París, bajos fondos

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París, bajos fondos
Director:
Jacques Becker

Título Original: Casque d'or / Año: 1952 / País: Francia / Productora: Speva / Paris-Film / Duración: 89 min. / Formato: BN - 1.37:1
Guión: Jacques Becker, Jacques Companeez / Fotografía: Robert Lefebvre / Música: Georges Van Parys
Reparto: Simone Signoret, Serge Reggiani, Claude Dauphin, Raymond Bussières, Gaston Modot, Paul Barge
Fecha estreno: 13/03/1952 (Francia)

En la historia del cinematógrafo hay pocas tragedias románticas en las que el peso de la mirada sea tan determinante como en ésta protagonizada por la prostituta Marie (Simone Signoret) y el rufián Georges Manda (Serge Reggiani) en el París de la Belle Époque recreado por Jacques Becker para su séptimo largometraje. Tomando como punto de partida el suceso real del enfrentamiento entre los cabecillas de dos bandas rivales a causa de su relación con la prostituta Amélie Élie (más conocida como Casque d’Or – título original de la película - a causa del peculiar peinado de su cabellera rubia), el director se aparta de la mera crónica policial para concentrar la narración en la relación amorosa que surge entre los dos protagonistas a partir de su primer encuentro en el local de baile al que Marie acude acompañando a su chulo, Roland (William Sabatier), y al resto de miembros de la banda del mafioso Felix Leca (Claude Dauphin).
 
Efectivamente, ya desde este primer momento, la relación se establece únicamente a través de la mirada: la de Marie, bailando en giros constantes en brazos de Roland, sin desviarse ni por un momento de los ojos de Manda (fotograma 1), quien observa igualmente embelesado el rostro sonriente de la bella prostituta. Y serán siempre las miradas de los dos amantes (no en vano, ambos igualmente parcos en palabras) las que articularán a partir de este primer encuentro sus recíprocos sentimientos de amor y deseo: en su primera despedida, después de que Manda responda a la provocación del despechado Roland noqueándole con un golpe seco y rápido (los gestos, siempre directos y concisos, dibujando inequívocamente el carácter del personaje); en la visita de Marie al taller de Manda (la determinación como uno de los rasgos definitorios de la protagonista: “Quería verte”, será toda su explicación para justificar su presencia); en su siguiente separación, tras el duelo mortal entre Manda y Roland; y, por supuesto, en el reencuentro de los dos amantes en la granja de la vieja Eugene (en donde Manda se refugia tras la muerte de Roland), con la imagen ya sublimada del rostro iluminado de Marie a los ojos de un Manda medio adormilado en la orilla del río (un plano que se ha convertido ya en icónico de la bellísima Simone Signoret – fotograma 2).
 
Becker rehúye la introspección psicológica y se centra en gestos y acciones que parecen condicionadas por un determinismo de irremisibles connotaciones trágicas. Ya en el primer enfrentamiento entre Manda y Roland (“Pobre Roland”, le espeta con tono lacónico el protagonista a su rival después de que éste haya intentado ridiculizarle ante Marie; exactamente las mismas palabras que uno de los presos de La evasión le dedica al compañero de celda que acaba de traicionarle, en el plano que clausurará la filmografía del director), desde ese primer momento, el gesto serio del protagonista nos hace presagiar la peor de las fatalidades. Del mismo modo que percibimos en la altiva serenidad de Marie (después de ser abofeteada por Roland, o ante al acoso físico por parte del mafioso Leca), más una capacidad de resistencia frente al infortunio que cualquier mínima esperanza por el devenir de los acontecimientos.
 
Este determinismo es el que, se diría, provoca la mecánica reacción de Manda durante su enfrentamiento mortal con Roland a causa de Marie: el apuñalamiento de su rival es un acto que sorprende por la frialdad con que es ejecutado, mucho más parecido al gesto de un autómata que al de alguien que actúa presa del arrebato producido por la pelea. Como de autómata nos parecen los frenéticos giros durante el primer baile de la pareja, una imagen que Becker retomará en simbólico el plano final de la película, con los dos amantes convertidos ya en eternas marionetas danzantes.
 
Pero, además de una espléndida historia de amor, París, bajos fondos es también la historia de una lealtad inquebrantable: la de Manda con su viejo amigo Raymond (Raymond Bussières). Y, cómo no podía ser de otra manera, también esta relación de amistad nos es explicada esencialmente a través de las miradas: en el reencuentro de los dos viejos camaradas al principio del filme y, sobre todo, en la secuencia en la que Manda se entrega como autor de la muerte de Roland para exculpar a Raymond (a quien el perverso Leca había delatado para obligar a Manda a entregarse y poder así quedarse con Marie). La fugaz mirada de mutuo reconocimiento entre los dos amigos al cruzarse en la comisaría (Manda sabiendo que Raymond estaba dispuesto a cargar con la condena antes que delatarle; Raymond comprendiendo que Manda se entrega justamente para que él quede libre) es uno de los momentos de la película en los que la contenida emoción de que hace gala Becker brilla con más fuerza (fotograma 3).
 
Queda para el final, y para los anales del arte del cinematógrafo, la hermosa y trágica secuencia de la ejecución de Manda que presenciamos a través de los ojos de Marie (la última mirada de la amada a su amado), asomada a la ventana de una habitación contigua al patíbulo de la prisión: el rostro compungido de Marie y, con el sonido del golpe de la guillotina, su cabeza cayendo inerte hacia adelante como si ésta hubiera sido igualmente sesgada por el filo de la cuchilla (fotograma 4).
 
David Vericat
© cinema esencial (junio 2016)
 
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VÍDEOS: 
Trailer (V.O.F.)

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