Título Original: La cérémonie / Año: 1995 / País: Francia / Productora: MK2 Productions - France 3 Cinéma - Prokino Filmproduktion - Olga Film - ZDF - Duración: 126 min. / Formato: Color - 1.66:1
Guión: Claude Chabrol, Caroline Eliacheff (Novela: Ruth Rendell) / Fotografía: Bernard Zitzermann / Música: Matthieu Chabrol
Reparto: Isabelle Huppert, Sandrine Bonnaire, Jacqueline Bisset, Jean-Pierre Cassel, Virginie Ledoyen, Valentin Merlet, Julien Rochefort, Dominique Frot, Jean-François Perrier, Philippe Le Coq
Fecha estreno: 30/08/1995 (Francia) / 05/09/1995 (Venice Film Festival)
Entre las virtudes del cine de Chabrol, una de las más destacables es sin lugar a dudas su capacidad para ponernos frente al espejo. Los personajes de la mayor parte de sus películas, miembros de una burguesía acomodada de intachable ideología liberal-progresista, nunca son caricaturas exageradas sino que se muestran perfectamente reconocibles y nos permiten (nos obligan a) vernos reflejados en ellos, tanto en sus honorables virtudes como en sus velados defectos.
Los miembros de la familia Lelievre (el cabeza de familia, Georges - Jean-Pierre Cassel -, su bella esposa, Catherine - Jacqueline Bisset -, la responsable hija, Melinda - Virginie Ledoyen -, y su gracioso hermano, Gilles - Valentin Merlet), discuten antes de la cena sobre la manera más apropiada de llamar a su nueva empleada de hogar, la circunspecta Sophie (extraordinaria, como siempre, Sandrine Bonnaire), tratando de encontrar una definición que les permita mantener a salvo su conciencia social, como si el sistema de clases no fuera con ellos (“llamarla sirvienta… ¡es humillante! No sé… empleada de hogar, gobernanta”, protesta concienciada la joven Melinda), aunque, poco después, sentados a la mesa durante la cena, las alusiones a su nueva empleada ya serán menos prudentes (Gilles: “¿Sabe cocinar la chacha? Espero que no sea muy fea”; Melinda: “¿Por qué? ¿Te quieres estrenar con ella?”; Georges: “Al chico le gusta lo bello. Su comentario es adecuado”; Gilles: “Ojalá sea mejor que la de la semana pasada” – fotograma 1). Nada reprochable, tratándose de una conversación banal y que, por supuesto, no se produciría en ningún caso ante la persona aludida (¡politesse ante todo!). Al fin y al cabo, ¿cuántos de nosotros no hemos tenido una conversación parecida, simplemente para divertirnos un rato y, por supuesto, sin ánimo de ofender ni faltar al respeto? Porque, cabe decirlo, la conducta de los Lelievre con respecto a su empleada Sophie es en todo momento absolutamente intachable (la tratan siempre con familiaridad, manteniendo, eso sí, una prudente distancia; le ofrecen costearle las clases de conducción para que pueda utilizar uno de sus vehículos para sus quehaceres en el pueblo; le piden hora en el oculista para solucionar sus problemas de visión), si no fuera (¡ay!) por algunos minúsculos episodios sin apenas importancia, como el hecho de dar por descontada su presencia para atender a los invitados a la fiesta de cumpleaños de la grácil Melinda, aun tratándose del único día libre de la empleada (“haga lo que pueda”, había declarado con condescendencia Catherine ante la excusa de Sophie por tener comprometida la jornada de antemano, lo que no impedirá la ira de la patrona cuando descubra que la asistenta acaba finalmente ausentándose en plena celebración), o el insignificante detalle de que Sophie esté trabajando sin contrato (“¿Sabe que podría echarla esta misma noche? No hicimos contrato. Pero no seré tan duro: puede quedarse una semana más”, argumentará magnánimo Georges en el momento de comunicarle su despido).
En este remanso de corrección política y armonía familiar, la irrupción de la encargada de correos de la localidad, la alocada Jeanne (Isabelle Huppert, en uno de sus mejores trabajos), entablando rápidamente una relación de camaradería con la reservada Sophie, activará una bomba de relojería que no tardará en detonar haciendo saltar todo por los aires. “Me sacan de quicio. Se muestran amables pero ¿qué saben? Lo tienen todo. Su problema es si el coche nuevo será rojo o azul, o si el primo tal heredará de la abuela. Yo hubiera sido feliz con la décima parte de lo que tienen. No dejaremos que nos tomen el pelo”, protesta Jeanne cuando Sophie le cuenta que ha sido despedida (fotograma 2). Un despido que, de nuevo, se nos muestra como una acción completamente justificada por parte del íntegro Georges, incapaz de tolerar el intento de chantaje de Sophie, que había amenazado a Melinda con desvelar su embarazo si ella explicaba a sus padres su analfabetismo (“Si mi padre se entera…”, escucha Sophie el angustiado lamento de Melinda a su novio por teléfono, “Él está obsesionado con la educación sexual. ¡Cree que esto puede pasarle a cualquiera menos a mí!”, en una reacción que desvela una cierta autoconciencia de superioridad moral a la hora de tener que afrontar un problema que los Lelievre consideran propio de las clases con menos educación).
Fiel a su personalísima aproximación a lo que podríamos llamar el subgénero del thriller social, Chabrol nos ofrece en La Ceremonia una nueva muestra de su extraordinaria capacidad para generar suspense a partir de las situaciones más cotidianas. En este caso, con la angustiosa situación de Sophie, en su desesperado intento por preservar el secreto de su analfabetismo ante los Lelievre (fotograma 3 - lo que sirve al director para hacernos empatizar continuamente con la protagonista, a pesar de su actitud poco menos que siniestra en diversos episodios). Personaje con nula capacidad afectiva, completamente asocial (cuya única fuente de interés parece ser el magnético poder de la pantalla de un televisor, frente al cual permanece completamente abstraída durante horas), Sophie encontrará en la perturbada Jeanne a la única persona con la que logra por fin empatizar (la imagen de la protagonista corriendo al encuentro de su nueva amiga tras abandonar la casa de los Lelievre en plena celebración del cumpleaños de Melinda es el primer y uno de los únicos momentos de felicidad del personaje – fotograma 4). Es interesante, en este sentido, observar el proceso inverso que experimentamos en relación a los dos personajes principales de la película: Sophie, a la que al principio vemos como una persona extremadamente tímida y vulnerable, acaba mostrando su mentalidad fría y calculadora, completamente ajena a cualquier código ético o moral (ya sea a través de pequeños detalles que le permiten mantener su engaño ante los Lelievre, como en el momento de admitir sin remordimiento alguno su pasado criminal ante Jeanne); por el contrario, Jeanne, a la que vemos en un principio como alguien capaz de saltarse las más elementales normas sociales, es una mujer marcada por un trágico episodio de su pasado (la muerte de su pequeña hija) a causa del cual, a pesar de haber sido juzgada y finalmente exculpada, ha quedado socialmente condenada de por vida (lo cual sería una más que posible causa de su comportamiento enajenado), empezando por el ecuánime Georges Lelievre, que ante la sospecha de que la empleada de correos abre las cartas que le entrega, no duda en acusarla recordando una y otra vez el delito del que finalmente fue absuelta (fotograma 5).
Nada extraño, por tanto, que sea la reservada Sophie la que tome inesperadamente la iniciativa para convertir el inocente juego de Jeanne en la sangrienta ceremonia con la que ambos personajes van a acabar haciendo saltar por los aires la apacible, inmaculada, respetable existencia de los Lelievre.
David Vericat
© cinema esencial (febrero 2017)