Título Original: La Jetée / Año: 1962 / País: Francia / Productora: Argos Films / Duración: 29 min. / Formato: BN - 1.66:1
Guión: Chris Marker / Fotografía: Jean Chiabaud / Música: Trevor Duncan
Reparto: Hélène Chatelain, Davos Hanich, Jacques Ledoux, André Heinrich, Pierre Joffroy, Jacques Branchu, Étienne Becker, Philbert von Lifchitz, Ligia Borowcyk, Janine Klein
Fecha estreno: 16/02/1962
Ven y mira
Situándose en un París post-apocalíptico arrasado por la III GM (fotograma 1), Chris Marker plantea, bajo apariencias distópicas, algunos de sus temas recurrentes: la imagen y la memoria, imbricados ambos, en una conexión que nos obliga a superar esas apariencias y a cuestionar el cine y su semántica como algo más que una mera herramienta de contenido narrativo.
La importancia de la imagen, de la condición e isotopía del hecho de mirar (el cine, como arte de temporalidad estratificada y duración, permite mirar el propio tiempo), se manifiesta a la hora de mostrar el único movimiento del film; el movimiento de, precisamente, unos ojos (fotograma 2)
Imágenes, recuerdos, sueños
Con una estructura de mise en abyme (historias dentro de otras historias), el documentalista utiliza el photo-roman sin que sea éste un recurso en absoluto gratuito o casual, al contrario, ya que el film acaba siendo una indagación en una ontología y/o naturaleza del medio fotográfico. A su vez, el laberinto de temporalidades incide en el cuestionamiento de los túneles temporales que habitan toda representación. “El futuro ya ha tenido lugar, el pasado está por venir”, dice Philippe Dubois a propósito de La Jetée.
La imagen es un mecanismo mediante el cual el espectador puede obtener algo análogo al protagonista y su experimental viaje. El álbum de fotos excita la memoria subjetiva, trastocamos viendo fotos el tiempo intuitivo. Recurriendo a la etimología de recordar encontramos que, en latín, recordari significa “volver al corazón” (re-cordis). Pero ¿dónde habita el corazón?
En la infancia (génesis del viaje temporal en La Jetée), en las fotografías que nos evocan el amor y lo idealizan, esas otras que nos muestran parientes fallecidos o, simplemente, en la capacidad de una imagen para la suspensión, para captar el instante fugaz, el corte o brecha que Roland Barthes denominó punctum: “surge de la escena como una flecha que viene a clavarse y aunque puede llenar toda la foto, muy a menudo solo es un detalle que viene de algo proustiano, algo íntimo y que a la vez provoca un punzamiento”.
Viajar en el tiempo es, pues, flotar en el punctum de las imágenes tratando de habitar en ellas para siempre, saltando entre sinestesias, recuerdos o fantasías. Es nuestro intento de sujetar el tiempo sometiéndolo a un presente fijado en un truco representacional (fotografías) que hace patente la tensión presencia-ausencia.
La cámara lúcida
Pero la fotografía no es eso, como tampoco lo es el recuerdo. La foto inerte, quieta, de tiempo calmo, no preserva el instante, solo incorpora una leve ilusión de permanencia. La imagen es cloroformo y taxidermia. Los fotógrafos son, según Roland Barthes, “agentes de la Muerte”, porque afirman la desaparición del pasado y avanzan la fugacidad del futuro condensando y adulterando el tiempo cronológico en un ilusorio presente psicológico de tiempo detenido.
Somos seres temporales insertos en una duración y devenir y no nos es posible luchar contra el destino por mucha imagen o recuerdo a los que nos agarremos. Ese intento de convertir lo temporal en presente fijo es imposible, por ello el protagonista se escurre hacia lo inexorable igual que la fotografía y la imagen nos ofrecen a nosotros, espectadores, una ilusión de falsa perpetuidad.
Memento mori
“Él entendió que no se podía escapar del tiempo y que este momento que vio de niño y que le había obsesionado era el momento de su propia muerte“ (fotograma 3).
Nos pasa a nosotros, y al protagonista de La Jetée, lo mismo que a la Madeleine-Judy de Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958), a la que el tiempo restituye al final de dicho film a su condición de espectro (Marker señaló la curiosidad de que Madeleine, precisamente, se llamara como la magdalena proustiana de remembranza de tiempo perdido). Nos pasa que bajo esa apariencia de permanencia de lo fotográfico o lo rememorado (lo imitado, en el caso de Scottie en el film de Hitchcock) encontramos muerte.
Y es que igual que lo fotográfico expresa, barthesianamente, muerte en futuro, el protagonista del mediometraje recurre a una imagen de infancia (y a la imagen de un rostro de mujer grabado en el subconsciente - fotograma 4) para viajar por la memoria-tiempo a partir de la imagen-bucle de su propio, e inevitable, fallecimiento.
Previamente, en sucesivas referencias diseminadas durante el metraje, esa muerte es profetizada por elementos hitchcockianos como los círculos en el tronco de una secuoya o un museo de historia natural con animales disecados expuestos como exponemos nosotros nuestras vidas en imágenes (fotograma 5 - las angulaciones y picados de ese tramo del film no dejan de remitirnos, así lo señala también Escandell Tur, a la puesta en escena del maestro del suspense). El sempiterno tema del amor (como representante máximo de la existencia y resistencia nuestra) en pugna con el tiempo. El remake de Vértigo y la fantasía fantasmagórico-romántica de Laura de Otto Preminger.
Una lucha desigual ésta del amor, la memoria y el tiempo, perdida ya de antemano, de la que la fotografía, según Barthes, y el recuerdo, añado yo, dan cuenta como “la figuración del aspecto inmóvil y pintarrajeado bajo el cual vemos a los muertos”.
Bloomsday
© cinema esencial (julio 2019)
(Reseña original en breviariocinematografico)
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