Nacida ayer

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Director:
George Cukor

Título Original: Born Yesterday / Año: 1950 / País: Estados Unidos / Productora: Columbia Pictures /  Duración: 103 min. / Formato: BN - 1.37:1
Guión: Albert Mannheimer (Obra: Garson Kanin) / Fotografía: Joseph Walker / Música: Frederick Hollander
Reparto: Judy Holliday, William Holden, Broderick Crawford, Howard St. John, Frank Otto, Larry Oliver
Fecha estreno:  26/12/1950 (Los Angeles)

Que el cine popular pasa por su época más aciaga es algo que se puede constatar quizá más que en ningún otro en el género de la comedia: no ya por el sonrojo que provoca acercarse a cualquiera de sus manifestaciones contemporáneas (destinadas casi exclusivamente a un público de mentalidad preadolescente) sino por la constatación de la falta de espíritu crítico de un género que, en su época de esplendor, se atrevió (o, más bien, se autoimpuso la necesidad) a cargar contra las más abominables figuras políticas del momento, empezando por el mismísimo Hitler, sin ir más lejos, para ofrecernos obras maestras como Ser o no ser (Ernst Lubitsch, 1942) o El gran dictador (Charles Chaplin, 1942). Siendo el momento en el que nos encontramos una época no falta de líderes de condición más bien dudosa (desde el infame Bashar al-Ásad hasta el aberrante Donald Trump, y que cada cual añada a la lista alguno de los otros muchos candidatos a formarla), resulta poco menos que sonrojante la ausencia de títulos que propongan desde la comedia una mirada crítica a los protagonistas de la escena política contemporánea. Tanto es así que para acercarse a lo que podría ser una semblanza del flamante presidente de los Estados Unidos, bien podríamos recuperar esta Nacida ayer, adaptación a cargo de George Cukor de la obra teatral de Garson Kanin que, aun no contándose entre las más destacadas aportaciones al género en su época, se erige casi como una exquisitez impensable en la cinematografía de nuestros días.
 
Harry Brock (Broderick Crawford) es un magnate de la chatarra que llega a Washington para hacer algunos negocios con un congresista corrupto. Desde su llegada al hotel en el que instala su centro de operaciones, quedan bien evidentes las intenciones del protagonista de situarse lo más cerca posible del poder para controlarlo, ya sea a través del comentario del director del hotel al mostrarle su estancia “con vistas sobre medio Washington” (fotograma 1), o de manera más explícita, en la recomendación de su asesor legal, el abogado Jim Devery (Howard St. John), para que atienda la petición de una entrevista por parte del periodista Paul Verrall (William Holden) “para tenerlo de su lado y que no husmee”.
 
Brock, que no tiene ningún problema en jactarse de haber empezado en el negocio de la chatarra con tan solo doce años vendiendo su mercancía, robándola y revendiéndola de nuevo a sus primeros clientes, es un empresario de rudos modales y escasa inteligencia que viaja siempre acompañado por su bella pero intelectualmente limitada novia, Bille Dwan (Judy Holliday), a la que utiliza como involuntaria testaferro para sus corruptos negocios. No es un político (todavía, como tampoco lo era hasta hace poco el inefable Trump), pero el periodista Verrall muy pronto percibe el potencial peligro de su comportamiento, y su advertencia a la ingenua Billie no puede ser más certera (y vigente): “Piénsalo, Harry es una amenaza. La historia del mundo es una lucha entre altruistas y egoístas. Lo malo que nos rodea lo cría el egoísmo. A veces el egoísmo se transforma en una causa. Incluso en un gobierno. Entonces se llama fascismo” . Suena alarmantemente familiar, ¿verdad?
 
En su aspiración por hacerse un lugar entre la élite del poder político, Brock encarga a Verrall que instruya a Billie para evitar que ésta le deje en evidencia en sus reuniones sociales, lo cual provocará la reacción del personaje, haciéndole evolucionar desde su ignorancia autocomplaciente (“Él me cree estúpida y tiene razón. Soy estúpida y me gusta. Si quiero algo, lo pido. Con saber cómo obtener lo que quiero ya es bastante”) hasta la toma de consciencia de su complicidad con respecto a las corruptas maniobras de Brock y su rebelión posterior.
 
“Un mundo de ignorantes es muy peligroso”, sentencia Verrall ante las primeras quejas de Billie por los inconvenientes de empezar a “preguntarse las cosas”, en lo que se expone la clara apuesta ideológica de la película a favor de la educación como máximo antídoto contra la manipulación de las masas. Algo que queda todavía más diáfanamente expuesto en la sentencia final de Jim Devery, una vez desvelados los oscuros propósitos de Brock: “Brindo por todos los estúpidos, pasados, presentes y futuros. Sedientos de conocimientos y de la verdad. Que luchan por la justicia y se educan los unos a los otros. Poniéndoselo difícil a los ladrones como tú… y como yo”.
 
Pero la película no se olvida tampoco de hacer una oportuna crítica a la dificultad con la que algunas élites progresistas intentan hacer llegar su discurso al pueblo: en un momento de la instrucción de Verrall, éste se muestra sorprendido por los problemas de Billie para entender el sentido de uno de sus artículos en favor de la democracia, hasta que, después de explicarle de la forma más sencilla posible las ideas expuestas en su texto, ella responde elocuente: “¿Por qué no lo escribiste así?” (fotograma 2). Una situación que, de nuevo, podemos trasladar muy fácilmente a nuestros días, en los que los discursos populistas son difícilmente contrarrestados por el lenguaje cada vez más ininteligible y distante de la clase política tradicional.
 
Sin ser un derroche de escenas especialmente cómicas ni de réplicas memorables, la película cuenta con algunos momentos brillantes, como el de la partida de cartas en la que Billie destroza a Brock sin inmutarse (contraponiendo la astucia natural de ella a la estulticia del magnate – fotograma 3), o la respuesta de Verrall al mismo Brock, cuando éste último manifiesta su enfado por no poder estar presente durante la instrucción de Billie (“Puedes tomar tus propias clases por separado, Harry. Tengo un curso para millonarios retrasados”). Pero el film mantiene en general un tono que se queda a medio camino del de la pura comedia, ofreciendo incluso algún momento especialmente dramático, entre los que cabe destacar por encima de todos el de la agresión física de Harry Brock a Billie, después de que ésta se niegue a firmar un nuevo fajo de documentos del magnate. Imposible, al ver la imagen de la protagonista firmando finalmente los papeles entre lágrimas (fotograma 4), no pensar en las actuales alusiones a la situación de sumisión de la primera dama estadounidense ante el monstruo encargado de decidir nuestro incierto destino en la actualidad.
 
David Vericat
© cinema esencial (febrero 2017)

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