Título Original: Sunrise / Año: 1927 / País: Estados Unidos / Productora: Fox Film Corporation / Duración: 94 min. / Formato: BN - 1.33:1
Guión: Carl Mayer / Fotografía: Charles Rosher, Karl Struss
Reparto: George O'Brien, Janet Gaynor, Margaret Livingston, Bodil Rosing, J. Farrell MacDonald
Fecha de estreno: 23/09/1927 (NY)
De entre las valoraciones sobre una obra cinematográfica comúnmente aceptadas como incontestables, debo admitir que la que sitúa Amanecer no sólo como el mejor film de Murnau, sino también como una de las obras cumbre de la historia del cine, siempre me ha provocado cierto desconcierto. Tanto es así, que confieso no poder evitar un leve sentimiento de zozobra al emitir un juicio en parte discordante de la opinión generalizada, más si cabe tratándose de un director que admiro especialmente y que cuenta en su filmografía con tres títulos sobre los que profeso auténtica devoción como son las para mí (estas sí) magistrales Nosferatu (1922), El último (1924), y Tabú (1931).
Anunciada como Una canción sobre dos seres humanos, la historia del granjero (George O'Brien) seducido por la pérfida mujer de la ciudad (Margaret Livingston) que, en un arrebato de locura, está a punto de asesinar a su cándida esposa (Janet Gaynor), y la posterior reconciliación del matrimonio celebrada entre el bullicio de la gran ciudad, contiene ciertamente no pocos momentos técnicamente memorables: el largo travelling de seguimiento del granjero atravesando en plena noche la espesa vegetación al encuentro de la mujer de la ciudad; el plano del protagonista atormentado por el imaginario abrazo de la amante (fotograma 1); la esposa, a bordo del pequeño bote desde el que el granjero pretende deshacerse de ella, buscando con la mirada el rostro cabizbajo del marido corroído por la culpa (fotograma 2); y, cómo no, el magnífico travelling de la pareja caminando extasiada e inconscientemente entre un mar de automóviles y pasando del escenario urbano a un idílico paisaje de frondosa vegetación en el que acaban fundiéndose en un largo beso (fotograma 3), hasta volver a la realidad repentinamente entre el bullicio del tráfico que les rodea … son algunas de las secuencias en los que reconocemos el mejor estilo del director para expresar ideas y sentimientos con el único recurso de la cámara. A ello hay que añadir, por supuesto, la soberbia composición fotográfica con que Murnau confiere a la película su tan celebrada atmósfera expresionista (especialmente en las secuencias en el pueblo del primer tercio del film, un espacio sumido en las tinieblas que contrasta con la luminosidad del escenario urbano) que en sus mejores momentos lleva a las imágenes hasta un terreno muy próximo al de la abstracción, recurso con el que el director logra salir airoso de escenas que en otras manos hubieran ofrecido resultados a buen seguro menos convincentes (pienso, por ejemplo, en el plano de la amante bailando compulsivamente a la luz de la luna ante el embelesado granjero).
Pero, más allá de su indudable virtuosismo técnico (no cabe olvidar que el productor William Fox ofreció un cheque en blanco a Murnau para rodar con todos los medios a su alcance la que había de ser su primera película en los Estados Unidos), siempre que me he enfrentado a la película me ha resultado imposible abstraerme de algunas debilidades que me impiden el total disfrute del film, empezando por las estereotipadas representaciones de los tres personajes principales (la ingenua esposa, el rudo marido y la odiosa amante) fruto de un guion que juega todas sus cartas a la excelencia formal, dejando excesivamente de lado los matices y un mínimo desarrollo psicológico, y que provoca que, vistos en la actualidad, algunos pasajes del film resulten cuando menos un tanto cuestionables. Y, por supuesto, no cabe argüir la sempiterna sentencia del teniendo en cuenta la época en que fue rodado (una frase que curiosamente sólo suele aplicarse al cinematógrafo, y raramente a otras manifestaciones artísticas como la pintura, la música o la literatura), especialmente si pensamos en obras coetáneas como Y el mundo marcha (King Vidor, 1928), El séptimo cielo y Estrellas dichosas (Frank Borzage, 1927 y 1929; dos títulos con claras influencias de la propia Amanecer pero, para mi gusto, superiores ambos al film de Murnau), o incluso anteriores, como Avaricia (Erich Von Stroheim, 1924), El amo de la casa (Carl Theodor Dreyer, 1925) o El gran desfile (King Vidor, 1925), por citar sólo algunas de las grandes obras maestras de la época muda que mantienen una absoluta vigencia tanto desde el punto de vista formal como temático (incluso en su aproximación al género del melodrama, tan proclive a bordear la peligrosa frontera del ridículo con el cruel paso del tiempo).
Amanecer es, sin lugar a dudas, una espléndida muestra del talento de uno de los grandes creadores de imágenes de la historia del cinematógrafo pero, desde mi punto de vista, se encuentra a medio camino entre el fascinante expresionismo de Nosferatu, el virtuosismo técnico y narrativo de El último y la depuración formal de Tabú.
David Vericat
© cinema esencial (febrero 2015)
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Comentarios
Ensalzar una película por
Nada de retórica.
Por supuesto es siempre
Como ves en la reseña, hay