Título Original: The General / Año: 1926 / País: Estados Unidos / Productora: United Artists / Duración: 74 min. / Formato: BN - 1.33:1
Guión: Buster Keaton, Clyde Bruckman/ Fotografía: Bert Haines, J.D. Jennings
Reparto: Buster Keaton, Marion Mack, Glen Cavender, Jim Farley, Frederick Vroom, Charles Smith, Frank Varnes, Joe Keaton, Mike Donlin, Tom Nawm
Fecha estreno: 31/12/1926 (Tokyo, preestreno) / 15/01/1927 (USA)
En su autobiografía, Buster Keaton insiste en presentarse a sí mismo no como un artista, sino como un mero cómico que buscaba entretener a su público, un punto de vista que curiosamente es diametralmente opuesto al de Charles Chaplin, mucho más consciente y preocupado por la dimensión artística de su obra. Pero es obvio alguien que no fuera más que un cómico no habría dirigido algunas de las mejores películas de la historia del cine, como es el caso de El Maquinista de la General, una obra que demuestra que por mucho que Keaton se viera a sí mismo como un artista de vodevil que se había trasladado al cine, en realidad era uno de los mejores directores de su época.
Producida en su mayor momento de popularidad, la película fue con diferencia el proyecto más ambicioso en que se embarcó Keaton. El punto de partida era un libro titulado The Great Locomotive Chase que narraba un hecho real sucedido durante la Guerra de Secesión, cuando unos soldados del bando confederado se infiltraron en territorio enemigo para secuestrar una locomotora y con ella ir destruyendo vías y puentes por el camino. El plan no obstante se vino abajo gracias a dos conductores de tren que les persiguieron y les pararon los pies. A Keaton, un fanático de los trenes, le encantó la premisa y decidió adaptarla al cine con algunos pequeños cambios. El más importante de todos fue intercambiar los bandos de los personajes, ya que creía que el público no aceptaría como los malos de la película al bando sureño. Además, redujo los dos protagonistas a uno y añadió el personaje de la chica, así como un conflicto inicial antes de que se desarrolle el secuestro. Él encarnaría a Johnnie Gray, un conductor de tren que al estallar la Guerra de Secesión es rechazado como soldado porque se considera que tendrá un papel más importante siguiendo en el ferrocarril. No obstante, su prometida, Annabelle Lee (Marion Mack), cree que no se ha alistado por cobardía y le rechaza. Más adelante, cuando los espías de la Unión roban el tren, Gray tendrá que recuperar a los dos amores de su vida: su locomotora y Annabelle, que viajaba en él.
Keaton nunca había hecho hasta entonces una película de tal envergadura, no solo por los enormes costes que suponían todas las escenas con trenes, sino por la cuidadosa ambientación de época que implicaba. De hecho, hizo tal esfuerzo por capturar la ambientación y el espíritu de la Guerra de Secesión que Orson Welles, un gran admirador del filme (“La mejor comedia jamás hecha, el mejor filme jamás hecho sobre la Guerra de Secesión y quizás el mejor filme jamás hecho”), lo comparó con las célebres fotografías de Mathew Brady que documentaron la contienda. En su afán de verosimilitud, Keaton intentó utilizar en la película la locomotora auténtica que protagonizó este suceso y que estaba conservada como reliquia, pero se le negó el permiso cuando sus propietarios supieron que se iba a usar para algo tan burdo como una comedia.
El productor de Keaton, Joseph M. Schenck, también compartió el entusiasmo del cineasta y le cedió el inaudito presupuesto de 400.000 dólares, una cifra enorme para la época y más tratándose solo de una comedia. Hay que tener en cuenta que no solo harían falta numerosos trenes, además recrear una escena de batalla con todos los extras que eso supuso, sino que además se hacía necesaria tener construida una segunda vía de tren en paralelo a aquella en la cual pensaba rodar las escenas en el ferrocarril para un segundo convoy desde el cual las cámaras podían filmar a Keaton en sus numerosas secuencias con el tren en marcha. Pero la escena más costosa de todas fue con diferencia aquella en que uno de los trenes atraviesa un puente en llamas que acaba derrumbándose bajo su peso (fotograma 1). Fue el plano más costoso de toda la era muda (42.000 dólares) y su rodaje fue tan espectacular que se declaró día de fiesta en el pueblo donde estaba asentado el equipo técnico para que todos sus habitantes pudieran presenciar el acontecimiento en vivo. A modo de curiosidad, los restos del tren quedarían en el río durante décadas, convirtiéndose en una pequeña atracción turística hasta que se retiraron tiempo después.
El esfuerzo no obstante mereció la pena. El Maquinista de la General es una película absolutamente extraordinaria en todos los sentidos, que se basa en la clásica premisa keatoniana del inadaptado cuya única forma de hacerse valer es demostrar su dominio de una situación compleja que escapa a su control. La escena en que intenta en vano ser reclutado refleja claramente esa idea de querer ser aceptado como uno más, pero quizá el momento que mejor demuestra el aura patética del personaje (triste pero también cómica) es cuando avisa a unos lugareños de que le han robado la locomotora y sale corriendo pidiendo que le sigan para, poco después, ver al pobre Johnny corriendo solo por las vías haciendo gestos a una multitud inexistente (fotograma 2). En esta misma línea, destaca el plano más melancólico de la película (y uno de los más icónicos de su carrera) cuando, rechazado por su chica, el protagonista se sienta en la biela de un tren con mirada triste y éste se pone en marcha sin que éste se percate (fotograma 3).
No obstante, lejos de amedrentarse, y como buen héroe keatoniano, Johnnie Gray demuestra ser un hombre de recursos que nunca se rinde y siempre sigue adelante con una nueva idea. Y la manera que tiene Keaton de reflejarlo son sus célebres escenas de humor físico que, como de costumbre, hacía siempre él mismo sin trucajes de ningún tipo. Ver a Keaton saltando con tanta agilidad y ligereza por los vagones de tren es todo un espectáculo que se complementa con algunos de los gags más ingeniosos de su carrera, como aquel en que intenta atacar a sus enemigos con un cañón que acaba apuntando al vagón en el que él se encuentra (fotograma 4). En esa misma secuencia se puede apreciar un pequeñísimo detalle que no obstante es uno de los más hilarantes de toda la película: cuando Johnny huye muerto de miedo y, en cierto momento, lanza de forma absolutamente ridícula un pequeño trozo de madera al cañón para defenderse de su amenaza. La magia de Keaton estaba en su facilidad para los gags físicos junto a pequeños detalles de este tipo.
La estructura de la película, dividida en dos persecuciones (primero del sur al norte y luego del norte al sur) en las que se intercambian los perseguidores, es igualmente ejemplar. En la primera, Johnny fracasa en todos sus intentos por detener a los enemigos, pero en la segunda todos sus planes funcionan. De hecho, hay ciertos detalles que vuelven a repetirse entre ambas secuencias, funcionando casi como rimas, como el conducto de agua que empapaba a Johnny y luego a sus perseguidores, o los recursos que usan primero los norteños para evitar que les atrapen y que después Johnny vuelve a emplear, pero de forma más perfeccionada.
Y pese a todo ello, el filme fue un sonoro fracaso de taquilla en su momento. Los costes de producción se habían disparado hasta los 750.000 dólares haciendo que fuera imposible recuperarlos. La impresión general en la época era que a la película le faltaban risas y que no acababa de encajar la ambientación de época con la comedia. Keaton había hecho una recreación tan cuidada y realista de esos años, en que además los contrincantes no eran los estereotipos malos de la comedia slapstick (grandes, obesos y con enormes bigotes) sino generales que parecían de carne y hueso (fotograma 5), que el público de la época no estaba preparado para asimilarla en el contexto de una comedia.
A causa de ello, Keaton nunca volvió a tener plena libertad en sus siguientes obras (de hecho en pocos años pasaría de estar a cargo de una producción de este calibre a no poder dirigir nunca más), de modo que la que ha acabado siendo la obra más mítica de su carrera fue también la que propició su caída en desgracia, lo cual no impidió que siempre siguiera considerándola su mejor película. Durante décadas el filme cayó en el más absoluto olvido hasta que fue rescatado en los años 50, en paralelo al redescubrimiento de Keaton como cineasta. Y si bien éste era muy reticente a la nostalgia, no pudo evitar sentirse orgulloso cuando su película favorita fue redescubierta por el gran público para ser considerada por fin como una de las más grandes obras maestras de la historia del cine cómico.
Guillermo Triguero
© cinema esencial (septiembre 2018)
(Reseña original en eltestamentodeldoctorcaligari.com)
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