drama romántico

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Un verano con Mónica

En 1931 Tabú de Murnau estableció la referencia insuperable para un subgénero cinematográfico que tendría después una amplia descendencia: las historias de parejas a las que la fuerza del primer amor empuja a recluirse en sí mismas, fuera de la sociedad o en conflicto violento con ella. A esta corriente se adscribe Un verano con Monika, que mantiene la oposición entre la naturaleza y la ciudad, entre el día y la noche, característica de la película de Murnau, así como la proximidad del mar (aunque con diferentes connotaciones, de amenaza y liberación respectivamente).

Tabú

Todos nuestros esfuerzos deberían encaminarse a librar al cine de aquello que no le es propio, de todo lo que es innecesario y trivial y proviene de otras fuentes - todos los trucos, gags y actividades que no pertenecen al cine sino al teatro y a los libros (...). Debemos buscar cada vez mayor sencillez y dedicación a la técnica y materiales puramente cinematográficos

Friedrich W. Murnau

 

La caja de Pandora

Aun con el título de la segunda de las obras del díptico de Frank Wedekind, La caja de Pandora se basa de hecho en las dos piezas que el dramaturgo alemán dedicó al personaje de Lulu: El espíritu de la tierra (1985) y la homónima La caja de Pandora (1904); o más propiamente en la mitad de la primera y la totalidad de la segunda, circunstancia que confiere a la película una de sus primeras peculiaridades.

L'Atalante

“No estamos en los barcos para gandulear.
No navegamos para descansar.
Pegados al timón hacemos malabares
por la sonrisa de una joven, que nos retiene y nos llama.
Y si el tiempo es duro, debemos resistir,
pues tenemos el corazón alegre por ser marineros.
Los jóvenes embarcados durante largo tiempo
tienen el cuello bronceado.
Y los ojos del color del viento,
los marineros se los robaron”

 

 

El último tango en París

Los rostros desfigurados de las pinturas de Francis Bacon que aparecen en los créditos iniciales de El último tango en París son premonitorios del mundo en descomposición por el que transita el protagonista, Paul (Marlon Brando). Un universo habitado por seres en proceso de degradación, tal como se evidencia en las siluetas distorsionadas que se nos muestran constantemente a través del lienzo deformante de espejos rotos y cristales translúcidos (fotograma 1 - una imagen que se erigirá en leitmotiv de la película).

El tesoro de Arne

De entre las muchas peculiaridades de una película como El tesoro de Arne, una de las más destacables es sin duda alguna el carácter malévolo del héroe de la historia, el noble escocés Sir Archie (Richard Lund), quien, junto a sus dos compañeros de fuga, Sir Philip (Erik Stocklassa) y Sir Donald (Bror Berger), cometerán en el segundo acto de la película una atroz masacre en la vivienda del párroco Arne (Hjalmar Selander) para robar el preciado tesoro que éste posee.

El muelle (La Jetée)

Ven y mira

 

Situándose en un París post-apocalíptico arrasado por la III GM (fotograma 1), Chris Marker plantea, bajo apariencias distópicas, algunos de sus temas recurrentes: la imagen y la memoria, imbricados ambos, en una conexión que nos obliga a superar esas apariencias y a cuestionar el cine y su semántica como algo más que una mera herramienta de contenido narrativo.

 

Capricho imperial

“Hace unos siglos, en un rincón del Reino de Prusia, vivía una pequeña princesa elegida por el destino para convertirse en el mayor monarca de su época: Zarina de todas las Rusias, la conocida como Mesalina del Norte”

 

Todos nos llamamos Alí

Desde la primera imagen de Emmi (extraordinaria Brigitte Mira), de pie en la entrada del bar de Barbara (Barbara Valentin) adonde llega para guarecerse de la lluvia, bajo la inclemente mirada del resto de clientes desde el otro lado del local (fotograma 1), percibimos la extrema soledad de la protagonista de Todos nos llamamos Alí (desafortunado título español que nada tiene que ver con el original Angst essen Seele auf – Cuando el miedo se come el alma).
 

Banda aparte

 “Siempre dejo espacio al azar. Me gusta mucho rodar escenas que cinco minutos más tarde podrían ser distintas, en las que los personajes no dirían lo mismo que cinco minutos antes, como sucede en la vida misma
Jean-Luc Godard
 

Vértigo (De entre los muertos)

Saul Bass utiliza la cámara como un oftalmólogo. Un instrumento destinado al ojo como objeto clínico e impersonal. Sin embargo el ojo reacciona, no es inane: enrojece, parpadea, y, de su interior, emana la posibilidad de Vértigo, que prosigue Hitchcock con los ojos ya pegados al rostro de Scottie Ferguson (James Stewart), como dos mandalas azules que se constituirán en el puente a su extraversión e introversión. Los azules ojos que dirigen a Scottie Ferguson finalmente dictaminan lo inadecuado de su profesión. Scottie se engaña a sí mismo.

Luz silenciosa

Se compara en ocasiones Luz silenciosa con Dreyer como si el film mexicano debiera, ya que imita en forma al cineasta danés, continuar con la apología de lo místico que se hacía en Ordet. Pero el elemento religioso no está tratado en Luz silenciosa como un fin en sí mismo, sino más bien como contexto.

Al final de la escapada

À bout de souffle es una historia de amor atrapada en un film de género negro. Michel Poiccard (Jean-Paul Belmondo) pretende volver a acostarse con la bella Patricia (Jean Seberg) pero el destino le coloca una pistola en la guantera de un coche robado, y las pistolas, en una película de género negro, están para ser disparadas (“Es normal: los denunciadores denuncian, los ladrones roban, los asesinos matan, los amantes aman”), con lo que el pretendido amante se convierte en prófugo asesino.

Tú y yo

Revisión de la magnífica Love Affair, dirigida por el mismo McCarey en 1939, Tú y yo pertenece al selecto y reducido grupo de remakes que, partiendo de una obra ya de por sí memorable, logran superar el original para alcanzar la categoría de auténticas obras maestras del cinematógrafo.

El apartamento

“Yo escribo pensando en la cámara, pero sin pasarme. La película triunfa gracias a la historia, los personajes y los actores. No busco un movimiento de cámara original que no tenga que ver con la historia”
Billy Wilder
 

El rayo verde (Comedias y proverbios, V)

“Tuve la idea de El rayo verde en octubre del 83 y la rodé en el verano del 84. Su génesis sólo duró, por tanto, un año, mientras que para otras películas ha podido durar hasta veinte. Mantuve una entrevista con Marie Rivière, grabándola con un magnetofón, en diciembre del 83. Es una película para la cual no he escrito nada. El estímulo vino de algo que había leído en un correo del corazón. Una mujer decía que se encontraba guapa, pero que los hombres no la miraban, aunque hacía todo lo posible para provocarlos. Esa situación me pareció trágica y divertida al mismo tiempo.

Boy meets girl

La convención formal utilizada en cine para originar, dar sentido y reflejar el sentimiento amoroso siempre ha sido la misma: se utiliza el rostro de los actores y plano-contraplano del efecto producido en su expresión que registra el conjuro. Si además de todo ello los actores que interpretan dicho sentimiento son figuras atractivas se consigue la sensación de verosimilitud en el espectador. Y si esto no es suficiente, se utilizan recursos musicales para que nos percatemos definitivamente de ello.

Mala sangre

Mala Sangre es una nueva entrega en forma de poema visual sobre la búsqueda infructuosa del amor en su concepción más idealizada: después de abandonar a Lise (Julie Delpy), Alex se echa en brazos de Anna, que a su vez está enamorada de Marc (Michel Piccoli), y le reprocha que no le corresponda de la misma manera (“Es absurdo, la vida nos reúne y tú…”), incapaz de asumir la no reciprocidad de sus sentimientos (“La primera vez que una chica se enamoró de mí pensé ‘Ya está, las chicas están enamoradas de mí’. Después lo dejamos, y ya no entendí por qué las que yo amaba no me amaban”).

La última película

Senderos que se dejan, caminos que se abren, rutas todas que, sin embargo, confluyen en Anarene, con sus 1131 habitantes, con sus calles polvorientas, con el silencio que sólo interrumpe el viento. Bogdanovich hace un homenaje a una época ya ida, a un estado de las cosas que ya no existía al realizar su filme, ambientado en el pasado, a fines de 1951 y filmado en un glorioso blanco y negro, los colores con los que nuestra memoria (contagiada de cine) asocia a ese periodo.

La señorita Oyu

Estilizado y oscuro melodrama a partir del complejo triángulo amoroso formado por Oyu (Kinuyo Tanaka), su hermana Shizu (Nobuko Otowa) y Shinnosuke (Yûji Hori), con La señorita Oyu se inicia la última y mejor etapa de la filmografía de Mizoguchi, un período en el que el director japonés firmará las que para mí son sus tres grandes obras maestras, Vida de Oharu, Cuentos de la luna pálida

Deseando amar

¿Qué hace esa cámara allá afuera? ¿Por qué se resiste a entrar a las habitaciones? Esa cámara (tímida, absolutamente discreta) es la mirada de Wong Kar-wai en Deseando amar y somos también nosotros, cada uno de los espectadores del filme, incapaces de invadir la vida privada de dos seres que están viviendo una historia que, parece, tampoco les pertenece.

Casablanca

“Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial la Europa prisionera volvió los ojos con esperanza o desesperación hacia la libertad de los Estados Unidos. Lisboa se convirtió en el punto de partida, pero no todos podían llegar directamente a Lisboa. Así nació una tortuosa ruta de refugiados. De París a Marsella. A través del Mediterráneo hasta Orán. Y desde allí en tren, coche o a pie bordeando África hasta Casablanca en el Marruecos francés. Aquí, los afortunados con dinero, influencia o suerte pueden obtener visados y salir hacia Lisboa y salir hacia el nuevo mundo.

El desprecio

La misma trama opera a varios niveles. Una historia de desamor que se vincula con la integridad del artista y con la propia obra adaptada (La Odisea) en ese “cine dentro del cine“ (el triángulo amoroso protagonista evoca a Ulises, Penélope y Poseidón).

Hiroshima, mon amour

Hiroshima mon amour discurre en dos líneas, como las llama Esteve Riambau, “temporoespaciales”: el presente en Hiroshima y el pasado en Nevers. Dos situaciones delimitadas como sucede en otras películas de Alain Resnais, como Muriel (1963) o Stavisky (1973), que acaban por confluir en una explosión de memoria y olvido que permite, quizás, relacionar lo colectivo (bomba y guerra mundial) con el drama particular del personaje femenino (Emmanuelle Riva).

Muerte de un ciclista

Plano contrapicado de una carretera desierta al atardecer, franqueada por un par de árboles de ramas desnudas. Aparece en primer término la frágil silueta de un ciclista que avanza hacia la línea del horizonte hasta desaparecer en un cambio de rasante. A los pocos segundos, un automóvil que viene en dirección contraria se detiene bruscamente a lo lejos. Corte a un plano corto de sus ocupantes, Juan (Alberto Closas) y Maria José (Lucía Bosé), observando alarmados hacia un punto de la carretera a sus espaldas.
 

Cantando bajo la lluvia

Poco se puede decir de un film como Cantando bajo la lluvia, no tanto por lo mucho que se ha escrito sobre el mismo sino, sobre todo, por la dificultad de glosar en un texto el goce que supone dejarse arrastrar por la energía y la vitalidad de uno de los mayores musicales (si no el mayor) de la historia del cine. Estamos ciertamente ante una de las obras cumbre de la cultura popular norteamericana, una cultura cuya reivindicación será justamente uno de los temas centrales de la película, poniéndola en valor frente a (o al lado de) la cultura clásica de las élites intelectuales.

Cléo de 5 a 7

Cléo de 5 a 7 se abre con la imagen de una mesa sobre la cual una adivina está tirando las cartas del tarot a la protagonista, Florence (Corinne Marchand), una cantante que espera angustiada los resultados de unos exámenes médicos que teme que le confirmaran que padece un cáncer incurable. Serán las únicas imágenes en color de un film que se centrará en las dos siguientes horas de la vida de la protagonista, a la que acompañaremos en su deambular por el París de principios de la década de los 60, mientras espera el momento de conocer su diagnóstico.
 

El manantial

En el plano final de la magistral Y el mundo marcha (The Crowd, 1928), King Vidor nos muestra al protagonista, un personaje obsesionado durante toda su vida por “llegar a ser alguien”, en el patio de butacas de un teatro, rodeado (y formando parte finalmente) de la multitud de la que tanto había luchado por sobresalir.

Como un torrente

Como un torrente se inicia con los títulos de crédito sobre el plano de Dave Hirsh (Frank Sinatra) dormido en el interior de un autobús, a su llegada a la pequeña población de Parkman. En un asiento trasero, advertimos el escorzo de Ginnie Moorehead (Shirley MacLaine), una prostituta a la que Dave, en una noche de borrachera, invitó a seguirle en su viaje de regreso a su población natal, tras dieciséis años de ausencia, y a la que el protagonista conmina a desaparecer de su vida en el mismo momento de descender del autobús.

La hija de Ryan

Desde el punto de vista formal, la filmografía de David Lean puede dividirse en dos etapas claramente diferenciadas: la que abarca desde sus inicios hasta mediados de la década de los cincuenta, con producciones de no muy elevado presupuesto, casi siempre desarrolladas en ambientes urbanos, fotografía en blanco y negro y formato de imagen 1:37; y un segundo período que se inicia en 1957 con El puente sobre el rio Kwain y que dará lugar a cinco grandes superproducciones, todas ellas rodadas en los más diversos y exóticos escenarios naturales (desde la inmensidad del desierto de

Siempre hay un mañana

Que el melodrama puede llegar a ser un género altamente subversivo es algo que Douglas Sirk (junto con el Buñuel mejicano) dejó bien claro a lo largo de toda su obra, al menos en lo que concierne a su etapa americana (desconozco casi todas sus películas alemanas, tarea pendiente), y especialmente durante la década de los cincuenta, cuando el director rodó buena parte de sus mejores títulos, entre los que figura sin duda esta oscurísima crónica sobre el poder alienante del matrimonio (y la familia) como e

Amanecer

De entre las valoraciones sobre una obra cinematográfica comúnmente aceptadas como incontestables, debo admitir que la que sitúa Amanecer no sólo como el mejor film de Murnau, sino también como una de las obras cumbre de la historia del cine, siempre me ha provocado cierto desconcierto.

Estrellas dichosas

Si la principal intención a la hora de crear esta página personal fue la de conseguir grabar en la memoria la esencia formal y temática de los grandes creadores de imágenes de la historia del cine, no es menos cierto que otra gran motivación es también la de descubrir alguna de las grandes obras de esos creadores que en mi caso permanecen todavía inéditas (ya sea por descuido, ya sea por tratarse realmente de películas que dormitan, todavía hoy en día, prácticamente en el anonimato).

Rebelde sin causa

Si en la espléndida Johnny Guitar, rodada justo un año antes, Nicholas Ray nos ofrecía un western de marcado tono operístico, se podría calificar a Rebelde sin causa como una historia de bandas urbanas en clave de gran musical: el formato scope, determinante para una puesta en escena de tomas largas y dinámicas coreografías dentro del plano, la expresiva utilización de los colores tan característica en Ray (curiosamente, en un film concebido inicialmente en blanco y negro), y la potencia de

París, bajos fondos

En la historia del cinematógrafo hay pocas tragedias románticas en las que el peso de la mirada sea tan determinante como en ésta protagonizada por la prostituta Marie (Simone Signoret) y el rufián Georges Manda (Serge Reggiani) en el París de la Belle Époque recreado por Jacques Becker para su séptimo largometraje.

El buscavidas

No hay en la historia del cinematógrafo ninguna otra película con gestos como los de El buscavidas. El de Eddie Felson (Paul Newman) acariciando el tapete de una mesa de billar (fotograma 1) a su llegada al local en el que reina Minnesota Fats (Jackie Gleason) para retarle en duelo (“Viene a esta sala de billar cada noche a las ocho en punto. Quédate aquí, él te encontrará”). El del cliente que, cuando va a salir del local (el reloj justo a las ocho en punto), abre las puertas de par en par para ceder el paso a Minnesota Fats.

Jennie

Debo confesar que William Dieterle forma parte de una no precisamente pequeña lista de directores (junto con Dwan, Stahl, De Toth, Daves, King o Milestone, entre otros) de los llamados ‘artesanos’ de la época dorada de Hollywood cuya obra me resulta todavía en buena parte desconocida (algo especialmente embarazoso por tratarse en la mayoría de los casos de autores con una ingente filmografía – en el caso de Dieterle, ¡nada menos que ochenta y ocho títulos!).

Dos en la carretera

Resulta elocuente comparar Dos en la carretera, uno de los títulos sobre las vicisitudes de la vida matrimonial más celebrados de la cinematografía norteamericana, con, por ejemplo, la amarga aproximación que hiciera Ingmar Bergman a la misma temática en la extraordinaria Secretos de un matrimonio.

La marcha nupcial

Penúltima gran obra de la turbulenta filmografía de Stroheim (para mi gusto, superior a la posterior e inacabada Queen Kelly, al menos en lo que el metraje final de aquélla nos deja entrever), La marcha nupcial parte de una situación argumental que el director repetiría en los tres títulos posteriores a la monumental Avaricia: un personaje vinculado con la realeza se ve obligado a renunciar a su amor por una plebeya a causa de las obligaciones de su posición.

El año pasado en Marienbad

“… Toda esta historia ya terminó. Unos pocos segundos y se habrá helado para siempre, en un pasado de mármol, como este jardín tallado en la piedra, este hotel, con sus habitaciones ahora desiertas, este gente inmóvil y silenciosa, muerta quizá hace tiempo. Guardianes de los pasillos por los que avanzo a tu encuentro, entre renglones de rostros inmóviles, vigilantes, indiferentes. Mientras tú dudas, quizás, mirando fijamente la entrada de este jardín”
 

Carta de una desconocida

He encontrado una nueva excusa para no ir demasiado a menudo al cine: si se trata de una película de un director al que admiro, ya puedo imaginarla sin verla; cuando conoces bien el estilo de un director, no tienes necesidad, por así decirlo, de ver su película, de tan bien que puedes imaginarla. En cuanto a los que trabajan mal, puedes igualmente imaginar sus películas sin verlas
Max Ophuls
 

Breve encuentro

En el pequeño café de la estación de Milford, la encargada del local, Myrtle Bagot (Joyce Carey), se deja acosar con mal disimulado deleite por Albert Godby (Stanley Holloway), el jefe de estación. Ajenos a la verborrea del socarrón conquistador, en una mesa situada en un rincón del local, una pareja se observa en silencio, la mirada compungida (fotograma 1). Es jueves, pero no un jueves cualquiera: Laura Jesson (Celia Johnson) y Alec Jarvey (Trevor Howard) se están despidiendo para siempre después de un breve y secreto romance iniciado apenas siete semanas atrás.

La ronda

Que Ophüls es una de los más grandes formalistas de la historia del cinematógrafo es algo que se puede corroborar con cualquiera de sus películas, pero quizá más que en ninguna en esta formidable traslación a la pantalla de la obra teatral de Arthur Schnitzler, cuyo periplo en los escenarios, desde el momento de su publicación hasta finales del siglo pasado fue poco menos que accidentado: escrita en 1897 pero no publicada hasta 1903, fue el propio autor el que impidió su representación teatral hasta después de 1918 debido a los virulentos atraques que sufrió el texto por su contenido sexual

Te querré siempre

Se ha escrito mucho, quizá demasiado, sobre Viaggio in Italia: la literatura generada por la película, su propia condición mítica de inicio de la modernidad cinematográfica consagrada por un famoso artículo de Jacques Rivette, tal vez sirve más de distracción que de ayuda a la hora de penetrar en su misteriosa grisura.
 

La balada de Cable Hogue

Resulta sorprendente ver al autor de Grupo Salvaje (elogiado título de la filmografía de Peckinpah que particularmente no considero entre los mejores del director), Perros de paja o Quiero la cabeza de Alfredo García (no tanto al de, esta sí desde mi punto de vista extraordinaria, Duelo en la alta sierra, con la que el título que nos ocupa mantiene no pocos elementos en común, empezando por su adscripción al subgénero del ‘western crepuscular’) enfrascado en una pelí

Gertrud

Totalitaria del amor, Gertrud Kanning (Nina Pens Rode) decide romper su matrimonio con su marido, Gustav Kanning (Bendt Rothe), después de constatar la imposibilidad de verse correspondida en su intransigente concepción del amor absoluto. “El trabajo no debe desterrar a la mujer de sus pensamientos”, le reprocha a su marido como fría respuesta a la noticia de su inminente nombramiento como ministro (antes, Gertrud ya se ha permitido una sarcástica réplica a la pregunta que con orgullo le ha hecho Gustav para anunciarle la buena nueva: “¿Te gustaría ser la mujer de un ministro?”; “Depende de con qué ministro me quieras casar”).

El gran desfile

Admitámoslo abiertamente: dejando de lado el género de la comedia (por su natural vocación transgresora), hay grandes clásicos del cine mudo que, aun teniendo un incuestionable valor artístico, pueden provocar una digestión un tanto pesada al revisarlos un siglo después de su gestación o que requieren, cuando menos, de un ejercicio de contextualización (en cuanto a las conveniencias y normas morales de la época en que fueron creados, por ejemplo) como paso previo y necesario para su pleno disfrute.

La mamá y la puta

Paisaje después de la batalla. Los personajes de La maman et la putain se nos presentan como herederos de las revueltas de Mayo del 69, quizá protagonistas, en todo caso, supervivientes de un movimiento del que Eustache nos muestra sus consecuencias con una mirada en absoluto complaciente.

París, Texas

La imagen inicial es tan chocante como fascinante: un hombre (Harry Dean Stanton) ataviado con raídos traje, camisa, corbata y gorra roja avanza a través de un inmenso paisaje desértico (fotograma 1). La mirada extraviada, el cuerpo rígido, tan solo activadas las piernas, que parecen articularse de manera autónoma, como con un resorte mecánico.