Título Original: A Perfect World / Año: 1993 / País: Estados Unidos / Productora: Warner Bros Pictures / Malpaso Company / Duración: 138 min. / Formato: Color - 2.39:1
Guión: John Lee Hancock / Fotografía: Jack N. Green / Música: Lennie Niehaus
Reparto: Kevin Costner, Clint Eastwood, Laura Dern, T.J. Lowther, Keith Szarabajka, Leo Burmester, Paul Hewitt, Bradley Whitford, Bruce McGill, Jennifer Griffin, Kevin Jamal Woods, Mary Alice, Wayne Dehart
Fecha estreno: 24/11/1993
Son muchas las películas que abordan la idea del fin de la inocencia, ese instante en el que los sueños de la infancia se desvanecen súbitamente por un acontecimiento (de mayor o menor trascendencia) que supone el punto de inflexión hacia la edad adulta; pero en pocas como en Un mundo perfecto ese momento crucial está tan eficazmente expuesto, no sólo por la potencia dramática del acontecimiento con el que se produce, sino también por la trascendencia de su significado: el balazo que recibe en pleno estómago el prófugo Butch Haynes (Kevin Kostner, en la que es sin lugar a dudas su mejor interpretación para la pantalla) de su compañero de fuga, el pequeño Phillip (T.J. Lowther), supone, no sólo el fin de la inocencia del joven rehén, sino la elocuente plasmación del final de una etapa en la que Norteamérica pareció vislumbrar la consecución del ansiado sueño americano (no por casualidad, el magnífico guión de John Lee Hancock sitúa la historia pocos meses antes del asesinato de John Fitzgerald Kennedy).
El carácter quimérico de ese sueño americano queda perfectamente plasmado en el plano inicial de la película, en el que vemos a Butch Haynes tendido en la hierba, con expresión aparentemente plácida y rodeado de billetes que revolotean a su alrededor (fotograma 1). Una imagen de tono onírico que parece trasmitir algunos de los principales valores de ese sueño americano (autoconfianza, plenitud, bienestar económico) pero que, en realidad, retrata el último aliento del protagonista, justo en el momento de fallecer por el disparo de un francotirador de la policía que acaba de darle captura. Hasta llegar a esta imagen, la película se desarrolla a modo de una espléndida road movie que sigue la huida del protagonista (escapado de prisión), convertido en singular mentor de su pequeño rehén, a la búsqueda de una salvación idealizada en la difusa imagen de una vieja postal de Alaska escrita por el padre que le abandonó durante su infancia (un episodio que provoca la complicidad del pequeño Phillip, miembro de una familia de testigos de Jehová y que tampoco conoció a su padre).
Eastwood desarrolla la historia dividida en dos tramas paralelas, protagonizadas por el prófugo Haynes y su joven rehén por un lado, y sus perseguidores, por el otro: el oficial Red Garnett (Clint Eastwood), su lugarteniente Tom Adler (Leo Burmester) y la joven criminóloga Sally Gerber (Laura Dern), personaje que protagonizará el (un tanto tópico y previsible) enfrentamiento con el veterano Garnett a raíz de los diferentes métodos de trabajo de ambos (basados en la intuición y la experiencia, en el caso de Garnett, contra la razón y el análisis psicológico que intenta aplicar la criminóloga – fotograma 2). A este grupo se une un francotirador (Bradley Whitford), cuyos rudos razonamientos y manera de actuar acabarán por provocar la complicidad de Garnett y Sally, en un planteamiento de guión, de nuevo, no excesivamente original y con cierta tendencia para la galería, algo de lo que el cine de Eastwood adolece en algunas ocasiones (especialmente irritante me parece el caso de algunos momentos de la, para mi gusto, sobrevalorada Million Dollar Baby). En su descargo, cabe señalar algunos momentos de humor que Eastwood (o su guionista) reserva especialmente para su troupe de perseguidores (la alocada persecución en la que la caravana se desprende de la pickup; o el doble momento del megáfono, justo en el dramático desenlace de la película – fotograma 3), en lo que parece un intento de restar su importancia, o como admitiendo que su participación en la historia es tan necesaria (para que haya un prófugo siempre tiene que haber un perseguidor) como rutinaria.
Con todo lo expuesto, no hay duda de que los mejores momentos de la película los encontramos en los episodios protagonizados por Butch Haynes y el pequeño Phillip Perry. Tanto es así que bastan por sí solos para hacer olvidar las endebleces mencionadas y situar el filme entre las mejores obras de su director. Sirva para ello mencionar algunas secuencias como las del asalto al domicilio de Phillip (con un primer y temerario gesto de complicidad de Haynes, pidiendo al pequeño que le alcance el revólver, ante la mirada atónita de su compañero de fuga - Keith Szarabajka); el plano de Phillip encaramado al capó del automóvil, disfrutando de un momento de libertad nunca antes experimentado (“Como norteamericano tienes derecho al algodón dulce y a la montaña rusa”, sentencia Haynes al enterarse de que, como testigo de Jehová, Phillip nunca ha podido montarse en una montaña rusa – fotograma 4); la parada en la tienda de una pequeña población para hacerse con ropa y comida (con el extraordinario momento en el que Haynes consigue únicamente con la mirada hacer desistir al encargado del negocio de coger el teléfono para llamar a la policía); o, por supuesto, la del enfrentamiento de Haynes con la pareja de humildes granjeros, en la que vemos aparecer la cara más monstruosa del protagonista (uno de las secuencias más atrozmente implacables de toda la filmografía de Eastwood – fotograma 5) y que provocará el disparo a bocajarro del pequeño Phillip contra su idolatrado raptor (el sueño convertido en pesadilla).
“Si me tenía que pasar, me alegra que hayas sido tú y no un desconocido”, consuela Haynes a su joven e involuntario verdugo poco antes de ser abatido por el francotirador (fotograma 6). Una lúcida sentencia que pone de manifiesto las contradicciones de una sociedad capaz de forjar los más formidables sueños pero peligrosamente instalada en la autodestrucción.
David Vericat
© cinema esencial (febrero 2019)