Título Original: Sullivan's Travels / Año: 1941 / País: Estados Unidos / Productora: Paramount Pictures / Duración: 90 min. / Formato: B/N - 1.37:1
Guión: Preston Sturges / Fotografía: John F. Seitz / Música: Leo Shuken & Charles Bradshaw
Reparto: Joel McCrea, Veronica Lake, Robert Warwick, William Demarest, Franklin Pangborn, Porter Hall, Eric Blore, Robert Greig, Jimmy Conlin
Fecha de estreno: 05/12/1941 (Portugal) - 15/01/1942 (Detroit, Michigan) - 06/02/1942 (USA)
“En memoria de quienes nos hicieron reír, saltimbanquis, payasos y bufones de todas las épocas y naciones, cuyos esfuerzos aliviaron nuestra cruz. Con cariño les dedico esta película”
Tercer título de una filmografía de tan solo doce películas, Los viajes de Sullivan supone el inicio de la mejor etapa de Preston Sturges, entre 1941 y 1944, apenas cuatro años en los que el director nos brindó sus tres grandes obras maestras (el presente film y las siguientes Las tres noches de Eva y Un marido Rico) a las que siguieron otros dos extraordinarios títulos (Salve, héroe victorioso y El milagro de Morgan Creek), menos conocidos por la ausencia de grandes estrellas en su reparto, pero seguramente por eso con una carga subversiva si cabe mayor que la de las tres películas precedentes (en todo caso inaudita para la época en que fueron rodadas, en pleno auge del infame Código Hays).
Pero, además de por el hecho de erigirse como la obra cumbre del director (siendo tan solo el tercer título de su filmografía), Los viajes de Sullivan es un film insólito por la declaración de intenciones que contiene en forma de un emocionante homenaje a la comedia, justamente el género al que Sturges iba a consagrar toda su filmografía. Pareciera que el director tuviera la necesidad de rendir tributo a todos y cada uno de los artistas que le precedieron (tal como expone en el texto inicial del film) antes de emprender la que sería su etapa de mayor auge creativo, coincidiendo con el mejor momento de la screwball comedy (subgénero que el propio Sturges, junto con los Hawks, Lubitsch, Capra, Wilder, McCarey o La Cava, contribuiría a encumbrar como una de las más brillantes manifestaciones de la historia de la comedia cinematográfica).
La trama del film es sencilla, pero justamente por ello tremendamente efectiva: John Lloyd Sullivan (Joel McCrea), un afamado director de comedias, pretende dar un giro a su carrera emprendiendo la adaptación de una novela dramática (O Brother, Where Art Thou?, obra ficticia de la cual los hermanos Coen extraerían el título para su película homónima del 2000) a fin de poder “plasmar la dignidad y el sufrimiento de la humanidad”. Para ello, el protagonista no duda en disfrazarse de mendigo y emprender un viaje con la intención de experimentar en su propia carne las penurias de las clases más desfavorecidas (no en vano el film se sitúa en plena época de la depresión norteamericana), con el fin de poder realizar su película con mayor conocimiento de causa.
“No me gusta que se burlen de los pobres. El tema no es interesante. Los pobres lo saben todo sobre la pobreza. Solo a los ricos morbosos les entusiasma el tema”, le espeta sin tapujos el mayordomo Burroughs (Robert Greig) al protagonista cuando le sorprende probándose su atuendo de mendigo frente al espejo (fotograma 1 - una sentencia reprobatoria que resume brillantemente la postura de los principales directores del género, tal como lo expresó en su día otro de sus grandes maestros, Jerry Lewis: “Lo peor es que si el pobre tipo que vive en un pisito de dos habitaciones sin calefacción decide irse al cine para olvidar sus penas, hoy en día se encuentra con una película sobre un pobre tipo que vive en un pisito de dos habitaciones sin calefacción”).
Haciendo caso omiso a las palabras de su mayordomo (y a los ruegos de sus productores, empeñados en perpetuar los grandes éxitos del director en el cine de entretenimiento), Sullivan emprende el primero de sus viajes seguido bien de cerca por una aparatosa caravana que los productores han dispuesto con el fin de velar por su seguridad. Será en este primer periplo (el de más extensión de los tres) en donde se concentran gran parte de las escenas de comedia del film: desde la frenética huida de Sullivan a bordo de un estrambótico coche de carreras conducido por un jovencísimo piloto (fotograma 2 - una asombrosa secuencia de persecución que Clint Eastwood homenajearía en la espléndida Un mundo perfecto); pasando por el hilarante episodio del protagonista al servicio (preso, más bien) de dos viejas solteronas de las que acabará huyendo despavorido (magnífico el gag con el retrato del difunto dueño de la casa observando a Sullivan ataviado con su propio pijama); hasta la escena que cierra este primer viaje, después de que Sullivan se encuentre con una joven aspirante a actriz (verónica Lake) y ya de regreso a la mansión del protagonista, con el mayordomo Burroughs, el ayudante de cámara (Eric Blore), la joven actriz y el propio Sullivan zambulléndose accidentalmente en la piscina del director.
Tras este primer intento fallido, el director realizará dos nuevas salidas, acompañado en este caso por la joven actriz: la primera de ellas, partiendo como polizones en un tren de carga, termina abruptamente cuando la pareja se encuentra con la caravana encargada de velar por la seguridad de Sullivan; mientras que en la segunda y definitiva, los protagonistas alcanzarán a experimentar por un breve plazo de tiempo las penurias de la pobreza, hasta el punto de desistir rápidamente del experimento y regresar de nuevo a las comodidades de la mansión en Los Ángeles.
Será a partir de este tercer viaje cuando el film abandona definitivamente el género de comedia para convertirse en una obra de denuncia social primero (justamente el tipo de película que Sullivan ansía realizar) y seguidamente en un drama carcelario, a raíz del fatal incidente que acabará con el protagonista detenido y recluido en un siniestro centro de trabajos forzados. Un episodio que permite a Sturges brindarnos uno de los momentos más brillantes y emocionantes de toda su filmografía: acogidos a ritmo de góspel por los feligreses de un pequeño centro religioso, los reclusos llegan a la iglesia para asistir a una proyección cinematográfica (magnífico, entre muchos, el plano de los pies encadenados de los presos avanzando por el pasillo central de la iglesia – fotograma 3); las luces se apagan, el proyector comienza a rodar y en la vieja pantalla aparecen las inconfundibles siluetas de Micky Mouse y el perro Pluto, provocando las inmediatas carcajadas de toda la congregación. Ajeno por un momento a su tragedia personal, fundiendo sus carcajadas entre la de sus compañeros, Sullivan comprende en ese preciso instante el inmenso valor que supone hacer reír a los demás (fotograma 4). Tal como confiesa, una vez liberado, ante sus atónitos productores: “Hacer reír tiene mucho mérito. ¿Sabíais que la risa es lo único que tiene mucha gente? Es poco, pero es mejor que nada en este mundo de locos”
David Vericat
© cinema esencial (julio 2014)
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