El rayo verde (Comedias y proverbios, V)

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El rayo verde
Director:
Eric Rohmer

Título Original: Le Rayon vert / Año: 1986 /  País: Francia / Productora: Les Films du Losange / Duración: 94 min. / Formato: Color - 1.37:1
Guión: Éric Rohmer, Marie Rivière/  Fotografía: Sophie Maintigneux / Música: Jean-Louis Valero
Reparto: Marie Rivière, Rosette, Béatrice Romand, Vincent Gauthier, Sylvie Richez, Basile Gervaise, María Luisa García, Virginie Gervaise, René Hernández, Dominique Rivière, Claude Jullien, Alaric Jullien, Eric Hamm
Fecha estreno: 31/08/1986 (Venice Film Festival) / 03/09/1986 (Francia)

“Tuve la idea de El rayo verde en octubre del 83 y la rodé en el verano del 84. Su génesis sólo duró, por tanto, un año, mientras que para otras películas ha podido durar hasta veinte. Mantuve una entrevista con Marie Rivière, grabándola con un magnetofón, en diciembre del 83. Es una película para la cual no he escrito nada. El estímulo vino de algo que había leído en un correo del corazón. Una mujer decía que se encontraba guapa, pero que los hombres no la miraban, aunque hacía todo lo posible para provocarlos. Esa situación me pareció trágica y divertida al mismo tiempo. Luego, en Biarritz, tomé conciencia del anonimato de la muchedumbre y me llamó la atención la cantidad de mujeres solas. (...) Podría decir que ésta es la más autobiográfica de mis películas. Todo el mundo ha experimentado la soledad. Es más fácil poner algo de uno mismo en una película en la cual estará disimulado (a mí me gusta estar disimulado). Como se sabe que la identificación no podrá ocurrir, resulta menos embarazoso. Así que, de alguna manera, podría decir: Delphine soy yo…”
Eric Rohmer
 
Leído lo anterior sobraría cualquier añadido acerca de la película porque la idea de Rohmer es clara, precisa y decidida; un párrafo le basta para diseccionar la película y justificar los porqués de su obra. Idas y venidas en la desesperación que produce una soledad no querida que termina destrozando la autoestima del personaje de Delphine (Marie Rivière). De París a Cherburgo y vuelta, de París a los Alpes y vuelta, de París a Biarritz, para terminar, azarosamente, en San Juan de Luz la primera vez en que Delphine actúa sin planificar, dejándose llevar. Rohmer filma El rayo verde como si de un diario secreto se tratara, fechando los días y dejando espacios en blanco donde, se supone, Delphine no tiene nada que contar, recluida en sí misma, con el mismo estilo limpio, la misma línea clara de casi todo su cine, con ese aire de improvisación y dejar hacer, que te identifica con sus películas, como si se tratara de una charla reconocible entre amigos o entre amantes. Apenas hay imagen en la que Délphine no aparezca, algo que puede provocar empatía absoluta hacia ella o un rechazo visceral ante comportamientos que, de entrada, podrían calificarse de caprichosos, infantiles, inmaduros. Parecería que esta mujer, recién terminada una relación amorosa cuyo cordón se resiste a romper, sólo se sintiera entre iguales cuando comparte su tiempo, aunque no lo busque, con niños, como le ocurre en el episodio de Cherburgo (fotograma 1); siempre recelosa y a la defensiva con los adultos, reservada, taciturna, esquiva, a la hora de poder verbalizar un enorme desagrado hacia sí misma, un efecto de círculo vicioso en el que no hay mejor forma de convencerse del desastre personal a fuerza de pensar que se carece de valor alguno por el que la gente pueda sentir atracción hacia ella. Querer gustar y sentir que nada de lo que hagas atraerá la atención y atracción de los hombres.
 
En el camino sentimental de Délphine, o todo le recuerda a su ex (lugares, amigos, situaciones) o con quienes se rodea tienen muy claro y muy estable su presente y su futuro en pareja. Délphine es el paradigma del personaje solitario, casto y asexuado malgré elle, hasta que encuentre al "candidato perfecto". Délphine es el contrapunto de Sabine, la protagonista de La buena boda (1982), o de Felicie de Cuento de invierno (1992), antagónicas en carácter y comportamiento; heroínas rohmerianas para quienes, sin embargo, existe un punto de unión en común: el amor es la certeza absoluta acerca de la persona con la que compartir el futuro, una apuesta para la que no valen pruebas ni aceptar soluciones intermedias. Y tanto Delphine, como Sabine o Felicie van a adoptar sus respectivas posturas inflexibles: Delphine desde la obcecada solución de no hacer nada a la espera de la mirada definitiva de un desconocido; Sabine decidiendo quién será el elegido con independencia de lo que éste piense; y Felicie sabiendo que en algún lugar del tiempo y del espacio conseguirá recuperar el amor perfecto perdido por una equivocación. Tres personajes rohmerianos con una idea similar del concepto amoroso, pero con diferente forma de llevar a cabo su propósito y disfrutar, o no, de la vida, mientras tanto.
 
En la parte final de El rayo verde, cuando se producen los momentos climáticos del relato en el que, ahora ya sí, hemos decidido compartir la esperanza de Delphine y entrevemos una salida que se acerca al ideal romántico de la protagonista, ésta lee El idiota de Dostoievski, novela donde no existe un idiota como débil mental, sino que el personaje peca de ingenuo, de cándido, hasta compasivo, caracteres que pueden trasladarse a Delphine, en quien se mezcla el eco del escritor ruso con el referente evidente de la historia que compone el relato homónimo de Julio Verne, novela alejada del mundo de ficción científica y de aventuras en lugares remotos por las que es reconocido el escritor francés. La novela decimonónica es el referente claro del que Rohmer, y su colaboradora en el guión, la propia Marie Riviére, adaptan el armazón trasladando la Escocia original a un particular recorrido de ida y vuelta por la geografía francesa, en la que la protagonista sabe lo que quiere, sabe lo que le produce la ansiedad de vivir, pero se ve incapaz de poner solución sin renunciar a sus principios personales, apostando todo su futuro a un golpe de suerte que la va persiguiendo en forma de cartas o carteles que aparecen en sus recorridos solitarios (fotograma 2).
 
Observamos a un personaje solitario que camina sin rumbo pero sin el placer del flâneur, que se siente mucho mejor dándonos la espalda para que no podamos advertir esa tristeza en la mirada, propia de quien no está segura de sí misma, o que en medio de reuniones tiende a aislarse, a no reconocerse como miembro de un grupo, imposibilitada para la integración (fotograma 3). Acercándose a esa fatídica fecha de mediados de julio, sintiéndose abandonada en un París sin alicientes y destinada a viajar en solitario si quiere disfrutar de sus vacaciones fuera de la capital. El atractivo, o la falta de él, que emana de Délphine, queda evidenciado en su primera escena, cuando en medio de la oficina donde trabaja recibe una llamada de una amiga, que podría ser escuchada perfectamente por otras dos compañeras de trabajo, en la que Delphine recibe la noticia de que ya no hay viaje juntas porque la amiga se va sola con su pareja. Esa conversación, en la que Delphine no oculta lo que pasa ni lo que le parece, es absolutamente ignorada por sus compañeras (fotograma 4). En poco más de un minuto, Rohmer ha definido el carácter y las circunstancias personales del personaje, dejándole hablar acerca de un hecho muy concreto del que deducimos, no sólo que carece de pareja estable, sino que la soledad, ante la inminencia de las vacaciones, le produce el miedo a las horas muertas y a un cerebro sin ocupaciones para distraer su verdadera carencia: la ausencia de afecto físico, emocional y sexual por partes iguales.
 
Délphine se va convirtiendo, en este itinerario con preámbulo prevacacional, cuya prueba definitiva comienza un 18 de julio y concluye, para nosotros, un 4 de agosto, en uno de los personajes más sensibles y, al tiempo, vulnerables de la filmografía de Rohmer. No atormentada por problemas morales, disquisiciones de fidelidades o atracciones múltiples y simultáneas, sino obsesionada por la idea de ese "amor verdadero" que todo lo puede, jugando a un todo o nada para el que carece de habilidades, o así se nos presenta. Asistimos al progresivo derrumbamiento en solitario de una heroína romántica a la que parece que el sol del verano, o el aire de la playa, es incapaz de broncear, incrementando esa idea de enfermedad, aunque sea anímica, que acompaña a Delphine ante su permanente palidez. Un recorrido que no sería reconocible sin el azar rohmeriano, un azar un tanto forzado en su presentación, pero cuyo desarrollo obedece a la personalidad ya retratada de la mujer. En ese cruce de miradas entre ella y el personaje de Jacques en la estación de Biarritz, asistimos a la transformación de Delphine y a su autoconvencimiento de estar viviendo una historia del pasado, con las reglas de un siglo atrás y en cuya constatación reside la fuerza del amor eterno. Rohmer no es tan presuntuoso como para atreverse a apostar porque eso sea así y para siempre, nos abandona en el principio de lo buscado y encontrado, y concluye el relato con un "OUI" rotundo, orgásmico, liberador, ilusionante y esperanzado; coincidiendo, casi, con la única vez en toda la película en que la emoción de Delphine es auténticamente alegre (fotograma 5). Un viaje que ha merecido la pena recuperar más de 30 años después de la primera visión porque los cambios personales afectan a las obras de arte que se cruzaron en el camino antes de tiempo y no se supieron paladear.
 
Miguel Martín
© cinema esencial (abril 2019)
(Reseña original en noshacemosuncineenorion.blogspot.com)
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