En el curso del tiempo

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En el curso del tiempo
Director:
Wim Wenders

Título Original: Im Lauf der Zeit / Año: 1975 / País: RFA/ Productora: Wim Wenders Production / WDR / Duración: 176 min. / Formato: B/N - 1.66:1
Guión: Wim Wenders / Fotografía: Robby Müller / Música: Axel Linstädt
Reparto: Rüdiger Vogler, Hanns Zischler, Lisa Kreuzer, Rudolf Schündler, Marquand Böhm, Peter Kaiser, Patrick Kreuzer, Franziska Stoemmer
Fecha de estreno: 04/03/76 (RFA)

Mis personajes no van a ninguna parte, quiero decir que no es importante para ellos llegar a ninguna parte. Lo que es importante es tener el 'punto de vista' correcto, el estar en camino. Estar en marcha es su aspiración. A mí también me gusta mucho eso, no 'llegar' sino 'ir'. Eso es lo importante para mí, estar en movimiento”
Wim Wenders
 
Si hay una película en la filmografía de Wim Wenders que ilustra a la perfección las palabras del director alemán, ésta es sin duda En el curso del tiempo, magnífica roadmovie a lo largo de la frontera entre las dos Alemanias de mediados de la década de los setenta que servirá de escenario (como es de rigor en el género) para el viaje interior de sus dos protagonistas: Bruno (Rüdiger Vogler), un solitario proyeccionista que se gana la vida arreglando los proyectores de los cines de los pequeños pueblos de la región, y Robert (Hanns Zischler), un pediatra en plena crisis sentimental (y vital) a raíz de su separación matrimonial (fotograma 1).
 
Pero, además de una espléndida roadmovie, En el curso del tiempo es también un hermoso y nostálgico homenaje a una forma de vivir y entender el cine que Wenders, con extraordinaria clarividencia, ya auguraba como agonizante (y que el paso de los años, desgraciadamente, no ha hecho sino corroborar). Una mirada melancólica (apoyada en la excelente la fotografía en blanco y negro de Robby Müller) plagada de momentos en los que el director parece reivindicar con cierta tristeza la pureza de la tantas veces maltratada imagen cinematográfica. En este sentido, son elocuentes el prólogo y el epílogo con que Wenders abre y cierra la película: sendas secuencias en las que Bruno conversa con dos viejos proyeccionistas (personajes extraídos de la vida real) que se lamentan de “la estupidez de las películas contemporáneas que sólo hace que embrutecer al público”.
 
Tras el mencionado prólogo con el primero de los proyeccionistas, el film arranca con la hilarante secuencia en la que, mientras se está afeitando en la cabina de su camión, Bruno observa alucinado el automóvil de Robert amerizando a toda velocidad en el río que cruza la vieja carretera en la que se encuentran. A partir de este momento, y durante los siete días en los que transcurre la historia, Robert es acogido por Bruno en el camión con el que recorre los cines de la región, instalándose en una especie de tiempo muerto que le permitirá reflexionar y finalmente afrontar algunos de los temas pendientes de su pasado que le impiden salir adelante en su proceso existencial (el plano de Robert, justo después de salir a nado del río, acurrucándose en el asiento del copiloto con la luz del sol sobre su rostro, transmite con extraordinaria fisicidad la sensación de extraño bienestar en la que parece instalarse el personaje en ese momento – fotograma 2).
 
“En Génova me he separado de mi mujer”, le explica Robert a Bruno durante el segundo día de viaje. “Eso no te lo he preguntado. No necesitas contarme tu historia”, responde cortante el conductor. “¿Qué quieres saber?”. “Quién eres”. “Yo soy mi historia”, sentencia lacónico Robert.
 
Justamente, mientras Robert es un personaje que debe afrontar su pasado para resolver su crisis presente, Bruno sobrevive refugiado en el mínimo espacio físico de la cabina de su vehículo (significativamente, un viejo camión de mudanzas reconvertido en taller ambulante) mediante la negación de su memoria vital. De esta forma, la película nos muestra el proceso inverso de sus dos protagonistas para llegar a afrontar sus respectivas carencias vitales: por un lado, Robert tiene que soltar lastre para resolver sus cuentas pendientes (enfrentándose a su padre, al que no ha visto desde la muerte de su madre, para recriminarle el trato que le dio a aquélla durante los años de su matrimonio); por el otro, Bruno acabará asumiendo que debe llenar su vacío existencial cargando su memoria con los recuerdos que ha mantenido arrinconados durante toda su vida (acudiendo a la casa abandonada en la que pasó los años de su infancia junto a su madre).
 
Lógicamente, para recorrer conjuntamente este trayecto vital es imprescindible una complicidad que se empieza a forjar en una anterior escena que es, a la vez, un hermoso homenaje a los orígenes del cinematógrafo por parte del director: en la sala de cine de uno de los pueblos al que llegan los protagonistas, y mientras esperan impacientes a que dé comienzo la proyección, un grupo de niños asiste divertido al improvisado espectáculo de sombras chinescas que Bruno y Robert escenifican tras la pantalla en donde están intentando reparar uno de los altavoces (fotograma 3). Ante la saturación y banalización de la imagen cinematográfica, Wenders reivindica con esta espléndida secuencia la pureza de la más primitiva de sus manifestaciones.
 
Hay además otros dos episodios decisivos a la hora de explicar la evolución vital de los dos protagonistas: en primer lugar, el encuentro en plena noche de Robert con un enigmático personaje (Marquard Bohm) que acaba de perder a su esposa en un accidente de tráfico y que permanece al pie del automóvil accidentado esperando a que éste sea retirado (“Sólo existe la vida. La muerte no existe”, murmura el personaje ante Robert y Bruno, en una afirmación que parece impeler a los dos protagonistas a afrontar y resolver sus cuestiones pendientes antes de que se demasiado tarde); en segundo lugar, la fugaz relación entre Bruno y la bella cajera de cine Pauline (Lisa Kreuzer), durante una velada en la que ambos personajes únicamente parecen poder llegar a compartir la infinita frustración de sus respectivas experiencias afectivas (el plano de Pauline, con la mirada perdida y bañada en lágrimas después de la marcha de Bruno, es sin lugar a dudas uno de los momentos más emocionantes del film – fotograma 4).
 
Tras las respectivas confrontaciones con su pasado (Robert para despojarse de la ira que llevaba acumulada contra su padre; Bruno para reconstruir su propia historia a través de la recuperación de su memoria vital), los dos protagonistas se separan para seguir su propio camino, tal como nos muestra Wenders con el plano del tren en el que viaja Robert y el viejo camión de Bruno avanzando en paralelo (fotograma 5) para encadenar seguidamente con la imagen de un viejo proyector justo en el momento de detenerse. La película finaliza, pero la vida y sus personajes siguen en continuo movimiento.
 
David Vericat
© cinema esencial (abril 2014)
 
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VÍDEOS: 
Fragmentos

Comentarios

Entrañable película que expresa algo humano en torno al cine y su quintaesencia, y como nos afecta en la vida real entre los nostálgicos y los que no tiene ni puñetera idea al respecto. Es divertida en ciertos aspectos, y también muy curiosa. Una gran película como "Road Movie", pero sobre todo por su significado en un principio no muy llamativo a la primera, pero luego da bastante que pensar ... ¡Un saludo y gracias por compartir la información! :D Erdall.

Gracias por el comentario! Un saludo