Título Original: L'eclisse / Año: 1962 / País: Italia-Francia / Productora: Cineriz / Interopa Film / Paris Film / Duración: 126 min. / Formato: B/N - 1.85:1
Guión: Tonino Guerra, Michelangelo Antonioni, Elio Bartolini / Fotografía: Gianni di Venanzo / Música: Giovanni Fusco
Reparto: Alain Delon, Monica Vitti, Francisco Rabal, Louis Seigner, Lilla Brignone, Rossana Rory, Mirella Ricciardi
Fecha de estreno: 12/04/1962 (Milán)
“La verdad de nuestra vida cotidiana no es mecánica, convencional o artificial como en general se nos muestra en las historias tal como están construidas en el cine. La cadencia de la vida no está equilibrada, es una cadencia que ahora se precipita, ahora es lenta, ahora se estanca, y ahora, por el contrario, es vertiginosa. Hay momentos de pausa, hay momentos muy veloces y creo que todo ello se debe notar en el relato de una película, precisamente para ser fieles a ese principio de verdad”
Michelangelo Antonioni
Resulta paradójico comprobar como una obra como El eclipse, acusada en no pocas ocasiones por cierto sector de la crítica de artificial, vacía y pretenciosa, ha adquirido con el paso del tiempo su máxima vigencia, no únicamente por su celebrada radiografía de la incomunicación (temática que, desde sus inicios en la década de los sesenta del pasado siglo, no ha hecho más que tomar cada vez más protagonismo en el mundo occidental), sino también por la clarividencia con que retrata la deshumanización de la sociedad contemporánea, representada en el escenario urbano que conforman esas barriadas a medio construir en las que se desarrolla la película (un marco de apariencia casi irreal por aquel entonces que ha devenido tristemente habitual en buena parte de las ciudades asoladas por la gran crisis financiera de nuestros días). Si a esto le añadimos la estremecedora contemporaneidad de las secuencias en la bolsa (incluyendo una cierta visión pedagógica de los perversos mecanismos por los que se rige la macroeconomía en el mundo capitalista), no es demasiado arriesgado catalogar el film de Antonioni como una perfecta crónica del aquí y el ahora, vista desde la perspectiva de nuestros días.
La escena inicial del film es fascinante por la osadía de su planteamiento: tras una noche de discusiones (que no presenciamos) Antonioni nos muestra la ruptura entre Vittoria (Monica Vitti) y Ricardo (Francisco Rabal) mediante silencios, miradas y movimientos que reflejan la incomunicación entre los dos personajes, a los que las imágenes revelan como seres prácticamente inanimados (o poco más que el omnipresente ventilador que preside la estancia), tal como constata la propia Vittoria, en uno de los mejores momentos de la secuencia: tras observar a Ricardo sentado en una butaca, con la mirada vacía y el cuerpo completamente inerte, la cámara retrocede en travelling siguiendo los pasos de Vittoria que, al llegar ante un espejo, gira inmediatamente el rostro aterrorizada ante la visión de su propia imagen reflejada (fotograma 1). Es el momento culminante en el que la protagonista toma consciencia de la situación estancada en la que se encuentra su relación con Ricardo (y por extensión, su propia existencia), que se verá refrendado por el significativo gesto de abrir la tupida cortina que hasta ese momento aislaba la estancia del exterior (un exterior en todo caso extraño y fantasmagórico, presidido por la insólita edificación en forma de platillo volante en medio de un paisaje a medio urbanizar).
Tras la ruptura con Ricardo, nos encontramos la primera escena en la bolsa, adonde Vittoria acude con la vana intención de compartir su desconsuelo con su madre (Lilla Brignone), mucho más preocupada por el estado de sus acciones que por los problemas sentimentales de su hija. Dos momentos especialmente memorables en este escenario: el minuto de silencio en honor a un corredor de bolsa recién fallecido (provocando una fugaz y absurda tregua en el campo de batalla del centro financiero) y el episodio en el que, después del crack bursátil, Vittoria fija su atención en el anónimo accionista que “acaba de perder diez millones” (según le cuenta el joven Piero -Alain Delon), para seguirle hasta una pequeña terraza en la que el hombre se sienta a tomar un medicamento mientras dibuja unas flores en su pequeña libreta, en un bello y desesperado gesto que refleja la impotencia y la indefensión del hombre común sometido a la vorágine del sistema.
“¿A dónde van los millones que se pierden?”, le inquiere Vittoria a Piero después de recoger la hoja con los dibujos que el anónimo accionista ha dejado sobre la mesa. “A ningún sitio”, responde el joven sin vacilar, poniendo de manifiesto el absurdo sobre el que se erige el sistema económico del mundo occidental contemporáneo. Un mundo que la protagonista observa desde una posición marcada cada vez más por el extrañamiento, evidenciado tanto en su relación con el espacio (como vemos en la extraordinaria imagen de Vittoria, en mitad de la noche, observando con asombro unos desnudos mástiles agitados por el viento – fotograma 2), como con el propio Piero (“Tengo la impresión de estar en el extranjero”, comenta el joven en una ocasión; “Esta impresión es la que tengo yo a tu lado”, le responde impertérrita Vittoria), con quien la protagonista establece una relación marcada desde el primer momento por la distancia y la frialdad, tal como se muestra en el plano de la pareja besándose por primera vez, separados físicamente por el cristal de una ventana (fotograma 3).
De nuevo aquí el espacio físico (la solitaria esquina de un edificio en construcción que sirve de punto de encuentro para sus citas) opera como metáfora de la precaria relación de los dos amantes. “Esta noche. A las 8. En el mismo sitio”, se promete una vez más la pareja, en una cita que es en realidad su despedida definitiva, tal como advertimos en la secuencia inmediatamente posterior al último abrazo de la pareja: una vez fuera de la oficina de Piero, vemos a Vittoria en la calle, a través de las rejas de un comercio (fotograma 4 - significativamente, la misma imagen con la que Antonioni nos mostraba a una de las amantes de Piero); la cámara realiza entonces una panorámica vertical hasta encuadrar las copas de los árboles de un parque, y corta a un nuevo plano de los mismos árboles, ahora sin las rejas de por medio, para inmediatamente realizar una panorámica hacia la derecha hasta reencuadrar el rostro de Vittoria, ya liberada de su encierro (fotograma 5), la cual, tras observar el espacio (por vez primera con el rostro relajado), abandona finalmente el lugar con paso decidido.
Será el punto de inflexión que va a dar lugar a la inquietante y subversiva escena final de la película, con el escenario del punto de encuentro al que ninguno de los dos amantes acudirá como único y desolado protagonista de esta crónica sobre el vacío y la deshumanización de la sociedad contemporánea.
David Vericat
© cinema esencial (junio 2014)
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