Fat City, ciudad dorada
"El ayer está muerto y ya pasó
y el mañana aún no se ve.
Es triste estar solo.
Ayúdame a pasar la noche."
"El ayer está muerto y ya pasó
y el mañana aún no se ve.
Es triste estar solo.
Ayúdame a pasar la noche."
En el plano inicial de Al anochecer (tras una panorámica exterior sobre el brumoso cielo de París hasta una de las ventanas de un sórdido edificio de apartamentos) vemos el perfil del rostro de Charles Masson (Michel Bouquet) recortado sobre un fondo negro (fotograma 1) hasta que, súbitamente, el espacio se ilumina y descubrimos, al fondo de la estancia, la silueta del cuerpo desnudo de una mujer que invita al protagonista: “Charles, ven a jugar” (fotograma 2); elocuente imagen de la existencia de un espacio de lo prohibido oculto siempre
De entre todos los proyectos fallidos de Martin Scorsese, New York New York es para quien esto firma el más bello y estimulante (hasta el punto de figurar en la lista de sus cinco películas que prefiero).
En Persona subyace la malicia. Los cuerpos inertes, inocuos, si adquieren movimiento vital se precipitan al combate. El cuerpo muerto no es misterioso a no ser que su imagen sea recibida y tratada por un receptor (fotograma 1). Si el cuerpo es vivo su imagen tenderá a sociabilizarse y, en Persona, la resistencia a ello que va a oponer la paciente Elizabeth Vogler (Liv Ullmann) se irá ramificando en la interacción personal con su enfermera Alma (Bibi Andersson).
Desde la primera imagen en la que vemos a Niki Jumpei (Eiji Okada) ascender dificultosamente por una enorme duna, Hiroshi Teshigahara expone de manera magistral la idea principal que va a dominar su acertadísima aproximación a la extraordinaria novela de Kôbô Abe (felizmente autor también del guion de la película): la falta de referencias visuales que impiden definir la escala de la silueta del personaje sumada a los torpes movimientos de brazos y piernas del entomólogo nos hacen ver al protagonista como un pequeño escarabajo avanzando lenta pero obstinadamente sobre la deslizante arena
Los rostros desfigurados de las pinturas de Francis Bacon que aparecen en los créditos iniciales de El último tango en París son premonitorios del mundo en descomposición por el que transita el protagonista, Paul (Marlon Brando). Un universo habitado por seres en proceso de degradación, tal como se evidencia en las siluetas distorsionadas que se nos muestran constantemente a través del lienzo deformante de espejos rotos y cristales translúcidos (fotograma 1 - una imagen que se erigirá en leitmotiv de la película).
Ven y mira
Situándose en un París post-apocalíptico arrasado por la III GM (fotograma 1), Chris Marker plantea, bajo apariencias distópicas, algunos de sus temas recurrentes: la imagen y la memoria, imbricados ambos, en una conexión que nos obliga a superar esas apariencias y a cuestionar el cine y su semántica como algo más que una mera herramienta de contenido narrativo.
“La verdad de nuestra vida cotidiana no es mecánica, convencional o artificial como en general se nos muestra en las historias tal como están construidas en el cine. La cadencia de la vida no está equilibrada, es una cadencia que ahora se precipita, ahora es lenta, ahora se estanca, y ahora, por el contrario, es vertiginosa. Hay momentos de pausa, hay momentos muy veloces y creo que todo ello se debe notar en el relato de una película, precisamente para ser fieles a ese principio de verdad”
Michelangelo Antonioni
“Esta misma mañana te enviaré las películas y esta grabación. Si ocurre lo que imagino nadie te mandará la última película. Tendrás que venir tú a por ella”
Catherine y James Ballard (Deborah Kara Unger y James Spader) follan con actitud fría y mecánica, asomados a la vorágine de autopistas que se avistan desde el balcón de su apartamento mientras se explican sus respectivos escarceos sexuales de la jornada (ella en un hangar de avionetas con su instructor de vuelo; él en su despacho con su asistente de producción, durante el rodaje de un spot televisivo para una campaña de prevención de accidentes).
El 31 de mayo de 1978, fecha del decimotercer aniversario de Rainer Werner Fassbinder, Armin Meier, joven actor y amante del director, se suicida tomándose un cóctel de somníferos y alcohol, tras cuatro años soportando el despótico trato de Fassbinder y después de que éste le escribiera una carta dando su relación por terminada y ofreciéndole una asignación mensual y el apartamento que habían compartido en Munich.
“Por encima de todo lo demás, el cine es atmósfera. Es la personalidad de una película. Lo es todo. Es el sonido, principalmente. Si muestras un paisaje, por ejemplo, habrá muy poca atmósfera en él. Pero si muestras un paisaje y se oye el zumbido de una mosca, la atmósfera crecerá inmediatamente”
Roman Polanski
Siendo todavía ferviente seguidor de la hoy en día denostada política de los autores, y considerando, aun un rango por debajo de los que para mí son los grandes creadores del cinematógrafo, a Wyler como uno de sus exponentes, confieso que no sé si sería capaz de reconocer al director de La heredera o La loba (por citar algunos de los títulos más característicos de su estilo, que no los mejores desde mi punto de vista) si me enfrentara por primera vez a algunas secuencias de El coleccionista (siguiendo una de las máximas de la teoría de los críticos de
Tercer largometraje en la filmografía de Chantal Akerman, entre la sugestiva aunque todavía balbuceante Je, tu, il, elle y la (para mí inexplicablemente) prestigiosa News from Home (un cargante ejercicio desde mi punto de vista mucho más apto para ser degustado en formato de videoinstalación en cualquier galería de arte contemporáneo que como relato cinematográfico), Jeanne Dielman sorprende por la rigurosidad y la madurez de una puesta en escena completamente acorde con la contundente propuesta temática del filme: filmada en larguísimos y estáticos planos secuenc
Si hay un elemento característico en el cine de Bresson es su búsqueda (y consecución) de lo transcendental a través de los personajes más desfavorecidos o marginales de la sociedad, bien sea un condenado a muerte, un carterista, un burro de carga, o esta Mouchette que da título al octavo largometraje del director francés
“A menudo se habla de los cineastas que, en Hollywood, deforman la obra original. Mi intención es no hacerlo nunca. Yo leo una historia sólo una vez. Cuando la idea de base me sirve, la adopto, olvido por completo el libro y fabrico cine. Sería incapaz de contarle "Los Pájaros" de Daphne de Maurier. Sólo la he leído una vez y rápidamente”
Alfred Hitchcock
“Una idea para una historia corta sobre gente de Manhattan, que está creando constantemente problemas reales, innecesarios, neuróticos para ellos mismos porque les evita tratar otros temas más insolubles, aterradores, sobre el universo”
En el ya mítico plano inicial sobre el que aparecen los títulos de crédito de Toro Salvaje (fotograma 1) vemos la solitaria silueta de Jake La Motta (un extraordinario Robert de Niro) calentando sobre la lona de un ring vacío con los bellísimos acordes de la Caballeria Rusticana de Pietro Mascagni de fondo (una ópera que va a acompañar algunos momentos de la película, reforzando el carácter trágico de la historia).
Aun con excelentes resultados de taquilla (muy probablemente por el morbo de ver de nuevo juntos, y por primera vez como matrimonio, a la pareja formada por Elizabeth Taylor y Richard Burton, que había iniciado su idilio durante el rodaje de Cleopatra – Joseph L.
Con este film primerizo, Lynch se alejó posmodernamente del relato, convirtiendo la película en una emulsión alucinada y glandular a través del absurdo, la atonalidad narrativa y el humor negro. Propone un mundo que no apela a la lógica, y que no debe ser analizado desde la lógica sino desde su capacidad de conmoción subjetivo-seudosurrealista. En ese sentido el director ha sido hermético en cuanto a las interpretaciones, pista de que la respuesta a Erasehead debe ser emocional.
Cargado únicamente con su cámara de Super8, un viejo magnetófono y una armónica, Paul es un náufrago que deambula por las laberínticas calles de Lisboa con la única aspiración de suprimir la dimensión espaciotemporal mediante la absoluta inacción, emulando la actitud del extraño anfibio glosado por el escritor argentino
“Tuve la idea de El rayo verde en octubre del 83 y la rodé en el verano del 84. Su génesis sólo duró, por tanto, un año, mientras que para otras películas ha podido durar hasta veinte. Mantuve una entrevista con Marie Rivière, grabándola con un magnetofón, en diciembre del 83. Es una película para la cual no he escrito nada. El estímulo vino de algo que había leído en un correo del corazón. Una mujer decía que se encontraba guapa, pero que los hombres no la miraban, aunque hacía todo lo posible para provocarlos. Esa situación me pareció trágica y divertida al mismo tiempo.
El taxi emerge cubierto de humo y vapor en la noche neoyorquina (fotograma 1). Es una aparición fantasmal, irreal en lo contundente de su imagen, y así mismo inesperada en lo factible de su presencia. Dentro hay un hombre solo, y no importa que con él viaje algún pasajero, no hay nadie más allí que Travis Bickle y su enorme pena. “La soledad me ha perseguido siempre. A todas partes. En los bares y en los automóviles, calles, tiendas… en todas partes. No tengo escapatoria. Soy el hombre solitario de Dios”, nos confiesa en un monologo.
Como en casi todas las películas que conozco de su filmografía, la trama argumental de Nathalie Granger, cuarto largometraje de Marguerite Duras, se puede resumir en apenas un par de líneas: en una vieja casa, Isabelle (Lucia Bosé) comparte con su amiga (Jeanne Moreau) su inquietud a causa del comportamiento rebelde de su hija Nathalie (Valerie Mascolo) y su dificultad para relacionarse con ella.
Entre las virtudes del cine de Chabrol, una de las más destacables es sin lugar a dudas su capacidad para ponernos frente al espejo. Los personajes de la mayor parte de sus películas, miembros de una burguesía acomodada de intachable ideología liberal-progresista, nunca son caricaturas exageradas sino que se muestran perfectamente reconocibles y nos permiten (nos obligan a) vernos reflejados en ellos, tanto en sus honorables virtudes como en sus velados defectos.
“Creo que el cuerpo humano es la base fundamental de la existencia. Para mí, todo parte de ahí: la filosofía, la religión. Todo arranca del cuerpo y de la mortalidad del hombre. Es normal que mis películas se hayan centrado en esto. Es el tema de la existencia humana como suceso físico y como fenómeno”
David Cronenberg
En una de las escenas iniciales a bordo del Lancia Aurelia Sport, poco después de abandonar la desierta ciudad de Roma, el tunante Bruno (Vittorio Gassman) comenta con su copiloto, el pusilánime Roberto (Jean-Louis Trintignant), su gusto por las canciones que “de una cosa de nada hablan de todo, la soledad, la incomunicación o”, prosigue, ”eso que está de moda hoy, la alienación, como en las películas de Antonioni”, para acabar sentenciando “a mí El eclipse me hizo dormir ¡Qué director Antonioni!”.
“¿Qué ocurrió entonces? ¿Cayó un meteorito? ¿Fue una visita de habitantes del infinito cósmico? Sea de una forma u otra, pero en nuestro pequeño país surgió el mayor de los milagros: la Zona. Enviamos enseguida tropas para allá, pero éstas no regresaron. Entonces rodeamos la Zona con cordones de policía. Seguro que actuamos correctamente. Aunque, no sé...”
Opera prima Michael Haneke en el terreno del largometraje (después de varias producciones para televisión), pocas veces han quedado definidos tan claramente los temas que van a marcar la posterior filmografía de un director como en el caso de El séptimo continente: la incomunicación, la angustia vital, el desasosiego y la violencia soterrada que se manifiestan en la familia burguesa de clase media en el llamado primer mundo como síntomas de una sociedad colmada en lo material pero con enormes carencias y disfunciones emocionales.
Caro diario no es una película al uso. No es un relato de ficción, pero tampoco es cine documental. Caro diario es, como su título indica, un diario filmado. O, mejor dicho, fragmentos de un diario filmado. Tres episodios de un diario, acaso real, acaso ficticio. Tres vivencias, una asumida como personal desde la ficción cinematográfica (‘En vespa’), otra ficcionada a partir de sucesos, ideas y personajes de la vida real (‘Islas’), y la última recreada desde la propia experiencia vivida (‘Médicos’).
“No puedo evitar pensar que manejo un instrumento tan refinado que nos resulta posible iluminar con él el alma humana con una luz infinitamente más intensa; descubrirla aún más brutalmente y sumar a nuestro conocimiento nuevos dominios de la realidad”
Ingmar Bergman
Maaaaaceeello…….vieni qui.
Philip Winter (Rüdiger Vogler) es un periodista que viaja por los Estados Unidos en busca de una historia. Cargado con su bloc de notas y una vieja polaroid, toma apuntes y fotografías de los lugares y personas con las que se cruza (fotograma 1), sin encontrar nada que le permita fijar el rumbo en una dirección determinada: “Fue un viaje horrible. Perdí completamente las referencias. Pensé que podría continuar así siempre.
“Mis personajes no van a ninguna parte, quiero decir que no es importante para ellos llegar a ninguna parte. Lo que es importante es tener el 'punto de vista' correcto, el estar en camino. Estar en marcha es su aspiración. A mí también me gusta mucho eso, no 'llegar' sino 'ir'. Eso es lo importante para mí, estar en movimiento”
Wim Wenders
“Este proyecto me ilusionaba enormemente por el desafío técnico que me impuse después de mi visita a la Exposición Universal de Montreal en 1967. Cuando vi las proyecciones de pantallas múltiples me di cuenta del enorme potencial de esta nueva técnica para el lenguaje cinematográfico y logré convencer a Richard Zanuck para que me dejara rodar una película con este sistema.
“Esta es una historia real. Comienza en un bosque francés en verano de 1798”
Desde el punto de vista formal, la filmografía de David Lean puede dividirse en dos etapas claramente diferenciadas: la que abarca desde sus inicios hasta mediados de la década de los cincuenta, con producciones de no muy elevado presupuesto, casi siempre desarrolladas en ambientes urbanos, fotografía en blanco y negro y formato de imagen 1:37; y un segundo período que se inicia en 1957 con El puente sobre el rio Kwain y que dará lugar a cinco grandes superproducciones, todas ellas rodadas en los más diversos y exóticos escenarios naturales (desde la inmensidad del desierto de
Georges Laurent (Daniel Auteuil), el presentador de un prestigioso programa de televisión sobre literatura, vive una vida perfectamente acomodada junto a su esposa, Anne (Juliette Binoche) y su hijo, Pierrot (Lester Makedonsky).
Segundo largometraje de Roman Polanski, tras su debut en 1962 con la magnífica El cuchillo en el agua (y después de haber rodado nueve cortometrajes), Repulsión es un film que afianza muchos de los rasgos ya presentes en su ópera prima y que marcarán los mejores trabajos del director (desde mi punto de vista, sus primeros cinco largometrajes, muy superiores a toda su obra posterior y que hacían augurar una filmografía mucho más interesante que la que lamentablemente nos ha ofrecido Polanski en su conjunto): atmósferas opresivas, casi claustrofóbicas; percepciones distorsio
Una película solitaria, aterradora, anticomercial
“¿No cree que se pueda morir de amor? El otro día me dijo que había amado. ¿Pero qué es el mundo? Debe despreciar a las mujeres que le aceptan tal como es y despiden al último amante para atraerle a sus brazos con los besos de otro en los labios”.
“Érase una vez, hace mucho tiempo, un anciano monje que vivía en un antiguo monasterio ortodoxo. Se llamaba Pamve. Y plantó un árbol seco en una montaña, como éste de aquí. Luego, le dijo a su discípulo, un monje llamado Kolov, que regara el árbol cada día hasta que reviviese. Así que cada mañana, temprano, llenaba un cubo con agua y partía. Subía la montaña y regaba aquel tronco seco. Y por la noche, en plena oscuridad, regresaba al monasterio. Hizo esto durante tres años, y un buen día subió a la montaña y vio que todo su árbol estaba lleno de flores”
“La horca no es más que una venganza. ¿Qué tiene de malo la venganza? Yo me llevo vengando toda la vida. Pues claro que estoy a favor… ¡Siempre y cuando no me cuelguen a mí!”
“Mabel no está loca. Solo es un poco especial. Esa mujer cocina, cose, hace la cama. ¿Qué tiene eso de locura?”, le espeta Nick Longhetti (Peter Falk) al inicio de la película a su colega de trabajo, cuando éste le aconseja llamar a su esposa (Gena Rowlands) para advertirle que no va a poder regresar a casa al final de la jornada laboral a causa de un imprevisto en la cantera.
“Los denominados temas existenciales en mi opinión siguen siendo los únicos temas que vale la pena tratar. Cada vez que se trata de otros temas se están rebajando los objetivos. Uno puede apuntar hacia cosas muy interesantes, pero para mí no es lo más profundo. No creo que se pueda aspirar a mayor profundidad que a los denominados temas existenciales, los temas espirituales”
Woody Allen
Como es sabido, la pintura es una de las fuentes esenciales de inspiración de Sokurov, y Madre e hijo es, desde luego, una de sus obras más pictóricas. Aquí, una referencia en particular se eleva por encima de las demás: la gran figura del Romanticismo alemán, Caspar David Friedrich, el artista que supo llevar al lienzo tal vez como ningún otro en Occidente la dimensión cósmica y sagrada de la naturaleza. Las afinidades entre los dos son tan manifiestas que casi podría decirse que el encuentro era inevitable. Y ese encuentro es Madre e hijo.
La película se divide claramente en dos partes: en la primera, asistimos a la excursión de un grupo de alumnas del internado Appleyard hasta el paraje volcánico de Hanging Rock, en donde va a tener lugar la desaparición de tres de las jóvenes junto a una de sus profesoras; mientras que en la segunda, se nos muestra las consecuencias de los misteriosos acontecimientos sobre el comportamiento del resto de personajes: sus compañeras del internado, la directora y profesoras del internado y todos los implicados en la búsqueda de las desaparecidas.
En la reseña de Tabú (1931), de Friedrich W.
Totalitaria del amor, Gertrud Kanning (Nina Pens Rode) decide romper su matrimonio con su marido, Gustav Kanning (Bendt Rothe), después de constatar la imposibilidad de verse correspondida en su intransigente concepción del amor absoluto. “El trabajo no debe desterrar a la mujer de sus pensamientos”, le reprocha a su marido como fría respuesta a la noticia de su inminente nombramiento como ministro (antes, Gertrud ya se ha permitido una sarcástica réplica a la pregunta que con orgullo le ha hecho Gustav para anunciarle la buena nueva: “¿Te gustaría ser la mujer de un ministro?”; “Depende de con qué ministro me quieras casar”).
Cuando Marge Duval (Marie Laforêt) recibe la supuesta carta del finado Philippe Greenleaf (Maurice Ronet) anunciándole su ruptura, antes que desconsolada, la joven se muestra contrariada por el tono frío y distante del texto mecanografiado por su asesino y suplantador Tom Ripley (Alain Delon): “es anodino, insípido, es peor que si estuviera muerto”, comenta extrañada la joven sin saber que, en realidad, está describiendo a la perfección el carácter del protagonista de esta extraordinaria adaptación de la no menos sobresaliente novela de Patricia Highsmith.
De entre los “directores de una sola película”, el caso de Leonard Kastle es sin duda uno de los más singulares de la historia del cinematógrafo. Compositor, libretista y director de ópera, este músico neoyorkino recibió el encargo del productor televisivo Warren Steibel de realizar un tratamiento cinematográfico de la historia real de los asesinos de Lonely Hearts, Raymond Martínez y Martha Beck, ejecutados en la silla eléctrica en marzo de 1951 después de varios asesinatos cometidos en 1949.
Hay películas que son más que películas, nos transforman , nos cambian para siempre, nos desnudan, nos leen, estaban ahí, existieron siempre, como una suerte de reminiscencia platónica. Ordet, Vértigo, La evasión, 2001, una Odisea del espacio, Faces… y a este carro sagrado debe engancharse ya El caballo de Turín.
Paisaje después de la batalla. Los personajes de La maman et la putain se nos presentan como herederos de las revueltas de Mayo del 69, quizá protagonistas, en todo caso, supervivientes de un movimiento del que Eustache nos muestra sus consecuencias con una mirada en absoluto complaciente.
Si hay una película capaz de radiografiar la que se ha dado en llamar la generación de los millennials esta es sin duda Gerry, el fascinante ejercicio formal que Gus Van Sant filmó de la mano de sus dos únicos intérpretes y coguionistas, Casey Affleck y Matt Damon.
La imagen inicial es tan chocante como fascinante: un hombre (Harry Dean Stanton) ataviado con raídos traje, camisa, corbata y gorra roja avanza a través de un inmenso paisaje desértico (fotograma 1). La mirada extraviada, el cuerpo rígido, tan solo activadas las piernas, que parecen articularse de manera autónoma, como con un resorte mecánico.
Uno de los films quizá menos conocidos pero más relevantes del director ruso. Imprescindible, si se quiere acceder a una visión global del que me parece uno de los contados cineastas que realmente tienen algo importante que decir en estos tiempos.