Título Original: Picnic at Hanging Rock / Año: 1975 / País: Australia / Productora: Australia Film Corp / Picnic Productions / Duración: 110 min. / Formato: Color - 1.66:1
Guión: Cliff Green (Novela: Joan Lindsay) / Fotografía: Russell Boyd / Música: Bruce Smeaton
Reparto: Rachel Roberts, Vivean Gray, Helen Morse, Kirsty Child, Tony Llewellyn-Jones, Jacki Weaver, Frank Gunnell, Anne-Louise Lambert, Karen Robson, Jane Vallis, Christine Schuler, Margaret Nelson, Ingrid Mason, Jenny Lovell, Janet Murray
Fecha estreno: 08/08/1975 (Australia)
“El sábado, 14 de febrero de 1900, un grupo de chicas del colegio Appleyard fue de picnic a Hanging Rock, cerca del monte Macedon, en Virginia. Por la tarde, algunos miembros de la excursión desaparecieron sin dejar rastro”
El sucinto texto que aparece al principio de Picnic en Hanging Rock resume a la perfección el argumento completo del segundo largometraje de Peter Weir: lo que sucede durante los ciento diez minutos de la película es lo que se explica en dicho texto, ni más ni menos. Y si Weir nos lo desvela de manera tan clara desde el inicio del filme es porque las intenciones del director no son, en absoluto, las de provocar una forzada expectación sobre el desenlace de los acontecimientos (o mejor dicho, el no desenlace de los mismos), sino detener su mirada en la descripción de unos hechos que, gracias a un elegante y delicadísimo ejercicio formal, se nos presentan como una de las aportaciones al fantástico más singulares de la historia del cinematógrafo.
La película se divide claramente en dos partes: en la primera, asistimos a la excursión de un grupo de alumnas del internado Appleyard hasta el paraje volcánico de Hanging Rock, en donde va a tener lugar la desaparición de tres de las jóvenes junto a una de sus profesoras; mientras que en la segunda, se nos muestra las consecuencias de los misteriosos acontecimientos sobre el comportamiento del resto de personajes: sus compañeras del internado, la directora y profesoras del internado y todos los implicados en la búsqueda de las desaparecidas.
Los cuarenta minutos de la primera parte son extraordinarios, ya desde el fantástico plano inicial en el que vemos aparecer la misteriosa silueta de Hanging Rock entre las brumas de una llanura (fotograma 1) para, seguidamente, escuchar en la voz de una alumna unos versos de Edgar Allan Poe que nos predisponen para un tránsito hacia un mundo más allá de lo material: “Lo que vemos y lo que somos no es más que un sueño. Un sueño dentro de un sueño”. Seguidamente, acompañados por la sugerente melodía a la flauta de pan del rumano Gheorghe Zamfir, se nos muestra el despertar de las alumnas y sus preparativos para la jornada de excursión: se levantan, se lavan, se visten, observan ilusionadas a través de la ventana mientras recitan versos de amor, excitadas ante la expectativa de abandonar por unas horas la regia institución en la que se encuentran recluidas. Porque si algo plantea claramente la película desde el primer momento es justamente la contraposición entre la ideología represora representada por la directora del internado, Mrs. Appleyard (Rachel Roberts) y la efervescencia sensual de las jóvenes alumnas, personificada sobre todo en la bella Miranda (Anne-Louise Lambert). Una efervescencia que sólo va a poder liberarse cuando las jóvenes acceden al escenario presidido por las rocas volcánicas de Hanging Rock, tal como intuimos en la secuencia en la que, precisamente Miranda, desciende del carruaje para abrir la verja que delimita el paraje e inmediatamente las fuerzas de la naturaleza parecen explosionar a través del vuelo de una bandada de aves y el nervioso relincho de los caballos.
Una vez al pie de las rocas, y después de algunos detalles que anuncian la presencia de lo fantástico (los relojes del cochero y de Miss McCraw - Vivean Gray – se detienen a las doce del mediodía en punto, algo que la profesora atribuye al poder magnético de las rocas volcánicas), cuatro de las muchachas (entre las que se encuentra la bella Miranda) piden permiso para ir a explorar la base de la roca y se ausentan del grupo con el consentimiento de la más joven de las tutoras, Mlle. de Poitiers (Helen Morse – que no puede disimular su atracción por Miranda identificándola al despedirse como “un ángel de Botticelli” – fotograma 2). La excursión de las cuatro adolescentes es filmada por Weir con inusual belleza y sentido de la elegancia: desde una primera panorámica circular de trescientos sesenta grados que, partiendo del grupo adentrándose en el paraje, recorre la silueta de la montaña para recuperar nuevamente a las cuatro jóvenes ya ascendiendo entre las rocas, hasta la sensual imagen en la que las niñas, como poseídas por el mágico influjo del escenario, deciden desprenderse de medias y zapatos para continuar la expedición a pie descalzo, el blanco de sus vestidos resaltando sobre el negro volcánico de las rocas (fotograma 3), hasta desaparecer para siempre en la cima de la misteriosa montaña. Tal como escribía Jose Maria Latorre en su indispensable El cine fantástico: “Una lectura mágica de la película, como corresponde a la entidad de la propuesta, podría hacer creer que, en su despertar a la adolescencia, en el reconocimiento admirado de su sensualidad, las muchachas se han atomizado incorporándose a la armonía del paisaje para incrementar su belleza y crear, con ello, esa indefectible inquietud que se experimenta cuando la actitud contemplativa comienza a descubrir sustancias antes imperceptibles, a percibir la existencia de abismos invisibles en otro estado de ánimo. Pocas veces se ha estado tan cerca de filmar lo inexistente y de enfrentar a un mismo nivel la pureza y lo sagrado”.
La segunda parte de la película, aun con un tono más prosaico (y que – sólo - en algunos pasajes parece anticipar – ay – el tono bastante menos inspirado de la posterior El club de los poetas muertos), reúne sin embargo no pocos momentos especialmente brillantes, entre los que cabe destacar: 1) el plano subjetivo en el que, durante una batida para encontrar a las desaparecidas, y después de que el joven Michael (Dominic Guard) crea vislumbrar la silueta de Miranda entre la frondosa vegetación (en una imagen que evoca las pinturas de John William Waterhouse – fotograma 4), la cámara panoramiza desde el lugar ya vacío hasta un estanque en el que descubrimos la elegante silueta de un cisne (como si, siguiendo la idea expuesta por Latorre, la joven Miranda se hubiera reencarnado en el ave que tradicionalmente encarna la belleza en el mundo animal); 2) la secuencia en la que Irma (Karen Robson), la única de las adolescentes finalmente encontrada, se reencuentra con sus compañeras de clase después de un período de convalecencia, y es recibida por éstas con total animadversión, como incapaces de aceptar la idea de la intromisión de un cuerpo impuro en el grupo (tal como se evidencia en el contraste del rojo intenso del vestido de Irma contra el blanco inmaculado del uniforme de sus compañeras – fotograma 5); y 3) el plano en contrapicado del internado, justo después de la partida de vacaciones de un grupo de alumnas, en el que vemos a Mlle. de Poitiers ascendiendo la escalinata para entrar de nuevo en el edificio que se muestra, en sus geométricas formas imponentes, como la imagen contrapuesta a la que nos ofrecía, al inicio de la película, la sugerente y misteriosa silueta de Hanging Rock (fotograma 6).
David Vericat
© cinema esencial (febrero 2017)
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