Título Original: The Bad and the Beautiful / Año: 1952 / País: Estados Unidos / Productora: Metro-Goldwyn-Mayer / Duración: 114 min. / Formato: B/N- 1.37:1
Guión: Charles Schnee (Historia: George Bradshaw) / Fotografía: Robert Surtees / Música: David Raksin
Reparto: Lana Turner, Kirk Douglas, Walter Pidgeon, Dick Powell, Barry Sullivan, Gloria Grahame, Gilbert Roland, Leo G. Carroll, Vanessa Brown, Paul Stewart, Sammy White, Elaine Stewart, Ivan Triesault
Fecha de estreno: 25/12/1952 (Los Angeles, California)
Cautivos del mal arranca con un majestuoso travelling de una grúa en un enorme plató de cine (fotograma 1), la imagen en plano general retrocede ante el avance del equipo de rodaje hasta llegar a un plano corto del director Fred Amiel (Barry Sullivan) en el momento en que le pasan una llamada de Jonathan Shields (Kirk Douglas), llamada que el director rechaza con evidente satisfacción, al igual que posteriormente harán la actriz Georgia Lorrison (Lana Turner) y el escritor James Lee Bartlow (Dick Powell).
Los travellings y los movimientos de cámara en grúa serán el leitmotiv formal de esta descarnada crónica sobre el mundo del cine en la que Minnelli nos muestra las luces y las sombras del Hollywood de los grandes estudios. Fiel a una puesta en escena íntimamente ligada al género musical que el director iba a utilizar en prácticamente todas sus películas (“me lo propuse en mi primera película y he permanecido fiel a los movimientos de cámara durante el resto de mi carrera”), Minnelli utiliza sabiamente los movimientos de cámara aplicados en esta ocasión al género melodramático para reforzar la atmósfera del relato al tiempo que plantea un eficaz juego espacial entre lo filmado y el equipo de filmación en las muchas escenas de rodajes de la película. Una muestra, a modo de ejemplo, la encontramos en la magnífica escena en la que Georgia Lorrison interpreta una dramática secuencia que vemos primero en un plano corto (que podría ser perfectamente el de la película rodada) para, seguidamente, y mediante un ligero travelling en retroceso, descubrir detrás de la actriz a todo el equipo de rodaje contemplando en silencio la escena (fotograma 2) y, inmediatamente, ascender con la cámara en un movimiento que recorre todo el estudio hasta llegar a un plano corto del último electricista, al que vemos siguiendo emocionado la escena desde lo más alto del plató.
Tras del citado prólogo en el que vemos consecutivamente a los tres protagonistas rechazar la llamada del misterioso Jonathan Shields, la película se estructura en tres grandes flashbacks en los que cada personaje (a los que el productor Harry Pebbel - Walter Pidgeon – ha citado en su despacho para pedirles que vuelvan a trabajar con Shields) relatará su relación con Shields y las razones de su menosprecio. Cabría reprochar, en este sentido, la estructura excesivamente férrea que plantea la película (tres flashbacks consecutivos de treinta minutos cada uno) que se agrava por la evolución dramática prácticamente idéntica de cada una de las narraciones (conocimiento del protagonista – auge de la relación – éxito – traición y desengaño), lo que motiva que, concluida la primera, el relato de las dos siguientes sea un tanto previsible (algo que no sucede, por ejemplo, en la magistral Eva al desnudo, de Joseph L. Mankiewicz, título que tiene no pocas similitudes con el film de Minnelli). Sin embargo, la potencia de cada uno de los relatos, unida a la eficaz puesta en escena de Minelli, logra superar en buena medida este problema y mantener en todo momento la atención del espectador en esta crónica sobre la ambición, la amistad y la traición en la época dorada de Hollywood.
El primero de los flaskbacks, narrado por Fred Amiel, se inicia con el entierro del padre de Jonathan Shields, un magnate de la producción odiado por todo Hollywood hasta el punto de que todos los asistentes al entierro (entre ellos el propio Amiel) son figurantes contratados por el joven Shields. A partir de la amistad entre el joven productor y el principiante director, Minnelli retrata con afilada precisión las formas de producción de los grandes estudios, introduciendo a la vez claras referencias a algunos personajes reales de la época. Por encima de todos, al productor David O. Selznick, claro inspirador del protagonista, Jonathan Shields; pero también a Jacques Tourneur (en un evidente homenaje a La mujer pantera, cuando Shields le propone a Amiel resolver el rodaje de La maldición de los hombres pantera, un subproducto de horror de serie B, prescindiendo del patético vestuario del que disponen y recurriendo únicamente al juego con las luces, las sombras y el sonido – fotograma 3), o a Eric Von Stroheim, indudable trasunto del director Von Ellstein (Ivan Triesault), con quien Shields traicionará a Amiel confiándole la dirección del proyecto más personal y ambicioso del joven director (espléndida la secuencia en la que Shields defiende el proyecto ante el productor Pebbel apropiándose de las palabras de Amiel: “Es mi proyecto. Yo lo hallé y lo batallé. Quiero producirlo tanto que quiero probarlo”. Shields utiliza todos los medios a su alcance para conseguir su objetivo, probablemente sin ser consciente en ese momento de que le está robando el proyecto a su amigo, en una acertada descripción del carácter ambicioso del protagonista, su mayor virtud y al mismo tiempo su peor defecto).
El segundo flashback (sin duda alguna el más despiadado de los tres) se centra en la relación de Shields con Georgia Lorrison, la hija de un aclamado actor que malvive como actriz figurante a la sombra de la fama de su padre ya fallecido. Sumida en el alcoholismo y la prostitución, Georgia representa para Shields la posible y temida imagen de sí mismo en la derrota (descendiente, también él, de uno de los grandes nombres de la industria del cine), razón por la cual el protagonista dedicará todos sus esfuerzos para convertir a la fracasada figurante en una gran estrella cinematográfica (magistral, en este sentido, la primera secuencia de Shields en el lúgubre apartamento de Georgia, intentando convencerla de que puede llegar a convertirse en una gran actriz – fotograma 4). Un esfuerzo que Georgia confunde con un sentimiento de amor, a pesar de las elocuentes y sinceras palabras de Shields (“Ahora no necesito una esposa, necesito una estrella”), y que provocará el desengaño final de la protagonista, cuando sorprende al productor con una joven actriz la misma noche del estreno de su primera película como protagonista.
El tercer y último flashback es el narrado por James Lee Bartlow, un exitoso novelista al que Shields convence para escribir el guion de su próxima producción. Viendo que Bartlow es incapaz de avanzar en su trabajo por la nefasta influencia de su mujer, Rosemary (Gloria Grahame), Shields se lleva al escritor a una cabaña en las montañas y confía en secreto a la cargante esposa a Victor Ribero (Gilbert Roland), un viejo galán célebre por sus múltiples devaneos amorosos. Tras finalizar el guion, en el trayecto de vuelta, Bartlow tendrá conocimiento de la muerte de su esposa junto al galán en un accidente de avioneta (y más tarde, por un desliz del propio Shields, sabrá que fue el productor quien puso a su esposa en manos del actor para evitar que interrumpiera su trabajo).
Finalizada la narración de los tres flashbacks, Harry Pebbel atiende por fin la llamada de Shields y pregunta por última vez a sus invitados si están dispuestos a trabajar en su nueva película. Los tres niegan con la cabeza pero, al abandonar el despacho de Pebbel, no pueden resistir la tentación de escuchar las apasionadas palabras de Shields describiendo su nuevo proyecto. Todos fueron traicionados, pero todos saben también que deben su fama a la ambición del mismo hombre que finalmente les traicionó. Tal como le señala Pebbel a Georgia con despiadada sinceridad, en un momento de la película: “Eras una borracha y una ramera pero Jonathan Shields te convirtió en una estrella”. Una brutal sentencia sobre el lado más oscuro de la fábrica de sueños.
David Vericat
© cinema esencial (marzo 2014)
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