El demonio del mar

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El demonio del mar
Director:
Henry Hathaway

Título Original: Down to the Sea in Ships / Año: 1949 / País: Estados Unidos / Productora: Twentieth Century Fox / Duración: 120 min. / Formato: BN - 1.37:1
Guión: Sy Bartlett, John Lee Mahin (Historia: Sy Bartlett) / Fotografía: Joseph MacDonald / Música: Alfred Newman
Reparto: Richard Widmark, Lionel Barrymore, Dean Stockwell, Cecil Kellaway, Gene Lockhart, Berry Kroeger, John McIntire, Harry Morgan, Harry Davenport, Paul Harvey, Jay C. Flippen
Fecha de estreno: 22/02/1949

En la lista de adaptaciones absurdas de títulos de películas al español, la de El demonio del mar debería estar indiscutiblemente entre las de cabeza, sin que sirva de descargo que el original, Down to the Sea in Ships (que, entiendo, se podría traducir como Surcando el mar en navíos), tampoco sea especialmente logrado y no haga justicia en todo caso a las virtudes de la es que para mí, no solo la mejor película de Hathaway (de las que conozco) sino, además de un extraordinario film de aventuras,  una de las más bellas historias de amistad y aprendizaje de la historia del cine.

 

Por supuesto, el tono pausado de esta película “intimista, emotiva y desbordante de humanidad” (como la describe José María Latorre en su indispensable La vuelta el mundo en 80 aventuras) se aviene escasamente a el torrente de emociones (la cursiva indica la degradación del término en nuestros días) que se empeña en querer servirnos el cine contemporáneo, inmerso en absurdas e infantiloides batallas de superhéroes que han convertido el otrora noble género de aventuras en una factoría de productos tan estratosféricamente caros como inmediatamente desdeñables, comida basura para aplacar las necesidades más nimios que se digiere (y se defeca) con la misma rapidez con la que se consume. Impensable por tanto, hoy en día, en el género de aventuras, una película como la que nos ocupa, que se toma su tiempo en la presentación de situaciones y personajes primero, para desarrollar posteriormente una historia que alterna de manera ejemplar los pasajes más reposados (pero de una conmovedora intensidad) con episodios de acción desbordante, filmados todos ellos con mano magistral por Hathaway (lo que no es extraño en el caso de los segundos, por la demostrada habilidad del director en este terreno, pero bastante más remarcable por lo que respecta a los primeros, no tan presentes en el resto de su filmografía).

 

Este tono pausado, le permita a Hathaway dedicar la primera media hora (de las dos de duración, es decir, nada menos que una cuarta parte del metraje) a presentar de manera admirable a dos de los personajes principales de la historia, su relación, y el conflicto principal que va a planear durante toda la película: el Capitán Bering Joy (simplemente extraordinario, Lionel Barrymore, en el que es para mí su mejor trabajo, que ya es mucho decir) es un afamado ballenero que tiene a su cargo a su nieto, el joven Jed Joy (Dean Stockwell, que consigue el milagro de hacer aparecer en la pantalla a un niño sin un solo gesto de repelencia o ñoñería), huérfano de padre y madre, con la aspiración de que algún día éste pueda tomar el mando de su barco ballenero para dar continuidad a la saga familiar. Pero Bering Joy es ya un anciano de setenta años, y ve cómo se acerca su final con el temor de que su nieto sea todavía demasiado joven para sucederle. Además, el viejo capitán debe hacer frente a las presiones de su compañía ballenera (que insiste en que le ha llegado el tiempo de jubilarse) y asumir personalmente  la educación del joven Jed, condición indispensable si quiere mantener a su nieto a bordo del ballenero. Hay ya en esta primera media hora un puñado de secuencias admirables: la presentación de los dos personajes, primero en su relación de capitán y subordinado mientras se encuentran todavía a bordo del ballenero que acaba de regresar a puerto (Bering Joy tratando con calculada severidad al joven Jed y éste dirigiéndose a su abuelo como “señor”) y, seguidamente, como abuelo y nieto, a su llegada a la vivienda familiar (de la cual, como señala Latorre, Jed menciona su pequeño tamaño en comparación con “la inmensidad de los mares” de los que acaba de regresar – señalando con este pequeño detalle la vocación marina del joven), en la que el nieto contempla admirado los retratos de sus predecesores: el de su bisabuelo, el de su abuelo, Bering Joy, y el de su padre, fallecido en alta mar. Igualmente memorable es la secuencia en la que Jed Joy debe pasar su examen para demostrar que sigue su educación y poder embarcarse de nuevo junto a su abuelo: ante los temores de Bering de que el maestro de la escuela califique con severidad el examen de su nieto (debido a que, en su día, el propio Bering hizo desistir al profesor de sus aspiraciones de ser también un marinero), el viejo capitán ve con sorpresa cómo éste decide aprobar a Jed (a pesar del desastroso examen que ha hecho), convencido de que la educación que Bering le ofrece a su nieto es mucho más valiosa que cualquiera de las materias que el joven pueda aprender en la escuela (fotograma 1).

 

Después de esta presentación, se incorpora a la historia el tercer gran protagonista de la película, el joven oficial Dan Lucenford (un igualmente joven Richard Widmark, que había debutado justamente a las órdenes de Hathaway dos años antes en la magnífica El beso de la muerte, y que ofrece una interpretación a la altura de sus dos partenaires), que va a provocar (de manera involuntaria) el conflicto entre abuelo y nieto al encargarse de la educación de Jed (por orden de Bering) provocando, por un lado, la admiración del joven alumno (que ve a Lucenford como una encarnación de la figura del padre ausente), y por el otro los celos del viejo marino, al que su rigidez como capitán le impide establecer una relación afectiva con su propio nieto mientras estén a bordo del navío. Hay, además de este conflicto entre abuelo y nieto, el que se establece entre el capitán y el joven oficial, el primero con una formación basada únicamente en sus años de experiencia, mientras que el segundo tiene una formación estrictamente académica. Hathaway no toma partido por ninguno de los dos, sino que su mirada es de profunda comprensión y respeto para cada uno de ellos (fotograma 2). En este sentido es significativo el momento en el que, en plena caza de una ballena, Lucenford (desde el bote ballenero) y Bering (observando la escena desde el navío) coinciden en su pronóstico sobre cuándo va a emerger el enorme escualo de las profundidades marinas y el número de barriles que van a obtener de la pieza: cada uno desde su conocimiento (empírico el del anciano, académico el del joven oficial) llegan a la misma conclusión y aciertan en su vaticinio.

 

Sin embargo, y esa es una de las maestrías de una película como El demonio del mar, los tres personajes van a aprender y evolucionar a raíz de la relación triangular que se establece entre ellos, y no sólo en una única dirección, sino con cada uno de sus dos respectivos compañeros de viaje: Lucenford valorará la experiencia y rigidez de Bering como cualidades indispensables para estar al mando del ballenero, y aprenderá del joven Jed la importancia de la amistad; Bering acabará admitiendo que los conocimientos de Lucenford pueden mejorar los resultados de su trabajo, mientras que, a través de la relación con su nieto, comprenderá la importancia de expresar los sentimientos de afecto (la secuencia del abrazo final de ambos personajes es de una intensidad emocional absolutamente conmovedora – fotograma 3); y joven Jed, por su parte, encontrará en Lucebnford a la figura de padre ausente, a la vez que entenderá que la rigidez de su abuelo ejerciendo como capitán tiene como último objetivo el de convertirlo en el futuro en un hombre mejor.

 

Todo ello no nos es expuesto de manera discursiva ni falsamente melodramática, sino mediante un puñado de secuencias que, como ya he señalado, sitúan a El demonio del mar como una de las cumbres del cine de aventuras: momentos como los del rescate del bote naufragado en el que se encontraba el joven Jed por parte de Lucenford (fotograma 4 - desobedeciendo las órdenes de Bering Joy, que, sin embargo, espera con tensión el regreso de su nieto desde la cubierta del ballenero bañada en la niebla); la espléndida secuencia en la que el navío embarranca contra un enorme iceberg; y, por supuesto, las escenas de tono casi documental (tan presentes en el cine de Hathaway) de la caza de ballenas y su posterior descuartizamiento, previas a la espléndida imagen del joven Jed, subido a lo más alto del mástil, descubriendo por primera vez el chorro de agua de una enorme ballena en el horizonte (fotograma 5) y gritando a pleno pulmón el mítico grito ballenero:

 

“¡There she blows! ¡There she blows!”

 

 

David Vericat
© cinema esencial (agosto 2019)

Comentarios

A Jed Joy se le proporciona una estructura educacional para abolir su desamparo y proporcionarle un medio de vida. Es un film sobre el valor de la responsabilidad de los ascendientes respecto a los descendientes. Es un film serio enmarcado en la sombra de la aventura, donde Jed Joy va incorporándose a planos compartidos con otros marineros sin diferencias. Hathaway director de obras maestras sorpresas filma los episodios aventureros con la tensión narrativa de Stevenson y la claridad documental de Vittorio de Setta. Es gran cine

Hathaway utiliza este estilo documental en muchas de sus películas, al inicio de "Lobos del norte", "Yo creo en ti" o de "El beso de la muerte", por ejemplo. Gracias por el comentario!