Título Original: Il sorpasso / Año: 1962 / País: Italia / Productora: Fair Film / Incei Film / Sancro Film / Duración: 105 min. / Formato: B/N - 1.85:1
Guión: Dino Risi, Ettore Scola, Ruggero Maccari / Fotografía: Alfio Contini / Música: Riz Ortolani
Reparto: Vittorio Gassman, Jean-Louis Trintignant, Catherine Spaak, Claudio Gora, Luciana Angiolillo
Fecha de estreno: 05/12/1962
En una de las escenas iniciales a bordo del Lancia Aurelia Sport, poco después de abandonar la desierta ciudad de Roma, el tunante Bruno (Vittorio Gassman) comenta con su copiloto, el pusilánime Roberto (Jean-Louis Trintignant), su gusto por las canciones que “de una cosa de nada hablan de todo, la soledad, la incomunicación o”, prosigue, ”eso que está de moda hoy, la alienación, como en las películas de Antonioni”, para acabar sentenciando “a mí El eclipse me hizo dormir ¡Qué director Antonioni!”.
Si he querido citar este momento es porque me parece muy indicativo de la actitud de Dino Risi a la hora de abordar esta escapada que va a exponer al protagonista de la película a la soledad y el vacío por el que transcurre su existencia. Porque, si bien el conflicto central no está tan alejado del de la citada película de Antonioni (estrenada apenas unos meses antes), la propuesta se encuentra a las antípodas en cuanto a la forma cinematográfica (consecuentemente con el estilo de Risi): mientras en El eclipse la pareja protagonista era mostrada casi siempre con actitud estática, prácticamente integrada con los objetos y lugares de un escenario inerte, el Bruno de La escapada es un personaje en continuo movimiento (eternamente montado en ese descapotable con el que surca los alrededores de Roma en pleno ferragosto), justamente para evitar tener que preguntarse por el sentido de su existencia (fotograma 1).
Hay también, a diferencia de la de Antonioni con sus personajes, mucho más distante, una mirada de complicidad de Risi hacia su protagonista, o más bien de cierta comprensión a pesar de sus muchas debilidades. Y es que Bruno es tramposo, pendenciero, inmaduro, egoísta, racista, misógino, pero capaz a la vez, con su inconciencia y su espontaneidad, de transmitir una joie de vivre que va a dar lugar a las únicas horas de auténtica felicidad en la monótona y previsible vida de su apocado acompañante. En este sentido, el choque provocado por el encuentro de los dos personajes va a acabar generando un movimiento inverso en sus respectivas actitudes vitales: mientras el estudiante Roberto va a tomar conciencia del encierro en el que ha transcurrido toda su existencia (en una catarsis liberadora tan explosiva como fugaz), Bruno acabará por enfrentarse al vacío por el que transita su aparentemente despreocupada vida, justamente a raíz del trágico desenlace con el que culminará su frenética escapada junto a su joven compañero de viaje.
La primera parte de este viaje sin destino que emprenden los protagonistas es sin duda la más hilarante de la película. Aquí descubrimos al Bruno más corrosivo, políticamente incorrecto y despreciablemente divertido, capaz de perseguir alocadamente a una pareja de turistas alemanas (a ritmo de la sempiterna bocina de su descapotable), negarse a auxiliar a unos religiosos con el automóvil averiado, intentar negociar con un transportista en estado de shock para comprar la carga de su camión a pocos metros de donde yace una víctima del accidente que acaba de producirse, insultar a una joven autoestopista negra (fotograma 2), mofarse de un esforzado ciclista al que adelanta con su descapotable (“A mí el ciclismo no me gusta nada. Es un deporte antiestético. Engrosa las piernas. Es mejor el billar”), robar la multa de un automóvil para evitar que el suyo sea sancionado (“si no nos ayudamos entre automovilistas…”) o despreciar la petición de limosna de unas monjas con actitud condescendiente (“Me gusta hablar con las monjas. Para ellas, que alguien se interese es una cosa enorme, una aventura”).
Esta primera parte tendrá su punto de inflexión en la parada que la pareja realizará en el viejo caserón de los tíos de Roberto, en donde el joven pasó los veranos durante su infancia. Allí, Roberto se enfrentará a los fantasmas de su pasado (incluyendo una joven tía de la que el adolescente estuvo platónicamente enamorado), descubriendo una realidad que su ingenuidad mantuvo oculta y que el perspicaz Bruno le desvelará con absoluto desparpajo a los pocos minutos de llegar (la condición sexual del asistente de la familia o la consanguinidad paterna de su primo con el capataz de la hacienda con quien aquél guarda un elocuente parecido). Hay, al final de este episodio, un plano tan breve como extraordinario que contiene por sí solo la idea del vacío que domina la existencia de sus personajes: la imagen de la tía Lidia (Linda Sini), prisionera entre los muros del viejo caserón que la han condenado a una vida completamente anodina, observando desde la ventana la partida de Bruno y Roberto (fotograma 3).
De nuevo a bordo del descapotable, la actitud de Bruno empieza ya a dar algún signo de desazón cuando, inmediatamente después de asegurarle que “la edad más bella es aquella en que uno está”, le aconseja que hable con la joven de la que el estudiante le confiesa estar enamorado para evitar encontrarse como él a su edad, “solo como un perro”. Una desazón que va a ir en aumento a partir de este momento, primero, en el episodio en el que los dos viajeros se cuelan en una velada nocturna que acaba en una pelea de Bruno con un automovilista con el que previamente se había picado en el camino (y que contiene el bello y misterioso plano de una bella joven acompañada de un hombre maduro que cruza su triste mirada con la de Roberto – fotograma 4); y poco después, a partir de la visita a la vivienda de la exmujer de Bruno, Gianna (Luciana Angiolillo), en donde el protagonista sacará a relucir su lado más amargamente patético: intentando acostarse con su exmujer, abordando (sin reconocerla) a su propia hija, Lili (Catherine Spaak), en la playa, o insinuando la posibilidad de pedir un préstamo al maduro pretendiente de ésta como condición para dar su consentimiento a su relación. Hay, en esta parte final, un único momento mínimamente reconfortante, en la breve secuencia en la que Gianna reconoce en su padre una actitud incorrupta en comparación con la del mundo adulta que le rodea (“Al menos tú no cambies. Te lo ruego, papa” – fotograma 5), pero el destino trágico del protagonista ya ha quedado trazado y estallará brutalmente en forma de condena tras una última y fatal escapada que pondrá fin a “los dos días más hermosos” de la vida de Roberto.
David Vericat
© cinema esencial (junio 2019)
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Comentarios
Un guión casi genial,
Muy de acuedo con tu
En el Lancia viajan Bruno