. Lo llevaré entre mis manos, amorosamente, como se lleva un cuenco lleno de leche recién ordeñada”. Inmediatamente, en su siguiente encuentro con la Muerte, Bergman plasma en un único y extraordinario plano los dos estadios por los que transita el protagonista: el de la vida, reflejada en las siluetas de sus acompañantes que vemos al fondo de la imagen, bañados en la luz del atardecer; y el de las tinieblas, con la imagen en primer término de Block y su siniestro contrincante separados por el tablero de ajedrez (fotograma 3).
Será en este momento cuando Block comprenda cuál debe ser el cometido al que debe dedicar el tiempo de prórroga que le está ganando a la Muerte (esa “acción única” que le otorgue “la paz”): si no puede burlar su destino con la Muerte, intentará al menos salvar a Jof, a Mia y al pequeño Mikael del mismo final. En un momento de la partida, Block hace caer las piezas del tablero, momento que Jof aprovecha para huir junto a su esposa Mia y el pequeño Mikael (Jof es, de hecho, el único capaz de ver la imagen de Block en su contienda frente a la Muerte; su fe apartada del dogma hará que él y los suyos sean los únicos en salvarse de las tinieblas). Una escena que Block observa complacido, mientras responde con voz serena a la pregunta de la Muerte (“¿Has hecho ya tu buena acción?”): “Sí, ahora, por fin”.
Hay, de hecho, una cierta actitud magnánima en la actuación de la Muerte: primero, permitiendo la huida de los comediantes; seguidamente, otorgándole a Block la oportunidad de reencontrarse con su esposa en su castillo, adónde el protagonista llega finalmente junto al resto de sus acompañantes. Ante la ausencia del más mínimo rastro divino, Bergman apunta que la única posibilidad de encontrar algún indicio de Dios es precisamente a través de la certeza de la existencia de la Muerte. Una idea que cobra forma en la bellísima imagen de uno de los ventanales repentinamente iluminado por un potente haz de luz que precede a la llegada de la Negra Dama al castillo, y de la que únicamente será testigo la joven hasta ese momento muda, que, arrodillándose ante la presencia de la Muerte rompe su silencio para proclamar las últimas palabras de Cristo en la cruz: “Consummatum est” (fotograma 4).
“Los veo, Mia”, proclama Jof ante la imagen de la Muerte llevándose consigo a sus feligreses: “Sobre ellos llega el cielo tormentoso. Van cogidos de las manos y, bailando, forman una larga cadena. Delante va la mismísima Muerte con su guadaña y su reloj de arena. Ya marchan todos, huyendo del amanecer en una solemne danza hacia la oscuridad. Mientras la lluvia lava sus rostros surcados por la sal de la lágrimas” (fotograma 5).
David Vericat
© cinema esencial (mayo 2018)
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