Título Original: The Ox-Bow Incident / Año: 1943 / País: USA / Productora: Twentieth Century-Fox Film Corporation / Duración: 72 min. / Formato: B/N - 1.37:1
Guión: Lamar Trotti (Novela: Walter Van Tilburg Clark) / Fotografía: Arthur Miller / Música: Cyril Mockridge
Reparto: Henry Fonda, Dana Andrews, Mary Beth Hughes, Anthony Quinn, William Eythe, Henry Morgan, Jane Darwell, Frank Conroy
Fecha de estreno: 08/05/1943 (NY)
De entre los excelentes directores a los que el caprichoso destino ha relegado a un segundo plano, William A. Wellman es sin duda uno de los casos más lacerantes: autor de cerca de setenta títulos que abarcan desde los años del cine mudo hasta finales de la década de los cincuenta, Wellman es a menudo más recordado como el director del primer film galardonado con el Oscar a la mejor película (Alas, 1927) que como responsable de no menos de una docena de excelentes obras entre las que destaca, por encima de todas, esta magnífica Incidente en Ox-Bow.
Y es que, a pesar de haber visitado casi todos los géneros con óptimos resultados (desde el cine negro hasta la comedia, pasando por el melodrama, el cine bélico y el de aventuras), es sin lugar a dudas en el western en donde Wellman reúne la mayor parte de sus mejores títulos. Curiosamente (aunque no por casualidad, me atrevería a afirmar) con una característica común en prácticamente todos ellos: la de ofrecer siempre el punto de vista de un grupo social históricamente desfavorecido, discriminado o rechazado por la comunidad; ya sea el de los indígenas norteamericanos, en la espléndida Más allá del Missouri (1951), el de un grupo de mujeres, en la sorprendente Caravana de mujeres (1951), el de los proscritos de la fantasmal Cielo Amarillo (1948), o el de los protagonistas acusados de asesinato en Incidente en Ox-Bow.
Película de atmósfera sombría (realzada por la excelente fotografía de Arthur Miller) y ritmo pausado (se diría que rodada al ralentí, a pesar de la intensidad dramática de la historia), Incidente en Ox-Bow es el film que mejor y más contundentemente (desde mi punto de vista, un par de peldaños por encima de la por otro lado memorable Furia, de Fritz Lang) ha sabido reflejar la indefensión del individuo frente al poder irracional de una comunidad represora capaz de llegar al linchamiento (físico, pero también moral, como veremos en seguida) de aquéllos que son designados como culpables.
Esta comunidad represiva es la que recibe en silencio al vaquero Gil Carter (Henry Fonda), cuando llega junto a su compañero Art Croft (Harry Morgan) a la pequeña población en busca de su novia Rose Mapen (Mary Beth Hughes) para descubrir que ésta se vio obligada unos meses atrás a abandonar la localidad: “¡Qué pueblo...!” se lamenta Carter, a lo que el dueño del saloon únicamente alcanza a responder, a modo de pobre justificación, “Supongo que las mujeres casadas la echaron de aquí. No la emplumaron ni nada de eso. Sólo la hacían sentirse incómoda”, evidenciando la coacción (y por tanto, el linchamiento) de que fue víctima aquélla que no se comportaba según las rígidas normas morales de la comunidad.
Con este planteamiento, con el que Wellman consigue transmitir de manera impecable y desde el inicio la opresiva atmósfera que reina en la población, y tras un primer enfrentamiento de Carter con Jeff Farnley (Marc Lawrence) a causa de las insinuaciones de éste sobre la posible implicación del protagonista en los robos de ganado que asolan la región, la noticia del asesinato a manos de unos pistoleros de uno de los ganaderos de la localidad no hace sino provocar la reacción exaltada de la mayor parte de sus habitantes, que no dudan en formar una partida para capturar y linchar a los malhechores.
La descripción de los caracteres que van a formar parte de la partida es ejemplar (fotograma 1): desde el propio Farnley, amigo desde la infancia de la víctima y por tanto implicado emocionalmente en el suceso, hasta el Mayor Tetley (Frank Conroy), un supuesto veterano del ejército confederado que, según Carter, “ni siquiera vio el sur hasta que terminó la guerra”, y que va a tomar el mando de la partida, pasando por los representantes de la autoridad legal, el juez Tyler (Matt Briggs), incapaz de controlar la situación, y el ayudante del alguacil, Mapes (Dick Rich), que no duda ni un segundo en unirse a la partida y tomar juramento a sus integrantes. Al otro lado, el tendero Arthur Davies (Harry Davenport), y el predicador Sparks (Leigh Whipper) se erigen como los débiles representantes de la minoría que pretende impedir el linchamiento, mientras que el protagonista, Carter, mantiene al principio una actitud moralmente distante con ambas posiciones (aunque muy pronto empieza a manifestar sus reservas ante la imperturbable determinación del Mayor Tetley: “No tengo nada contra colgar a un ladrón asesino, pero no me gusta hacerlo de noche. Siempre hay algún bobo que enloquece y lincha a todo lo que tiene delante”).
Tras un par de jornadas cabalgando (en las que vemos el avance de la patrulla en la oscuridad, bajo la amenazante música de Cyril J. Mockridge, como si de una auténtica cuadrilla de forajidos se tratara – fotograma 2), los hombres de Tetley caen finalmente sobre los tres sospechosos, Donald Martin (Dana Andrews), Juan Martínez (Anthony Quinn) y el viejo Harvey (Francis Ford). En una inteligentísima y no poco arriesgada decisión, Wellman abandona a partir de este momento los escenarios naturales y recrea en estudios el paraje de Ox-bow que da título a la película: un decorado evidente que no hace más que resaltar el simulacro de juicio que va a tener lugar a partir de este momento.
En este reducido escenario (un espacio claustrofóbico que sirve a Wellman para imprimir a la historia un crescendo de tensión dramática casi insoportable) tendrán lugar algunas de las mejores secuencias del film: la votación de los miembros de la partida, con la imagen de apenas siete hombres enfrentados a una masa informe con Tetley a la cabeza (fotograma 3); Donald Martin observando compungido la amenazante luz del amanecer (momento en el que ha de tener lugar el linchamiento); o la terrible escena de la ejecución, que Wellman resuelve dejando la imagen de los ahorcados fuera de plano y centrándose en la figura del hijo del mayor Tetley (William Eythe), el cual, obligado por su padre a ejercer como uno de los verdugos, cae postrado en el suelo, momento que el director aprovecha para hacer una panorámica a ras de suelo en la que vemos a Sparks (arrodillado, cantando un salmo ante los ahorcados) y, finalmente, la terrible sombra de los cuerpos sin vida mientras, al fondo de la imagen, los miembros de la partida abandonan el escenario (fotograma 4).
David Vericat
© cinema esencial (octubre 2014)