Título Original: Sunset Boulevard / Año: 1950 / País: Estados Unidos / Productora: Paramount Pictures / Duración: 110 min. / Formato: B/N - 1.37:1
Guión: Charles Brackett, Billy Wilder, D.M. Marshman Jr. / Fotografía: John F. Seitz / Música: Franz Waxman
Reparto: William Holden, Gloria Swanson, Erich von Stroheim, Nancy Olson, Fred Clark, Jack Webb, Lloyd Gough, Cecil B. DeMille, Hedda Hopper, Buster Keaton, Anna Q. Nilsson, H.B. Warner, Franklyn Farnum
Fecha de estreno: 10/08/1950 (NY)
“Pobre imbécil, siempre quiso una piscina. Al final consiguió su piscina, pero a un precio demasiado alto”
Quien así habla de sí mismo es el cadáver de Joe Gillis (William Holden), que encontramos al inicio del film flotando en la piscina de una gran mansión de Los Ángeles. Una voz en off mediante la cual el protagonista nos narrará la trágica historia de sus últimos seis meses de vida ofreciéndonos de paso una de las más despiadadas visiones de Hollywood que se haya rodado jamás desde la misma fábrica de sueños.
Ya desde el inicio, el guión de Wilder, Brackett y Marshman hace diana en algunos de los personajes característicos de la industria del cine: desde un productor que confiesa sin apenas ruborizarse haber rechazado el guion de Lo que el viento se llevó aduciendo que “a nadie le interesaría una película sobre la guerra civil” (poniendo en evidencia la nula perspicacia de algunos de los responsables de valorar la viabilidad de un proyecto); pasando por un representante que se ufana de la crítica situación económica del protagonista con el cínico argumento de que “las mejores obras salieron de un estómago vacío” (mientras él está pasando una apacible jornada en el campo de golf); hasta el propio Joe Gillis, un guionista de tercera categoría que, ante la imposibilidad de colocar sus proyectos, acabará vendiéndose a sí mismo para convertirse en un patético gigoló al servicio de la vieja estrella de cine mudo Norma Desmond (una extraordinaria Gloria Swanson, en un papel con crueles connotaciones autobiográficas).
A partir de la accidentada llegada de Gillis a la vieja mansión de Norma Desmond (huyendo de unos acreedores que le persiguen para confiscarle su automóvil), la mayor parte del film tendrá lugar entre las paredes de este espacio anclado en el tiempo en el que la vieja estrella vive recluida junto a su fiel sirviente Max (Eric von Stroheim, en otro papel con perversas reminiscencias con la realidad), esperando en vano la ocasión para rodar una nueva película. Un espacio en el que el protagonista se adentra como preso de una extraña posesión (una idea, la de la vampirización del personaje, que va a estar presente a lo largo de toda la película) avanzando a través del jardín en ruinas desde el que divisará, tras las persianas de una galería bañada por una radiante luz solar, la fantasmagórica silueta de Norma Desmond, cual si de un espejismo se tratara (fotograma 1).
“Usted es Norma Desmond. Era una gran estrella”, exclama Gillis al reconocer el rostro de la vieja actriz. “Todavía lo soy. Son las películas las que se han hecho pequeñas”, responde orgullosa Norma Desmond, justo antes de proponer al protagonista que acepte trabajar como guionista en el descabellado proyecto que debe suponer su regreso a la gran pantalla. Una propuesta a la que Gillis se aferra como la única posibilidad de resolver sus problemas financieros, sin ser consciente de que en realidad está vendiendo su alma al diablo.
Instalado en la mansión con la excusa de trabajar en el disparatado proyecto, Joe Gillis acabara convirtiéndose en un prisionero entre las paredes repletas de viejas fotografías de la gran estrella del cine mudo. Un preso inconsciente al principio, pero voluntario finalmente: tras una huida en plena celebración de fin de año que provocará el intento de suicidio de Norma Desmond, Gillis regresa a la vieja mansión para entregarse definitivamente a la actriz, en un gesto que se diría de inmolación del protagonista (magnífica la imagen de Gillis literalmente engullido por el vampírico abrazo de Norma – fotograma 2). Todo ello con la inamovible presencia del fiel Max, en realidad, el primer marido de Norma Desmond y olvidado director de cine mudo que lanzó a la actriz al estrellato, tal como el propio Max confiesa al protagonista en un momento del film (memorable, en este sentido, la escena con Norma y Joe bailando en el inmenso salón durante la noche de fin de año bajo la triste mirada del sirviente y exmarido – fotograma 3).
Hastiada por la falta de noticias de los grandes estudios acerca de su proyecto, Norma Desmond decide finalmente presentarse ante el mismísimo Cecil B. DeMille (con quien espera en vano trabajar de nuevo) en el plató en el que se encuantre rodando una pelicula, lo que depara el que será sin duda uno de los mejores momentos del film: sentada en la silla del director, y tras dar un manotazo a un insolente micrófono que se detiene provocativamente sobre su cabeza (magnífico e hilarante detalle), Norma Desmond es reconocida por un veterano cañonero que no duda ni un instante en dirigir el potente haz luminoso de su foco hacia la vieja estrella, consiguiendo hacer recaer sobre la misma toda la atención del estudio por un brevísimo instante. Un fugaz estrellato que se verá interrumpido cuando DeMille ordene retirar el foco, y que Wilder sellará de manera implacable con el plano de la protagonista de espaldas y, de nuevo, en la sombra: la cruel y elocuente imagen de un personaje que se encuentra en el ocaso de su trayectoria profesional.
Consciente de la indignidad de su situación, Joe Gillis hará un último intento para burlar la reclusión en la que se encuentra apoyándose en la inspiración (y el amor) de la joven Betty Schaefer (Nancy Olson), una joven lectora con la que trabaja en un guion a escondidas de Norma Desmond. Pero todo es en vano: después de asumir que su dignidad ha quedado definitivamente mancillada, Gillis renuncia al amor de Betty y es finalmente abatido a tiros por la vieja estrella cuando intenta escapar de su cautiverio.
“Son las cinco de la mañana. La casa se empieza a llenar de policías, periodistas, vecinos, curiosos. Incluso las cámaras acudieron como un trueno”, explica Joe Gillis mientras vemos cómo su cadáver es retirado de las aguas de la piscina. En el interior de la vieja mansión, bajo la expectación de las cámaras de los periodistas, todo está preparado para que Norma Desmond interprete por sin su última gran escena a les órdenes del gran Max Von Mayerling (fotograma 4):
“¿Lista, Norma?”
“¿Qué escena es ésta? ¿Dónde estoy?”
“En los escalones de palacio”
“Ah, sí, sí. Abajo están esperando a la princesa. Estoy Lista”
“Muy bien. Cámaras. ¡Acción!”
David Vericat
© cinema esencial (abril 2014)