Título Original: L'albero degli zoccoli / Año: 1978 / País: Italia / Productora: RAI / Italnoleggio / Duración: 175 min. / Formato: Color - 1.33:1
Guión: Ermanno Olmi / Fotografía: Ermanno Olmi / Música: Johann Sebastian Bach
Reparto: Luigi Ornaghi, Francesca Moriggi, Omar Brignoli, Antonio Ferrari, Teresa Brescianini, Giuseppe Brignoli, Carlo Rota, Pasqualina Brolis, Massimo Fratus, Francesca Villa
Fecha de estreno: 17/05/1078 (Cannes Film Festival)
Iniciado en el cine documental, con más de una treintena de cortometrajes sobre diversas temáticas sociales pero con una atención especial en el seguimiento de obras de ingeniería (la construcción de una presa, la reparación de una red del tendido eléctrico en alta montaña, el funcionamiento de un complejo industrial en Siracusa), Ermanno Olmi se sirve de su experiencia en el género para recrear la vida de un grupo de campesinos de Lombardía a finales del siglo XIX. Interpretada por “campesinos y gente del campo de Bergamasco” que nunca habían actuado ante una cámara, El árbol de los zuecos consigue el milagro de hacernos olvidar que estamos ante la recreación de unas gentes, un lugar y una época ya pasados para sumergirnos en una auténtica experiencia vital con el relato cotidiano de su dura existencia.
No hay ninguna evidencia de la cámara, que pasa totalmente desapercibida a ojos del espectador, aunque la puesta en escena es de una rigurosidad cartesiana: escasos movimientos (fuera de los estrictamente necesarios para seguir una acción), abundancia de planos generales con un composición y textura que nos evocan los lienzos de Millet (fotograma 1), iluminación naturalista. Todo ello para conseguir la máxima sensación de autenticidad en cada uno de los planos de la película.
Hay únicamente un elemento que podemos considerar extradiegético en la propuesta narrativa de Olmi, y éste no es otro que la banda sonora compuesta exclusivamente por piezas para órgano de Johann Sebastian Bach, pero curiosamente el resultado no afecta en absoluto al realismo de las imágenes, confiriéndoles en todo caso una nobleza que está totalmente acorde con la mirada del director. Lo explica el propio Olmi en un texto que acompaña a la edición de la banda sonora de la película: “Ya mientras escribía el guión, me di cuenta de que la elección de la música sería un paso delicado: no tenía ideas precisas e incluso las pocas opciones que me vinieron a la mente no me gustaron y las descarté casi inmediatamente. Durante el rodaje, a veces volvía a la idea de ‘qué música’, pero cada vez postergaba la decisión esperando que la música me encontrara a mí en lugar de lo contrario. Y se puede decir que esto es exactamente lo que sucedió. Para tener una idea del ritmo de edición de ciertas secuencias, generalmente trato de hacer coincidir una música con las imágenes y la cosa más o menos siempre funciona. Esta vez, extrañamente, la película rechazó cualquier tipo de música, como si las atmósferas de la campaña y las vicisitudes de los campesinos pertenecieran a un mundo diferente (a una cultura diferente). Al final, casi resignadamente, probé una sonata de Bach para órgano, y en seguida me di cuenta de que finalmente había encontrado la música para mi película. Alguien dijo que Bach confiere un toque excesivamente aristocrático a una película sobre campesinos. No estoy de acuerdo. Creo que la grandeza de Bach, como la poesía, no es aristocrática ni popular, sino simple y esencial como la verdad. Así que estoy convencido de que el mundo campesino y la música de Bach se conocían y se llevaban bien incluso antes de que coincidieran en la banda sonora de El árbol de los zuecos”.
“Así debía ser la casa de campo lombarda a finales del siglo pasado. En ella vivían cuatro o cinco familias de campesinos. La casa, los establos, la tierra, los árboles, parte del ganado y los arneses pertenecían al patrón y a él se le debían dos partes de la cosecha”, reza un texto sobre el plano general de la gran casa rural que va a servir de escenario a la historia. Cuatro son en este caso las familias que habitan la hacienda: los Mènec, compuesta por el padre, Batisti (Luigi Ornaghi), la esposa, Batistina (Francesca Moriggi), y sus tres hijos; los Runk, formada por la cabeza de familia (Teresa Brescianini), recientemente enviudada, sus seis hijos y el abuelo Anselmo (Giuseppe Brignoli); los Finard, padre (Battista Trevaini), madre (Giuseppina Langalelli) y tres hijos; y la familia de la joven Maddalena (Lucia Pezzoli). Cada una de ellas con una especial circunstancia que va a servir de hilo conductor de las respectivas tramas (si se puede llegar a hablar en estos términos) que van a ir alternándose a lo largo de los meses en que transcurre la película (desde otoño hasta primavera): la escolarización de uno de los hijos de Batisti, el pequeño Minec (Omar Brignoli) a instancias del párroco de la comarca, Don Carlo (Carmelo Silva); la dura situación de la viuda Runk, incapaz de sostener a la familia con su trabajo de lavandera; las constantes disputas de Finard con su hijo; y el noviazgo de Maddalena con el joven Stefano (Franco Pilenga).
Olmi va avanzando lentamente en cada una de las tramas, haciendo coincidir a las cuatro familias en las situaciones y espacios comunes que provocan la reunión de todos sus integrantes: el deshoje de las mazorcas, la matanza del cerdo, las veladas nocturnas para escuchar las historias de Batisti, las celebraciones eclesiásticas. Significativamente, la figura del patrón de la casa de campo (Mario Brignoli) no se relaciona en ningún momento directamente con sus trabajadores; no hay ningún contacto visual ni físico entre ambos estamentos, y todas las órdenes son transmitidas a través del capataz de la hacienda. El padrone es prácticamente una figura divina, y sus únicas señales son en este sentido como pequeñas manifestaciones milagrosas (la secuencia en la que los campesinos escuchan extasiados la música que suena del gramófono del patrón – fotograma 2) o de inclemente autoridad (su decisión de expulsar a los Finec de la hacienda al final de la película). Hay un único momento en que el joven Stefano osa perturbar la morada sagrada del patrón (a quien vemos deambular por el exterior de su vivienda, observando aburrido por la ventana la celebración navideña que tiene lugar en el interior), pero será rápidamente ahuyentado en cuanto su presencia sea descubierta. De ahí la actitud resignada de los campesinos, que atribuyen sus miserables condiciones de vida a una causa sobre la que no tienen ningún poder de decisión, como las inclemencias del tiempo, las enfermedades o la propia muerte. Y en el caso de transgredir las reglas (Batisti talando un árbol de la hacienda para fabricar un nuevo zueco para el pequeño Finec), el castigo será inexorable.
Quedan para la memoria de esta hermosa obra maestra, los momentos de serena belleza y muchos otros de dolorosa tristeza: Maddalena apoyando su cabeza en el hombro de su madre antes de abandonarla para casarse con Stefano (fotograma 3); el joven Peppino (Carlo Rota) ejerciendo repentinamente de cabeza de familia ante su madre viuda cuando ésta le sugiere la posibilidad de internar a sus dos hermanas en un orfanato (“Si hace falta trabajaré día y noche, pero mis hermanas se quedan aquí en casa, con nosotros”); Batisti observando impotente al capataz mientras se lleva sus animales antes de ser deshauciado; el rostro lloroso del pequeño Finec montado en el carro para abandonar la hacienda junto a su familia (fotograma 4); o el plano general del resto de los campesinos saliendo al exterior de la casa de campo para observar en silencio el pequeño carruaje de los Mènec alejándose hacia la oscuridad de un incierto crepúsculo (fotograma 5).
David Vericat
© cinema esencial (junio 2019)
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