Título Original: Saikaku ichidai onna / Año: 1952 / País: Japón / Productora: Shintoho / Duración: 148 min. / Formato: B/N- 1.37:1
Guión: Yoshikata Yoda (Novela: Saikaku Ihara) / Fotografía: Yoshimi Hirano / Música: Ichiro Saito
Reparto: Kinuyo Tanaka, Tsukie Matsuura, Ichirô Sugai, Toshirô Mifune, Toshiaki Konoe, Kiyoko Tsuji, Hisako Yamane, Jûkichi Uno, Eitarô Shindô, Akira Ôizumi, Kyôko Kusajima, Masao Shimizu, Daisuke Katô, Toranosuke Ogawa, Hiroshi Oizumi, Haruyo Ichikawa, Yuriko Hamada, Noriko Sengoku, Sadako Sawamura, Masao Mishima, Eijirô Yanagi, Chieko Higashiyama
Fecha estreno: 17/04/1952 (Japón)
Si hay un tema que se puede destacar del conjunto de la obra de Mizoguchi es su obsesión por reflejar el duro papel de la mujer en distintas épocas de la sociedad nipona, desde la era feudal hasta los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Esposas, geishas, princesas o concubinas son las principales protagonistas de la mayor parte de su filmografía, incidiendo muy especialmente en la denuncia de su situación de sometimiento frente al poder masculino, ya sea en la esfera política, laboral o familiar. Y de entre esta extensa galería de personajes femeninos, Oharu es sin duda uno de los más completos y conmovedores.
La vida de Oharu narra las vicisitudes de una cortesana (Kinuyo Tanaka, una de las actrices fetiche del director) en el Japón feudal del siglo XVII que cae en desgracia después de ser sorprendida en su idilio con el sirviente Katsunosuke (Toshirô Mifune). La película se inicia con un plano en travelling que sigue a una Oharu ya anciana (aunque en la época eso significara tener poco más de cincuenta años) recorriendo las oscuras calles de un viejo poblado en busca de algún cliente (fotograma 1). La apertura con este movimiento no es casual: toda la película se va a estructurar en base a continuos travellings de seguimiento a la protagonista, imagen del dramático deambular del personaje por el camino de la vida, en un errático itinerario reforzado por las distintas direcciones en que la cámara le sigue. De hecho, cabe aventurar la imagen simbólica de una Oharu intentando por todos los medios escapar del drama en sus continuas idas y venidas a través del espacio definido por el plano, pero topándose una y otra vez con los límites del “fuera de campo” que le obligan a permanecer en la historia (una idea que cobra pleno sentido con el plano que cierra la película, como veremos más adelante).
Como en muchos otros casos en la filmografía de Mizoguchi, la película se estructura mediante un largo flashback que se inicia cuando Oharu recuerda el momento en que fue expulsada de la corte a causa de su relación con Katsunosuke. A partir de este episodio, la vida de Oharu va estar marcada por la injusticia y el infortunio que irrumpen cada vez que la protagonista parece dar un pequeño paso hacia adelante. Encarnación extrema de la mujer desposeída de los derechos más elementales, Oharu pasará de cortesana a concubina, de concubina a geisha, y de geisha a vulgar prostituta de calle en un descenso inexorable que la llevará a una completa deshumanización, desposeyéndola de la más mínima dignidad.
En la narración de la trágica existencia de Oharu, Mizoguchi aprovecha para incluir numerosos personajes femeninos que acaban de conformar el retrato de la terrible situación de la mujer en la sociedad que la película describe, sin importar la clase social a la que pertenezcan: desde la vieja cortesana que Oharu encuentra tocando una triste melodía en la calle (en una imagen premonitoria del destino de la protagonista que Mizoguchi resuelve una vez más con un espléndido travelling que literalmente “asoma” a Oharu a su propio futuro - fotograma 2), pasando por la propia madre de Oharu (Tsukie Matsuura), personaje sometido en todo momento a los designios del mezquino marido y padre (Ichirô Sugai) y que solamente podrá sincerarse con su hija a la muerte de éste, hasta el personaje de Lady Matsudaira (Hisako Yamane), esposa del gran señor Matsudaira (Toshiaki Konoe) que, al no poder concebir un heredero, deberá aceptar la presencia de Oharu como concubina para poder garantizar la supervivencia del clan familiar.
Película dura y sin concesiones (otro más de los títulos de Mizoguchi que podrían encabezar una posible lista sobre el “cine de la crueldad”), La vida de Oharu es implacable a la hora de mostrar el proceso de degradación física y moral de su protagonista. Un proceso que culmina en la terrible secuencia en la que una Oharu ya vieja acude a la casa de un anciano creyendo que éste pretende solicitar sus servicios cuando en realidad la va a exponer ante un grupo de hombres como ejemplo del vicio, el pecado y la maldad. Es ésta una secuencia que precede temporalmente al momento de apertura de la película y con la que Mizoguchi cierra de manera magistral el espacio temporal de la historia, repitiendo seguidamente el mismo travelling que veíamos al principio, con el rostro cubierto de una Oharu con la que ahora compartimos plenamente la humillación de la que ha sido víctima.
Tras un breve epílogo que nos muestra a Oharu acudiendo a reencontrarse con su hijo (el heredero de la familia Matsudaira, una vez fallecido el patriarca) y en el que se repite una vez más el infortunio que persigue a la protagonista (que debe huir de la casa sin poder conocer a su hijo al ser reconocida por los miembros de la familia como exprostituta), Oharu acaba sus días mendigando en la calle, desprovista ya de la más mínima humanidad. La cámara sigue a la protagonista en un nuevo y lento travelling, el último de la película, hasta dejar que la vieja Oharu salga del plano hacia el fuera de campo, escapando por primera y única vez de nuestra mirada (y del drama narrado) para encaminarse, por fin, hacia el eterno descanso (fotograma 3).
David Vericat
© cinema esencial (noviembre 2013)