Título Original: Edward Scissorhands / Año: 1990 / País: Estados Unidos / Productora: 20th Century Fox / Duración: 98 min. / Formato: Color - 1.85:1
Guión: Caroline Thompson / Fotografía: Stefan Czapsky / Música: Danny Elfman
Reparto: Johnny Depp, Winona Ryder, Dianne Wiest, Anthony Michael Hall, Alan Arkin, Kathy Baker, Vincent Price, Caroline Aaron, Robert Oliveri
Fecha estreno: 06/12/1990 (Los Angeles, California)
"La idea me surgió por un dibujo que había hecho hace mucho tiempo. Sólo era una imagen que me gustaba. Me vino inconscientemente y estaba ligada a un personaje que quiere tocar pero no puede, que es creativo y destructivo a la vez: esa clase de contradicciones que puede crear una especie de ambivalencia. Estaba muy ligada a una sensación. La manifestación de esa imagen se hizo realidad y probablemente salió a la superficie cuando era un adolescente, porque era algo muy adolescente. Tenía que ver con las relaciones. Me sentía incapaz de comunicarme. Era esa sensación de que tu aspecto y cómo te ve la gente chocan con lo que tienes en tu interior, una sensación muy común. Creo que mucha gente siente lo mismo en cierto modo, porque es frustrante y triste sentir algo y ver que no sale al exterior."
Tim Burton
Segunda aproximación al mito del moderno Prometeo por parte de Tim Burton (tras la traslación canina del clásico de Mary Shelley con la ingeniosa Frankenweenie en 1984, cortometraje que en 2012 el mismo Burton convertiría en largometraje de animación), no cabe duda de que la historia del monstruo de Frankenstein ofrece el escenario idóneo para que el director pueda desarrollar una de las constantes temáticas que caracterizan buena parte de su filmografía: la de la soledad y aislamiento de aquéllos que son calificados como diferentes por parte de la mayoría (una condición con la que cargan prácticamente todos los protagonistas burtonianos). Es por ello que el Burton desecha desde el primer momento la vertiente terrorífica del relato del monstruo para centrarse en la tragedia de una criatura que lucha desesperadamente por conseguir la aceptación de una sociedad que le estigmatiza precisamente por su condición de diferente.
Para ello, Burton recrea un universo visual que contrapone el fascinante escenario del castillo en el que habita el protagonista, Edward (Johnny Depp - una criatura “inacabada” con enormes cuchillas en lugar de manos), con el de la urbanización que escenifica los peores tics de una sociedad adocenada, conformista, puritana y que tiene en el mal gusto una de sus más reconocibles señas de identidad. En palabras del propio Burton: “Primero vino la imagen, ligada a esa sensación de no ser aceptado. Luego, a partir de eso, vinieron las imágenes del hielo y de los setos, como una consecuencia natural del hecho de que se convirtiera en algo útil y accesible. Y luego estaba el mundo al que llegaba (Edward): eso surgió al acordarme de mi infancia en ese mundo de las urbanizaciones y las sensaciones que eso me despertaba. Yo crecí en una urbanización, y aún sigo sin comprender algunas cosas. Hay una especie de ambigüedad, un vacío, y esto es algo que recibí con mucha fuerza de mi familia. Los cuadros que mi familia tenía en la paredes, nunca entendí que les gustaran, que los compraran, que alguien se los regalara. Era casi como si hubieran estado allí siempre y, a pesar de eso, nadie los hubiera mirado jamás. Recuerdo que a veces me sentaba a mirarlos y pensaba: ‘¿Qué coño es eso? ¿Qué son esas uvas de resina? ¿De dónde las han sacado? ¿Qué quieren decir?’ Crecer en una urbanización es como crecer en un lugar donde no hay sentido de la historia, ni sentido de la cultura, ni sentido de la pasión por nada. Nunca tuve la sensación de que a la gente le gustara la música. Nadie mostraba la menor emoción. Era muy extraño. ‘¿Por qué pasa esto aquí? ¿Dónde me he metido?’ Jamás sentías que hubiera el menor apego a las cosas. Así que te veías obligado a adaptarte y eliminar una gran parte de tu personalidad, o bien a desarrollar una vida interior muy fuerte que te hiciera sentirte al margen”.
Así, mientras el universo de Edward aparece en todo momento como un mundo mágico y repleto de imágenes casi oníricas (desde los gigantescos setos con formas de animales que vemos por primera vez al introducirnos con la indiscreta vendedora de cosméticos, Peg - Dianne Wiest – en el castillo del protagonista – fotograma 1 - , hasta la maravillosa fábrica de galletas del primero de los tres flashbacks en los que presenciamos la gestación de Edward a manos del inventor – un antológico Vincent Price – fotograma 2), el de la urbanización se presenta como un escenario de caminos trillados (hay una indudable referencia a Mon Oncle de Tati en el plano de Peg caminando por el sendero que cruza el césped de una de las casas de la urbanización – fotograma 3) en el que sus habitantes actúan de manera despersonalizada y como respondiendo a los designios de una voluntad superior y homogeneizadora (absolutamente genial el plano de la caravana de automóviles de los padres de familia abandonando al unísono sus hogares para ir a trabajar – fotograma 4).
Extraviado en este mundo donde lo vulgar y lo superficial aniquila cualquier indicio de disidencia, Edward perderá incluso su condición de criatura fantástica para ser calificado como un simple minusválido (“puede obtener una tarjeta e incapacitado y aparcar donde quiera”, le ofrece impasible el banquero como contrapartida al crédito que pretende conseguir Peg para que el protagonista pueda abrir su propio negocio). Una condición, la de minusválido, que el propio protagonista acabará asumiendo como insalvable y que dará lugar a una secuencia que se me antoja como un claro homenaje a Los mejores años de nuestra vida, cuando Edward se confiesa incapaz de abrazar a su amada Kim (Winona Ryder - fotograma 5), tal como hiciera Homer, el protagonista sin manos del film de Wyler (otro personaje al margen de la normalidad), al reencontrarse con su prometida tras regresar de la guerra.
Y será justamente la fuerza de la vulgaridad, representada en su vertiente más agresiva por el estúpido Jim (Anthony Michael Hall) pero también por la histérica Joyce (Kathy Baker), la que acabará expulsando a Edward de la urbanización para confinarlo para siempre en el mundo de lo fantástico; aquél que seguramente nunca debió abandonar aun a sabiendas de que en él estaba condenado a la eterna soledad.
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Las citas de esta reseña están extraídas del libro “Tim Burton por Tim Burton”, de Mark Salisbury
David Vericat
© cinema esencial (mayo 2015)